miércoles, 21 de octubre de 2020

La esencia de la fe en el Dios de Jesús es el amor

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

25 de Octubre de 2020

Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Éxodo 22, 20-26 / Salmo 17, 2-4. 47. 51 Yo te amo, Señor, mi fortaleza / Tesalonicenses 1, 5-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 34-40


    Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
    Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Para realmente «servir al Dios vivo y verdadero» (2L), debemos tener presente que Él se identifica con los que sufren las injusticias, porque Él ya nos ha advertido que cuando aquellos le invoquen, «Yo escucharé su clamor […] porque soy compasivo» (1L). Es la misma sensación que ha tenido el salmista: «Invoqué al Señor […] y quedé a salvo de mis enemigos» (Sal). Entonces, debiese quedar claro que «el mandamiento más grande de la Ley» (Ev) no excluye, sino que incluye a Dios y al prójimo en la entrega generosa, es decir, en el amor.

No amor sentimental, sino muy activo.

La esencia de la fe en el Dios de Jesús es el amor. Cualquier otra práctica o manifestación de ese seguimiento del Nazareno debe estar necesariamente relacionada con esto. No cabe dudas de aquello, aun mirando someramente los evangelios.

Recordemos, por ejemplo, estas palabras del Maestro: «Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores» (Mt 5,46. 44)

Es que es, por sobre toda otra práctica, aunque parecemos olvidarlo, el distintivo de los cristianos: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35).

Es, además, muestra de que se tiene fe, ya que de verdad se conoce al objeto de esa fe: «Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8)

Pero, ojo, que no se trata de un amor abstracto, sino activo: «Vende todo lo que tienes y distribúyelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme» (Lc 18,22), porque «Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17)

Y después están las quemantes preguntas: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo?» (St 2,14-16)

En el evangelio para este día, ni más ni menos que «un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”».

Es decir, uno que se consideraba experto en Dios, quiere testear a este predicador sin títulos académicos, que es Jesús, acerca de cuál sería para él la prioridad de entre las más de 600 normas que contenía la Torá (los primeros cinco libros de nuestro Antiguo Testamento, donde se encontraban las leyes que, según su tradición, dictó Moisés en nombre de Dios, y a la que llamaban, simplemente, La Ley).

Entonces, el Nazareno responde lo que todo judío por siglos ha recitado, en lo que es comienzo del Credo de su religión (el llamado “Shemá”), el cual se recita dos veces al día y que corresponde al primero de los Diez Mandamientos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu».

Respuesta perfecta.

Sin embargo, Jesús agrega: «El segundo es semejante al primero…».

Espera. ¿Hay un segundo en correlación, pero de importancia similar?

Sí. Es que, para que tenga sentido el decir que se ama a Dios, quien es invisible a nuestros sentidos, hay que concretar ese sentimiento (1 Jn 4,20): «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Más aún, afirma, para mayor claridad del maestro de la Ley que le consulta -y para todos quienes después intentaremos seguir sus enseñanzas- que de la unión de estos dos mandamientos principales «dependen toda la Ley y los Profetas». O, en otras palabras: nuestra Biblia completa no se puede comprender sin relevar estos preceptos por sobre todos los demás.

La esencia de la fe en el Dios de Jesús es el amor.

Cuando los cristianos no nos esforzamos suficientemente por vencer nuestros egoísmos cómodos y nuestra indiferencia egoísta para poder buscar amar siempre todo y a todos los seres creados con amor por Dios, en consecuencia, se puede afirmar que no creemos realmente en Él y que estamos usando en vano el nombre de cristianos.

Así de fuerte, así de claro. Si es que queremos tomarnos en serio las enseñanzas de nuestro Maestro.

 

Tú nos conoces bien, Señor. Sabes que dentro nuestro pugnan dos fuerzas opuestas: una que empequeñece el potencial de servicio fraterno que el Padre Dios puso en nosotros al crearnos y la otra que quiere ser felices y libres en el amor como nos enseñaste. Fortalécenos en nuestra debilidad. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, la tan anhelada y esquiva coherencia de vida, para poder ajustar las acciones a la fe,

Miguel

 

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