miércoles, 28 de octubre de 2020

Santos en la práctica de la Justicia

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

1 de Noviembre de 2020

Solemnidad de Todos los Santos

 

Lecturas de la Misa:

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14 / Salmo 23, 1-6 ¡Benditos los que buscan al Señor! / I Juan 3, 1-3

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     4, 25—5, 12


    Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de Transjordania.
    Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
    «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
    Felices los afligidos, porque serán consolados.
    Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
    Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
    Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
    Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
    Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
    Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
    Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
    Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Quien sufra insultos, persecuciones y calumnias (Ev) por su entrega generosa a la construcción del Reino en la tierra, el cual implica aportar a humanizar cada vez más la vida, «recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador» (Sal). Porque «El que tiene esta esperanza en Él, se purifica, así como Él es puro» (2L) y pasa a formar parte de los Santos, los amados del Señor, que forman «una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» (1L).

Y no encerrados en templos, ni en sí mismos.

El evangelista Mateo gusta de presentar al Nazareno como un eco de los grandes personajes de la historia de su pueblo y, por lo tanto, de lo que es la primera parte de nuestra Biblia.

En este caso, el paralelo es con Moisés.

Este, subió a una montaña para recibir de parte de Dios los Mandamientos que, posteriormente, él dictaría, ante los suyos, multitudinariamente expectantes, como leyes para regular la convivencia de los hebreos.

También «Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles» su comprensión de cuáles serían las actitudes concretas de quienes buscan ser fieles a esos mismos Mandamientos.

Recientemente afirmamos que lo esencial de estos es vivir en el amor. Parece evidente, desde la perspectiva del Reino, que quien lo logra, se acerca mucho a la felicidad.

De hecho, justo unos versículos antes del fragmento que se nos presenta este día, Mateo nos relata la actividad misionera del Maestro: «Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente» (Mt 4,23).

La aplicación práctica de sus palabras, atendiendo las necesidades de la gente, explica el que, proveniente de todos los rincones del país y sus alrededores «seguían a Jesús grandes multitudes».

Pero lo principal, lo que le da sentido a toda esa actividad suya de servicio -lo que lo motivaba-, era la prédica de la noticia alegre de un Dios cercano a los más desvalidos.

Tal vez, por eso mismo, el término con que el Nazareno prefirió comenzar y reiterar en este sermón es “Bienaventurados”, el cual, en la traducción que nos llega, dice “Felices”, lo que es correcto, pero al que se le puede agregar un sentido de felicitación porque se ha esforzado por cultivar aquella actitud.

Teniendo en cuenta todo lo anterior y el que es necesario reconocer que hay toda una riqueza de sabiduría en estas palabras que no se puede agotar ni en este espacio ni en ningún otro, les invitamos a notar que este discurso comienza y culmina identificando a quienes «les pertenece el Reino de los Cielos» o, en otras palabras, quienes están más cerca del querer del Padre Dios. Estos son «los que tienen alma de pobres» y «los que son perseguidos por practicar la justicia», como una forma de destacar que todo lo demás se incluye dentro de este rango.

Porque, para que pueda residir en nosotros (y desde nosotros) el amor de Dios, es preciso, antes, escoger libremente vaciarse del amor a los bienes, ya que ambos son incompatibles en nuestra alma (Lc 16,13) y, luego saber que, probablemente, esto puede conllevar el tener que sufrir la censura y el acoso de los guardianes de las formas economicistas y mercantilistas de relacionarnos, porque para ellos, quienes pongan en duda el afán de lucro permanente e infinito, motor del capitalismo salvaje que nos domina, son una amenaza.

Pero el consuelo-promesa del Señor, ante esto es: «tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».

Para los que tienen una fe más arraigada en las alturas que en la tierra (quienes ya arrugaron la nariz por esta asimilación de las bienaventuranzas con algo tan “pedestre”) recordemos, a modo de ejemplo, palabras de uno de los profetas perseguidos que nos precedieron, hablando en nombre de Dios:

«Yo aborrezco, desprecio sus fiestas, y me repugnan sus asambleas. Cuando ustedes me ofrecen holocaustos, no me complazco en sus ofrendas ni miro sus sacrificios de terneros cebados. Aleja de mí el bullicio de tus cantos, no quiero oír el sonido de tus arpas. Que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable» (Am 5,21-24)

Otro: «¡Ay de los que proyectan iniquidades y traman el mal durante la noche! Al despuntar el día, lo realizan, porque tienen el poder en su mano. Codician campos y los arrebatan, casas, y se apoderan de ellas; oprimen al dueño y a su casa, al propietario y a su herencia. Por eso, así habla el Señor: Yo proyecto contra esta gente una desgracia tal que ustedes no podrán apartar el cuello, ni andar con la cabeza erguida, porque será un tiempo de desgracia» (Miq 2,1-3)

Más características de quienes llevan al Reino en el corazón, con espíritu de pobres y dispuestos a sufrir persecución: enfrentan con espíritu alegre la aflicción, porque cultivan la paciencia confiada en Dios, mientras, a la vez, anhelan y buscan la justicia y practican la misericordia, ya que su corazón no ha sido enturbiado por el mal. Todo esto es parte de su aporte para que todos vivan en armonía.

Es interesante que la Iglesia Católica haya escogido este texto preciso para conmemorar a “Todos los Santos”.

Sería un buen ejercicio este día contrastar si los santos que conocemos tienen esta misma pasión por la justicia.

En segundo término, preguntarnos si esto es un requisito (al menos uno de los importantes) para ser declarado santo.

Y, por último, (¿por qué no?) si, Jesús mismo destaca especialmente a quienes «tienen hambre y sed de justicia», ¿no será posible que existan muchos otros santos inquietos por estos temas, dentro y fuera de la fe, que no son ni han sido reconocidos como tales?

 

Se nos dijo, en nombre del Padre Dios: «Ustedes serán santos, porque yo, el Señor, soy santo» (Lv 20,26). Que podamos serlo en el espíritu de las bienaventuranzas, tal como nos enseñaste, y labor en la que nos sentimos acompañados por ti, Maestro de Amor, Misericordia y Justicia. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser más fieles a las enseñanzas de Jesús, intentando asumir sus consecuencias,

Miguel

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