miércoles, 7 de octubre de 2020

No todos entendemos esta invitación

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

11 de Octubre de 2020

Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 25, 6-10 / Salmo 22, 1-6 El Señor nos prepara una mesa / Filipenses 4, 12-14. 19-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 1-14

 


  Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
    El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
    De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
    Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
    Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
    Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. «Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?.» El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».
    Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús rescata la esperanza que ha descubierto y ha movido a su Nación desde siempre: «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo» (1L); «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal); y grafica todo esto con un gran «banquete nupcial» en el que todos son acogidos (Ev). Sus seguidores, hasta hoy, seguimos creyendo que «Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús» (2L) y somos invitados a vivir con alegría fraterna este regalo.

Al banquete con buen ánimo y vestidos adecuadamente.

El profeta Jesús, como hemos venido viendo en las últimas semanas, continúa valientemente denunciando las actitudes de los más poderosos (y, según ellos, ejemplarmente religiosos) de su pueblo.

Esta vez toca un aspecto que también tiene que ver con nosotros (aunque no seamos poderosos, pero que sí, normalmente, nos sentimos más religiosos que otros): la actitud vital que adoptan frente al generoso regalo de amor misericordioso por parte de Dios para la propia vida y la de todos.

Los “importantes” de su pueblo -y muchas veces, también nosotros; si no somos autocríticos de nada sirve leer y conocer el evangelio- fueron permanentemente invitados a la vida en plenitud de todos, o «El Reino de los Cielos», como ama llamar Jesús al proyecto de humanidad más humana, más cercana al querer del Padre Dios -como sería el mundo si Dios reinara efectivamente entre nosotros-, al que intentaba que sus contemporáneos se sumasen.

Pero, como es lógico, para poder asistir a cualquier lugar o evento, en este caso a un banquete de bodas, en primer lugar, hay que dejar lo que se está haciendo en ese momento.

En otras palabras, para entrar en el camino del Evangelio (buena noticia o noticia alegre), es necesario cambiar de forma de vida, entendiendo que la que llevamos no se parece nada a ese Reino.

A nuestros abuelos, nuestros padres y a algunos de nosotros se nos inculcaba a “hacer examen de conciencia” sobre nuestros actos al finalizar el día o antes de la “confesión”, como camino de conversión personal. Ya poco se habla de esto. El sentido era buscar en nuestros “pensamientos, palabras, obras y omisiones” lo que moralmente no sería lo que Dios querría de uno/a.

Sin embargo, es poco o nada lo que en la prédica del Maestro encontramos sobre estos problemas. Sí es claro, en cambio, lo que piensa respecto a actitudes muy concretas en la relación con (y la acción hacia) los demás.

Aprovechemos el resumen de un profeta del Antiguo Testamento: «Se te ha indicado qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios» (Miq 6,8).

En cuanto a practicar la justicia. Es practicarla, por cierto, en el sentido del Reino de amor del Padre. Recordemos que enseñó nuestro Maestro: «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33): lo justo es que todos los hijos de Dios, sin excepción, vivan con dignidad.

En cuanto a amar la fidelidad, se trata de ser más o menos coherentes con nuestro decir acerca del amor y respeto por el objeto de nuestra fe: Dios mismo. Es decir, que, si nos sentimos hijos suyos, que nuestro actuar sea semejante (comprensivo, acogedor, servicial) al de nuestro Padre. «Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (Mt 5,48), es la invitación de nuestro hermano mayor.

Y, finalizando aquel resumen, caminar humildemente detrás del Señor, porque, para que nos sirva realmente este accionar virtuoso recién reseñado, es necesario realizarlo con la humildad de quien se sabe sólo un servidor que está utilizando talentos que fueron recibidos, no por algún esfuerzo personal, sino exclusivamente por Gracia de Dios. «Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente» (Mt 10,8), nos recuerda nuestro Maestro de vida.


Pero hay un último, no requisito, sino resultado de intentar seguir día a día este camino de fe activa, según las invitaciones de Jesús: la alegría de saber que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5) y que este es tan abundante que nos “rebalsa” y, por ello, puede llegar a muchos más a través nuestro. La sonrisa, entonces, es «el traje de fiesta», que si no se tiene es indicio claro de que no se está realmente a gusto con la fiesta de la misericordia que el Padre Dios da a la humanidad, lo que nos pondría afuera, sin importar los “títulos” que hayamos acumulado en la Iglesia.

Son muchos los llamados (todos), pero quien no hace el bien alegremente (2 Cor 9,7), como fue el caso de «los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo» y de todo aquel/aquella que, en todo tiempo (también los nuestros), ha pretendido tener derecho o, peor aún, adueñarse del Reino, dejando de lado lo que el rey y convocante generoso de este banquete quiere realmente, no es “elegido”.

 

Nuestras instituciones humanas suelen otorgar privilegios por sólo pertenecer a ellas. Muchas veces creemos que el Reino del Amor es uno de aquellos privilegios para quienes están en determinado grupo. Ayúdanos a despejar esa confusión, Señor. Y a ser más fieles a tu Palabra que a nada. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender y ayudar a comprender que el amor de Dios es una fiesta a la que todos, sin importar lo que crean o al grupo que pertenezcan, son invitados,

Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Servir para ser cristianos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 22 de Septiembre de 2024                          ...