miércoles, 2 de diciembre de 2020

¿Qué es y cómo ser parte de la Buena Noticia?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

6 de Diciembre de 2020

Domingo de la Segunda Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 40, 1-5. 9-11 / Salmo 84, 9-14 Muéstranos, Señor, tu misericordia / II Pedro 3, 8-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 1-8


Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.

Como está escrito en el libro del profeta Isaías:

      «Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti

      para prepararte el camino.

      Una voz grita en el desierto:

      Preparen el camino del Señor,

      allanen sus senderos,»

así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Es tiempo de esperanza, de creer que aún en medio de las realidades más duras de la vida es posible un futuro mejor, así, quien crea se caracterizará porque «La Justicia irá delante de él, y la Paz, sobre la huella de sus pasos» (Sal). Y, con ese auxilio divino, buscará responder al llamado: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Ev) y «¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!» (1L), que es la manera correcta de vivir el Adviento, no en cómoda quietud, sino, «esperando y acelerando la venida del Día del Señor» (2L), intentando asemejarnos a Él, en el intertanto, en su estilo servidor y sanador.

Ayudando a preparar sus caminos hacia los demás.

Existen dos grandes grupos de cristianos: unos son aquellos a los que su fe no les toca la vida cotidiana, ya que es extremadamente íntima y personal (“cristianismo invisible”) o, por el contrario, los que ésta les absorbe completamente, viendo pecado por todas partes y condenando a todos y todo (“cristianismo fanático”).

¿Qué tan correctos andan estos dos grupos?

El evangelio para este día parece querer decirnos que «la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» comienza cuando alguien deja atrás las comodidades de la vida diaria y se atreve a anunciarla (punto para los “fanáticos”), tomando el ejemplo del Bautista.

Pero, claro, eso no lo hacía desde una postura soberbia, sino humilde (le quitamos el punto a los “fanáticos”): «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias»

Los “invisibles”, por su lado, no obtienen ningún punto, porque, quien diga seguir a Cristo, no puede, no debe, tener una fe encerrada en sí mismo/a.

Unos y otros (y todos los demás), antes de todo, sería necesario que estuviésemos convencidos de que nuestra fe es, efectivamente, una Buena Noticia: una noticia feliz y que da alegría. Porque nadie puede dar de lo que no tiene.

Pero, para eso, es imprescindible afinar la mirada de tal manera de poder precisar cuál es esa noticia, cuál es su contenido.

A la Buena Noticia Jesús la llamaba Reino de Dios: cómo sería el mundo si su Padre, nuestro Padre, reinase en él.

Sería, entre otras cosas, si lográsemos convertirnos de nuestros pecados sociales. Hay mucho que debe cambiar al respecto.

Donde Dios reinase sería donde la Buena Noticia se concretase de estas formas, por ejemplo:

“Los de arriba” ya no pondrán el pie sobre los demás, sino que tendrán que ponerse a servir: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,42-45).

Y en este texto hay una pista luminosa para discernir qué es evangélico (Buena Noticia) y qué no: Jesús mismo, el Hijo del hombre, su palabra y su actuar, es la medida que no hay que perder de vista.

Sigamos: por contraposición a lo anterior, recordemos que “los de abajo” son los más cercanos al estilo del Reino: «Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir”» (Lc 21,1-4).

En el Reino de Dios van a quedar retrasados lo que se creían perfectos (Lc 18, 10-14), incluso les advierte a estos: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios» (Mt 21,31). Es decir, que la Buena Noticia acoge, antes que a ellos, a los últimos, a los desechados.

Y, finalmente, pero lo primero en importancia: lo que motivaba a Jesús a hacer y decir todo esto es que estaba convencido de que Dios no tiene nada que ver con la imagen con que lo anunciaban los profesionales de la religión de su tiempo (y aún hoy, algunos más): no era un ser distante, que reinaba desde el templo, adonde había que ir, obligatoriamente a adorarlo, ni uno al que había que temer: «Llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,21.23) «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,12-13) «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!» (Mt 7,11)

Nada de lo que se decía (y a algunos nos han dicho más contemporáneamente, insistimos, porque no deja de ser inquietante). El Dios de Jesús es Padre; el mejor. Por lo tanto, nosotros somos sus hijos y corresponde que nos tratemos como hermanos, cuidando a los más débiles de entre nosotros, como lo haría una buena familia. De esa manera se va construyendo el Reino de Dios.


Por eso, a Jesús lo podemos ver entre la gente normal, compartiendo, sanando, liberando, sirviendo. Y enseñando de una manera que todos entienden: con experiencias cotidianas y con su propia coherencia al hacer lo mismo que decía que era la voluntad de su Padre. «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,11)

La Buena Noticia, el Anuncio Gozoso, para que siga vigente, necesita que más de los que se llaman a sí mismos cristianos sientan como propio este llamado: «Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti». ¿Cómo? Siendo propagadores de la Feliz Noticia, preparándole el camino al Hijo de Dios, asemejándose mucho a su forma de actuar, para que él pueda llegar hasta ellos, de tal manera que más personas tengan la posibilidad de conocer el camino que el Padre Bueno nos ofrece para hacer mejores las vidas de todos.

Así puede comenzar la Buena Noticia en la vida de muchos.

 

Ayúdanos, Señor, a hacer de la vida de todos nosotros algo semejante a lo que canta el salmista: «El Señor me recompensó por mi justicia, me retribuyó por la inocencia de mis manos: porque seguí fielmente los caminos del Señor, no me aparté de mi Dios, haciendo el mal» (Sal 18), pudiendo así ser parte de la Buena Noticia para los demás. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, hacer de la vida una Buena Noticia de cariño, cuidados, preocupación y ocupación por los demás, dentro de nuestras posibilidades,

Miguel

 

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