miércoles, 16 de diciembre de 2020

Motivos para celebrar con alegría la Navidad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

20 de Diciembre de 2020

Domingo de la Cuarta Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

II Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16 / Salmo 88, 2-5. 27. 29 Cantaré eternamente el amor del Señor / Romanos 16, 25-27

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     1, 26-38


En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»

María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»

El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»

María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el Ángel se alejó.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Hay «un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado» (2L): Dios actúa en el mundo por medio de nosotros. Por eso envía al profeta a decir: «Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo» (1L). Y también estaba junto a María para que se llenase de alegría porque, si accedía a su invitación, cambiaría el destino de su pueblo (Ev). Es como para unirnos al salmista cuando expresa: «Cantaré eternamente el amor del Señor» (Sal) y unirnos a todos aquellos que trataron de hacer acción su “Sí” a Dios.

Aún hoy, aún en estas circunstancias.

Nos acercamos a celebrar el misterio de la Navidad. ¿Qué significado tendría este acontecimiento hoy, en pleno siglo XXI, para nosotros?

Es que en nuestros días olvidamos que también se nos podría anunciar: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Veamos por qué:

El texto de este día nos recuerda el papel fundamental de ¡una mujer!, María. Valoramos poco este dato. Como que asumimos que tuvo que haber una y le tocó a ella. No habría mucha novedad en esto.

Pero ese es un notable error.

Si Dios -con todo «el poder del Altísimo»- quiso intervenir en la historia humana, bien podría haberlo hecho apareciendo como un hombre adulto. ¿Acaso algo se lo podría haber impedido?

Pero no: Él quiso hacer toda nuestra experiencia humana. Es así que Dios, después de este acontecimiento, bien podría decir, como Publio Terencio: “Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”.

Lo que nos recuerda que uno de los motivos por los que podemos celebrar la Navidad es que, desde ese acontecimiento, Jesús es «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Lo que implica que, en todas las vicisitudes de nuestra vida personal y colectiva, no estamos solos: Dios está a nuestro lado con perfecta conciencia de lo que nos sucede. Y que podemos confiar en Él, «porque no hay nada imposible para Dios».

Lo segundo importante de este texto es lo que ya insinuamos: hizo falta una mujer para que esta maravilla fuese posible. Es decir, que el Todopoderoso Señor del Cielo y de la Tierra (Sal 24,1) “necesitó” de una fémina y de su respuesta a su “proposición” para hacer efectiva su Encarnación. ¿Quiénes somos, entonces, los mortales para menospreciar y poner en segundo lugar a la mujer en nuestra sociedad?

Un segundo motivo de celebración, por lo tanto, sería que en Navidad también Dios nos enseña a revalorar (a devolverle la dignidad original) a la mujer como ser fundamental.

Después, tenemos otra consecuencia del “Sí” de María a la intención de Dios de enseñarnos el camino a la plenitud y la perfecta belleza, “desde dentro”: por su intermedio, Él pasa a formar parte de la familia humana y nosotros parte de la familia de Dios (Ef 2,19).

Otro motivo para celebrar la Navidad sería, entonces, que, a partir de este nacimiento, nuestro Dios ha entrelazado su vida divina con la nuestra por puro derroche de su Amor Infinito. Y ese amor poderoso, por lo tanto, misteriosamente, también corre por “nuestras venas”.

Estamos llenos de su Gracia.

Y, así, habría muchas otras razones que sería posible ir descubriendo que nos ayudasen a alimentar la alegría en esta fiesta de Navidad. Dejémoslo hasta aquí, por ahora.

Podríamos concluir, en consecuencia, que el árbol, la corona, el pesebre, los regalos, la cena y cualquier otra costumbre que tengamos para esta festividad pueden ser buenas, pero alcanzan su sentido cristiano en la medida que sirvan para descubrir motivos para la alegría, pese a las dificultades inevitables de la vida humana, sabiendo que contamos con Dios en ellas, y aprendiendo a mirar a los demás como hermanos (con especial cuidado y respeto por nuestras hermanas), hijos del mismo Padre.

Y las alegrías se comparten. Por eso, si permitiésemos actuar al amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rom 5,5) -a Quien estamos tan unidos desde el acontecimiento de la Navidad, como hemos dicho-, buscaríamos que más personas encuentren la alegría en este tiempo, aliviando las carencias de los más desamparados, por ejemplo.

Y si no sabemos cómo hacerlo directamente, tratando de apoyar las iniciativas de aquellos que han organizado creativamente su solidaridad para esto.

 

La fiesta de tu Nacimiento, Señor, corre permanente riesgo de quedar sepultada por la rutina de prácticas de las que ya olvidamos su origen, y por el agobio de las compras, el ruido y las luces. Ayúdanos a devolverle el sentido de perfecta alegría que tiene todo lo relacionado contigo y de ti con nosotros. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, celebrar esta Fiesta intentando acercarnos al espíritu servidor de Jesús,

Miguel

 

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