miércoles, 9 de diciembre de 2020

Buscando ser fieles, pese a todo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

13 de Diciembre de 2020

Domingo de la Tercera Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 61, 1-2. 10-11 / Salmo Lc 1, 46-50. 53-54 Mi alma se regocija en mi Dios / Tesalonicenses 5, 16-24

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     1, 6-8. 19-28


    Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
    Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.»
    «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?» Juan dijo: «No.»
    «¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
    Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
    Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
    Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
    Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
    Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Casi como un mandato, Pablo señala: «Estén siempre alegres» (2L). Es que la alegría es un signo de que se cree en el Dios de las buenas noticias, por eso canta el profeta: «Yo desbordo de alegría en el Señor» (1L) y también María: «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador» (Sal). Esa es la expresión externa más clarificadora de que se da «testimonio de la luz» (Ev), y que esa alegría se alimente ayudando a los demás en sus necesidades.

Nadie dijo que sería fácil.

A muchos de quienes hemos intentado proclamar el evangelio en algún momento de nuestra historia, nos ha tocado ser sometidos a un escrutinio muy fuerte por parte de espontáneos jueces de la coherencia de los demás. Pero no hay que quejarse, ni perder el tiempo buscando razones que explicarían la saña en el cuestionamiento: ellos sabrán y responderán ante su propia conciencia.

Lo que nos toca es asumirlo como una de las consecuencias de querer ser fieles a nuestro amigo Jesús.

Además, está bien que se nos cuestione, o nos acomodaríamos demasiado fácilmente a una práctica de la fe demasiado indulgente con nosotros mismos, la que suele llevar a torcer el mensaje proclamado.

Así nos cuenta el evangelista que sucedió también con Juan, quien estaba «para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él» y, por ello, se lo acribilla a preguntas, del tipo: «¿Quién eres? […] ¿Qué dices de ti mismo?»

Pero sabemos -o deberíamos saberlo- que lo más importante para revelar de qué estamos hechos, no es lo que uno pudiese decir de sí mismo o de sus creencias, sino lo que uno efectivamente realiza.

Por ejemplo, Juan sintió que debía hacer algo y comenzó a invitar a la gente a convertir el corazón hacia Dios y bautizarse como un signo de compromiso personal por limpiarse de los pecados.

Es ilustrativo ver que a nuestro Maestro le ocurrió exactamente lo señalado. «Los judíos le preguntaron: “¿Quién eres tú?”» (Jn 8,25), no una sino muchas veces. Recordemos, entre otras, cuando en los días de su Pasión, cuando ya había dicho y hecho de todo ante ellos, el Consejo de las autoridades de su pueblo le conmina: «”Dinos si eres el Mesías”. Él les dijo: “Si yo les respondo, ustedes no me creerán”» (Lc 22,67).

Incluso nos encontramos con que el mismo Bautista llegó a tener dudas sobre su identidad, por lo que envío a que le preguntasen: «"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?". Entonces respondió a los enviados: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres» (Lc 7,20.22)

Es que así hay que “responder” los cuestionamientos: con hechos, no con palabras.


Y los hechos de Jesús demuestran que, como dirá Pedro, «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), porque de esa manera, en la concepción del Nazareno, se puede ir haciendo efectivo que «el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17,21). O, en otras palabras, esa es la forma de anunciar el evangelio.

Sin embargo, es preciso que tengamos presente el que la misión de todos quienes se atrevan a intentar anunciar la Buena Noticia del Amor de Dios es saber que no son la luz, sino testigos de la luz, que es Jesús (Jn 8,12): sus acciones compasivas y sus palabras llenas de misericordia.

Sólo así tiene sentido querer llamarse cristianos: buscando asemejarse lo más posible a lo que él hacía.

Y, como él, no preocuparse tanto de lo que opinen algunos, sino ocuparse de ser fieles a esta misión.

 

Nadie dijo y nadie debiese esperar que ayudar a transmitir tan buena noticia a la humanidad como es tu mensaje, Señor, sea fácil. No lo fue para ti, ni para ninguno de los que el Padre ha inspirado a hacerlo. Ayúdanos a ser cada vez más fieles y coherentes en esta misión. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no quedarnos en los obstáculos, sino dejarnos llevar por el gozo de ser los amigos de Jesús,

Miguel

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