miércoles, 9 de septiembre de 2020

El cálculo imposible

 

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

13 de Septiembre de 2020

Domingo de la Vigésimo Cuarta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Eclesiástico 27, 30—28, 7 / Salmo 102, 1-4. 9-12 El Señor es bondadoso y compasivo / Romanos 14, 7-9

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     18, 21-35


    Se adelantó Pedro y dijo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»
    Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
    Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
    Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
    Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecía de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
    Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Ya que «ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí» (2L), porque, más bien, se nos ha dado la vida para compartir con otros -por eso, naturalmente vivimos en comunidad- ¿qué clase de vida tiene quien no sabe perdonar? O, en palabras de la sabiduría bíblica: «Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane?» (1L). Porque si se cierra el corazón de esa manera, se impide que hasta Él pueda entrar, pese a quererlo. Recordemos que el Señor, gracias a Dios, «no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga conforme a nuestras culpas» (Sal), lo que debiese servirnos de luminoso ejemplo: «¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecía de tí?» (Ev), de tal manera que podamos sanar nuestra alma del tenebroso y anti-fraternal mal del rencor.

Que sacar la cuenta nos ayude a no ser miserables.

Todos necesitamos certezas. Desde que nacemos, el soporte y el amor de una familia hasta los cotidianos calendarios y relojes para saber con exactitud el tiempo común. Es que, de hecho, a medida que crecemos -al menos en el tipo de sociedad mercantilista en que nos ha tocado vivir-, más importantes son para nosotros los sistemas de medición: todo tiene números, lo que al parecer nos tranquiliza.

¿Ejemplos? “¿Cuántas horas debo trabajar?” “¿Cuánto me pagarán por hacerlo?” “¿Cuánto tiempo debo dedicar a esto?”. Etcétera.

Bueno, Pedro, tan como nosotros que era, también necesitó que Jesús le pusiese un número aceptable a la misericordia, que era parte importante de su prédica: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?»

Aún hoy para nosotros, cristianos con siglos de enseñanzas al respecto, este número aparece demasiado generoso.

Sin embargo, y como sabemos, el Nazareno no se andaba con chicas. «Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”».

Y ahí entra nuestro conflictivo sistema de cifras… “¿dónde está la calculadora para saber cuánto es exactamente esto?”.

Así fue que, para ser más claro aún con Pedro -y con todos nosotros- el Maestro se pone al nivel de los mentados números:

Había un rey. Alguien le «debía diez mil talentos» (cada talento era algo así como 30 kilos de oro o de plata… o sea, la deuda era impagable), pero, mostrando una gran compasión, le condonó la deuda.

Sin embargo, este favorecido por el gran señor, inmediatamente después de salir de su presencia, se topó con un compañero que «le debía cien denarios» (para hacernos una idea, 6.000 denarios hacían recién el equivalente a un talento, por lo que era una deuda muchas veces menor a la que su contraparte tuvo con el rey) y, contrariamente a lo que se podría suponer sobre el estado de ánimo de alguien que ha recibido un perdonazo tan inmenso, es decir, aquel que debiese andar con el corazón pleno de gozo y de deseos de compartir su alegría con otros, por el contrario, no se compadeció de la misma manera como habían tenido piedad de él y, en cambio, «lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía».

Pero ahí estaban sus colegas que fueron testigos de ambas escenas y «fueron a contarlo a su señor». Entonces, éste se dio cuenta que su servidor deudor no era una persona merecedora de su bondad, por lo que lo castigó como merecía inicialmente.


Esos números fueron suficientemente claros para los discípulos de Jesús de aquel entonces y también debiesen serlo para los de nuestro tiempo: con el Padre Dios (el rey) todos tenemos deudas inconmensurables, las que son misericordiosamente limpiadas una vez tras otra. ¿Qué tan generosos (o no miserables, usando las palabras del evangelio) somos para perdonar de corazón los centavos de deudas que puedan tener nuestros hermanos con nosotros?

Pero como el tema no se remite realmente a cifras, cerremos la meditación con un pequeño relato que se atribuye al gran maestro de espiritualidad Tony de Mello:

-       ¿Qué he de hacer para perdonar a otros?, preguntó el discípulo.

-       Si no condenaras a nadie, nunca tendrías necesidad de perdonar, respondió el maestro.

A ver si esta pequeña ecuación de aprender a no condenar nos ayuda a liberar el alma y las relaciones humanas para ir un paso más allá y evitar enfrentarnos al cálculo imposible del perdón.

 

Cuando somos honestos con nosotros mismos y con los demás, comprendemos que necesitamos ser permanentemente perdonados. Y, con más sinceridad, que nos cuesta demasiado perdonar. Auxílianos en ambos procesos, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener un corazón cada vez más misericordioso, de tal manera que nos sea cada vez más fácil vivir reconciliados con los demás,

Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No oponerse a la voluntad de Dios

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 15 de Septiembre de 2024                          ...