miércoles, 30 de septiembre de 2020

Una historia tristemente vigente

 

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

4 de Octubre de 2020

Domingo de la Vigésimo Séptima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 5, 1-7 / Salmo 79, 9. 12-16. 19-20 La viña del Señor es su pueblo / Filipenses 4, 6-9

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     21, 33-46


    Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
    «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
    Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
    Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo." Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
    Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»
    Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
    Jesús agregó:«¿No han leído nunca en las Escrituras:
        "La piedra que los constructores rechazaron
        ha llegado a ser la piedra angular:
        esta es la obra del Señor,
        admirable a nuestros ojos?"
    Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».
    Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nos dice el profeta acerca de la relación del Señor con su pueblo: «¡Él esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!» (1L), los mismos que, a la vez, rogaban: «que brille tu rostro y seremos salvados» (Sal). Sin embargo, no trabajaban para que esa salvación llegase a todos, sin excepción. Por eso el Hijo anuncia a las autoridades de su Nación: «el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos» (Ev). Para lograr aquello, el apóstol recomienda: «todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos» (2L). Y, por cierto, poner ese pensamiento en acción es aportar a construir el Reino.

Lamentablemente repetida.

Tremenda parábola la que narra Jesús en este trozo del evangelio que se nos presenta este día: llena de crueldad y violencia.

Cualquiera que la escuchase debiese sentir hondo repudio por la gente que retrata en ella.

El problema es que sus oyentes (a quienes se dirigía era «a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», es decir, a los dirigentes de su Nación) era gente indudablemente inteligente, por lo que «comprendieron que se refería a ellos». Y, como sabemos, a nadie le gusta ser criticado. Pero menos aún a quienes detentan el poder.

¿Qué pasa con Jesús que pareciese que buscara enemistarse con aquellos que pueden (y de hecho pudieron) hacerle la vida imposible?

Sucede que él, como bien lo evaluaba la sabiduría popular, «que lo consideraba un profeta», buscaba, por sobre las consideraciones humanas, ser intérprete de la voluntad de Dios.

Tengamos presente que su pueblo se había desarrollado en la conciencia de ser especialmente amados por el Dios Único, Creador Omnipotente de todo el Universo: vivían y respiraban una cultura inmersa en la búsqueda de hacer Su Querer; sus instituciones y toda la organización que como sociedad se habían dado, esperaban ser reflejo de lo que Él desearía de ellos.

Sin embargo, durante la poco más de una decena de siglos de su historia, como toda comunidad humana, experimentaron vaivenes en la fidelidad a esa intención que los unía.

Era en esos momentos de desviación que surgían hombres con una fuerte raigambre en el sentir del Altísimo, que se sentían inspirados por Él para hablarle a su gente e intentar devolverlos al camino correcto. «Porque el Señor no hace nada sin revelar su secreto a sus servidores los profetas» (Am 3,7), proclama uno de ellos. Pero aquello no impidió que éstos tuviesen muchos problemas intentando llevar a cabo su misión, sufriendo agresiones y muerte.

Esa historia reflejaba esta parábola.

La viña es símbolo en la Biblia del pueblo elegido. El dueño es Dios mismo, quien la cuida y le da protección adecuada. Luego, se la deja encargada a las autoridades (los “viñadores”) para que sigan protegiéndola y haciéndola fructificar en su nombre.

«Cuando llegó el tiempo de la vendimia», o de recibir los buenos frutos de su viña/pueblo amado, envió a sus servidores, los profetas, quienes en la cantidad que fuera, estos malos administradores «se apoderaron de ellos» y los maltrataron.

El señor, entonces, envió a su propio hijo, suponiendo que lo respetarían por ser quien era, pero «lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron».

Así habían sido históricamente las autoridades judías y así eran los oyentes del Maestro.

Lo que debía ocurrir era claro: «el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».


Ese nuevo pueblo -nueva viña- estará constituido por quienes, según hemos podido comprender, en palabras suyas: son «los que escuchan la Palabra de Dios y la practican» (Lc 8,21).

Nosotros, los cristianos de todos los tiempos, nos asumimos como esa nueva viña. Pero cabría preguntarnos: ¿estamos dando las uvas sabrosas que el dueño esperaría de nosotros? ¿Escuchamos a los profetas que nos envía para corregir lo que hacemos mal? ¿O también mereceríamos que nos quitasen el regalo del Reino?

 

Quisiéramos ser viña de abundantes frutos, Señor. Y, sin embargo, muchas de nuestras actitudes nos ponen más bien del lado de los viñadores abusivos. Mantén tu paciencia con nosotros y sigue impulsándonos a vivir según la voluntad amorosa de tu Padre. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender cuáles son los frutos buenos y abundantes que el Señor esperaría de nosotros y tratar de ir dándolos,

Miguel

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