miércoles, 23 de diciembre de 2020

¿Signos de contradicción?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

27 de Diciembre de 2020

La Sagrada Familia

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3 / Salmo 104, 1-6. 8-9 El Señor, se acuerda eternamente de su Alianza / Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     2, 22-40


Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Se nos ha enseñado que «Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia» (2L) y porque «creyó en el Señor, […] se lo tuvo en cuenta para su justificación» (1L). Entonces, como «Él se acuerda eternamente […] del pacto que selló con Abraham» (Sal), para cumplir sus promesas, enviaría a alguien de su linaje a ser «luz para iluminar a las naciones» (Ev), de tal manera que mostrara a la humanidad el camino que la llevaría desde la fe hacia ser parte de la familia de Dios.

Que afecten a quienes se debe y no a quienes nos resulte más sencillo.

Un humorista decía que ser católico es fácil; basta decir que uno lo es y nada más. Entonces, después, con los avatares de la vida, uno se olvida o se aleja completamente de la fe. Hasta que llega un cáncer, por ejemplo, y ahí el personaje dice: “¡Volví!”.

Y listo.

Al parecer, como se dice coloquialmente: “esto no es chiste”, ya que refleja, más o menos, el estilo de la mayoría (incluidos los de muchas otras ramas del cristianismo).

O, al menos, así se percibe.

Nos guste o no, las personas se guían por estereotipos, caricaturas, generalizaciones y prejuicios -los cuales se basan en alguna realidad previa, pero distorsionada o magnificada- para calificar a grupos enteros. Eso, como regla general, no debiese importarle mucho a nadie, ya que no hay forma de dar en el gusto a todos, por lo que pretender vivir la propia vida pendiente de los que los otros opinen, impide manejarla según opciones y convicciones auténticamente personales.

Sin embargo, hemos aprendido de Jesús que las actitudes y palabras de los creyentes son muy relevantes «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Así lo entendió, por ejemplo, Pablo, quien enseña a sus discípulos: «Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse» (1 Cor 10,33).

El texto que se nos presenta este día -un tanto escondida entre las maravillas de los acontecimientos de “la más bella historia jamás contada”-, contiene una tremenda profecía: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».

Y de esa manera fue concretamente en la vida adulta de Jesús, ya que claramente sus enseñanzas y acciones fueron controvertidas; nadie quedó indiferente ante él. Tanto fue así que los poderosos lo acallaron (según creyeron) definitivamente en la cruz.

Pero ¿qué dice la imagen que se tiene de los creyentes en Cristo? ¿qué tipo de signos de contradicción somos? ¿cómo “se manifiestan nuestros pensamientos íntimos”? ¿cuándo levantamos la voz públicamente?

Mediáticamente los cristianos solemos ser muy vehementes en los mal llamados “temas valóricos”. Sin embargo, no tenemos palabras incuestionables de quien consideramos nuestro Maestro contra el divorcio, el aborto, la homosexualidad y otros asuntos que nos parecen muy modernos, pero que han existido en todas las culturas y, por cierto, también en la suya, sin causarle escándalo, por lo que sabemos.

De lo que sí tenemos enseñanzas muy claras de su parte -y, por lo tanto, se podrían considerar más adecuadamente como valores cristianos-, son, por ejemplo, de:

la solidaridad (Lc 10,25-37);

el amor al prójimo (Mt 22,39);

la justicia (Mt 6,33);

el servicio (Mc 9,35).

Podríamos resumir al respecto que Jesús valora por sobre todo las acciones que ayuden a que la vida de los demás sea más plena (Jn 10,10).

Y, ya que estamos en esta conmemoración, digamos que la Sagrada Familia merece ser venerada no porque son un modelo de padre-madre-hijo (como les gusta a los moralistas), porque sería injustamente doloroso para todas las otras conformaciones de familia posibles, sino porque en ella hubo respeto, amor, cuidado mutuo y sincero deseo de hacer la voluntad de Dios.

Entonces, cuando se pone en entredicho la dignidad humana, como puede suceder muchas veces, debido a nuestros imperfectos sistemas de organización sociales, correspondería que los cristianos, para ser coherentes, nos indignásemos y tomásemos posición clara, porque, la esencia del cristianismo (siguiendo el ejemplo de Cristo) es ser frío o caliente, nunca tibio (Ap 3,15-16) y los que son así provocan la inevitable reacción de los injustos.


El evangelio para este día nos recuerda al niño que comienza su vida pública en brazos de sus padres en el Templo de Jerusalén. Linda escena. Pero él crecerá y traerá fuego a la tierra (Lc 12,49).

Si esa llama ha perdido fuerza en nuestros tiempos se debe a que los cristianos, en su inmensa mayoría, hemos dejado de ser relevantes, hemos dejado de ser “signos de contradicción” para los poderosos, como lo fue Jesús en su tiempo, porque nos hemos quedado en prácticas que no los afectan.

Peor aún, habiendo dejado de lado lo más sagrado para el Dios de Jesús -que también es nuestro Padre-: a la persona humana (Mc 2,27).

 

Intentamos ser fieles a tu mensaje, Señor. Sin embargo, como bien lo sabes, con demasiada facilidad perdemos el rumbo, yéndonos por lo accesorio, dejando de ver lo esencial. Guía nuestra búsqueda de coherencia, volviéndonos siempre hacia tu Palabra y tu ejemplo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, la necesaria coherencia para que tenga sentido el llamarnos cristianos,

Miguel

 

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