miércoles, 14 de octubre de 2020

Lo que corresponde a lo temporal y a lo Eterno

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

18 de Octubre de 2020

Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 45, 1. 4-6 / Salmo 95, 1. 3-5. 7-10 Aclamen la gloria y el poder del Señor / Tesalonicenses 1, 1-5

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 15-21


    Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
    Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto».
    Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
    Le respondieron: «Del César».
    Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Por la fe creemos que «el Señor es grande y muy digno de alabanza» (Sal), aceptando lo que Él mismo nos ha enseñado: «Yo soy el Señor […] no hay ningún Dios fuera de mí» (1L). Además, nuestro Maestro, a quien correctamente le han dicho: «enseñas con toda fidelidad el camino de Dios» (Ev), nos dejó como legado comprender que esa alabanza y ese caminar lo han realizado sólo quienes «han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia» (2L). Es decir, con obras más que palabras.

No es lo mismo, ni es igual.

El Maestro -según la serie de evangelios que se nos han presentado durante las últimas semanas- había estado poniendo en evidencia a los “buenos religiosos” de su época, haciéndoles saber que, aunque creyesen lo contrario, sus acciones (su hipocresía, al no estar abiertos a la voluntad del Dios a quien decían servir; y su estilo de imponer y abusar de privilegios por su posición) no eran queridas por Dios.

Ante esto, es normal que ellos quisieran reaccionar, y, por ello, se confabulan «para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones».

Entonces, recurren a un truco muy bien pensado. Le consultan sobre un tema delicado: «¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?».

Astutamente, quieren ver si pueden restarle el cariño de la gente, que lo seguía multitudinariamente (Mt 4,25) o ponerlo en problemas más graves.

Como en toda sociedad, en la suya pagar tributos no era voluntario. Pero, la situación del pueblo del Maestro tenía la particularidad de que era una Nación invadida por el imperio más grande de su tiempo. Para el emperador de los opresores, el César, era el dinero recaudado.

Sólo esa situación, históricamente, ha provocado fuerte resistencia en todo país colonizado. Pero en este caso particular, se suma al hecho de que el pueblo judío era sumamente religioso, creyentes en ser propiedad exclusiva del Dios Único. Tener que depender de una nación pagana, y financiarla, se sentía como algo abominable.

Por todo lo anterior, si alguien quería ganarse o mantener el cariño de la gente, no podía estar a favor de pagar impuestos.

Sin embargo, como sucede en toda tiranía, ir contra las normas que imponía el imperio, como sería el caso de declarar que no debían pagarse, era correr serios riesgos físicos.

De ese tenor era la trampa encerrada en la nada inocente pregunta que le hacen sus enemigos al Maestro.

Este, «en quien están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2,3), reconoce de inmediato la intención de sus adversarios: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?».

Así que no se pierde en argumentos estériles. Si la figura de la moneda es la del emperador, a él le pertenece, por lo que corresponde “devolvérsela”. Pero… y esta es la parte importante para todo aquel que se diga amigo de Jesús, también y, por sobre todo, es imperativo darle «a Dios, lo que es de Dios».

Conviene en este punto hacer una distinción previa importante: algunos asuntos corresponden a lo temporal, lo del tiempo en que nos toca vivir; y existen, por otro lado, los que pertenecen a lo Eterno, lo que tiene relación con el Creador y su querer: con la “imagen” de Dios.

Entonces, ¿dónde se encuentra la imagen de Dios (así como la del César está en una moneda), para poder “darle” lo suyo? Pues, en cada hombre y mujer de la Tierra, ya que, según recordamos «Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer» (Gn 1,26).

Se puede concluir, entonces, que todo lo que implica la estructura de nuestra sociedad, su buen manejo, su administración -ejemplificado en el pago de impuestos-, es parte de lo que, mal o bien, obramos los hombres, por lo tanto, del tipo de Estado que nos gobierna o del que permitimos que nos gobierne.

Pero todo lo que concierne a la dignidad de la principal criatura del Creador, a quien le ha dado el privilegio de ser sus hijos (Jn 1,12), esa, en su Nombre Santo, hay que cuidarla, preservarla y hasta defenderla, si es el caso, del abuso que los “César” de turno suelen cometer.


Parafraseando al mismo Jesús: si es necesario “servir” a Dios y a la autoridad, la prioridad debe ser que el ser humano no sea afectado (Hch 5,29). Porque si esto ocurre, no se “debería pagar el impuesto”, pues sería legítima la rebeldía contra la autoridad.

Próximamente, los ciudadanos de nuestro país participaremos en un plebiscito que decidirá un aspecto muy importante de nuestra vida en sociedad. No corresponde pedir “ayuda” al Señor al respecto (o invocarlo como argumento para alguna opción): la preferencia elegida es de nuestra exclusiva responsabilidad.

Sin embargo, lo que se debiese esperar de quienes se entienden como hijos suyos, es tener presente, en este y en todos los actos que puedan afectar a la persona humana, hacerlo con plena conciencia de estar aportando a la plenitud de vida de quienes son “de Dios”, ni más ni menos.

 

Muchas veces nos es difícil hacer la diferencia entre lo legítimamente debatible, en lo que respecta a la estructura de nuestra sociedad y sus instituciones, y lo que creemos que la fe defiende. Danos, Señor, de tu sabiduría para no perder de vista lo que realmente corresponde a Dios y actuar en consecuencia. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que también en las realidades de este mundo se manifieste en Quién creemos y cómo se cree en Él,

Miguel

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