miércoles, 27 de enero de 2021

Intolerantes con la violencia

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

31 de Enero de 2021

Domingo de la Cuarta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Deuteronomio 18, 15-20 / Salmo 94, 1-2. 6-9 Ojalá hoy escuchen la voz del Señor / I Corintios 7, 32-35

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 21-28


    Jesús entró en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
    Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
    Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
    Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Señor ha anunciado que, siempre que sea necesario, nos enviará un profeta: «pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que Yo le ordene» (1L), para «que ustedes vivan sin inquietudes» (2L). Lo podremos identificar en que actuará semejante a Jesús: hablando con autoridad y expulsando el mal (Ev). Es normal que ante esto sintamos agradecimiento reverencial y «Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó» (Sal) y, luego, dedicar la vida -o parte de ella- a anunciar su Buena Noticia.

Coherentes con el Profeta del amor misericordioso de Dios.

En una meditación anterior insinuamos el recuerdo de que ha habido muchos momentos en la historia en que el cristianismo no ha sido coherente con las enseñanzas de paz y amor de Cristo. Puede ser necesario este día ser más claros en esto.

Un ejemplo muy claro es que se suele romantizar los más de 500 años de “evangelización” en nuestra tierra americana, pero olvidando (y hasta censurando) que esta conllevó una auténtica masacre para imponerles un Dios a los aborígenes que vivían en paz con el Creador a su manera. Esta poco se ha reconocido y menos se ha pedido perdón acerca de este origen aberrante de nuestra fe en estas tierras.

“He visto por mis ojos, no leído en historias que pudieran ser mentirosas, y he palpado por mis manos cometer contra aquellas gentes mansas y pacíficas las mayores cruel­dades y más inhuma­nas que jamás nunca en generaciones por hombres crueles ni bárba­ros irracionales se cometieron, y éstas sin ninguna causa ni razón, sino solamente por la codicia, sed y hambre de oro insaciable de los nuestros”, denunció al respecto el fraile dominico Bartolomé de Las Casas.

Hitler, por su parte, proclamaba al cristianismo como la base de la moral de su régimen y en aquel tiempo existieron los “Deustche Christen” (cristianos alemanes) que se presentaban como “las S.S. (policía secreta torturadora nazi) de Cristo en lucha por la destrucción de los males físicos, sociales y espirituales”.

Sumemos el caso del dictador por 40 años de España, Francisco Franco, quien oró públicamente en un templo católico de esta manera: “Señor: acepta complacido la ofrenda de este pueblo que, conmigo y por tu nombre, ha vencido con heroísmo a los enemigos de la verdad que están ciegos. Señor Dios, en cuyas manos está el derecho y todo poder, préstame tu asistencia para conducir a este pueblo a la plena libertad del imperio, para gloria tuya y de la Iglesia. Señor: que todos los hombres conozcan a Jesús, que es Cristo, Hijo de Dios vivo”

Se sabe: cualquiera puede hablar de Dios. Pero no cualquiera lo hace «como quien tiene autoridad».

La diferencia está en que estos últimos, como Jesús, viven coherentemente su fe en el Dios que es Amor (1 Jn 4,8), amando a los demás, porque «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

Pues bien (o mal), hemos recordado someramente que en la historia han existido personajes deleznables (que han decidido no considerar hermanos, hijos de Dios, a los demás, sino enemigos) que se han llamado cristianos, mientras torturaban, asesinaban y cometían muchas otras atrocidades o, más probablemente, obligaban a subordinados a practicar estas aberraciones inhumanas: ellos estaban y están habitados por espíritus impuros, por lo que sería correcto que, en su nombre, mandásemos que callasen.

Eso implicaría, por ejemplo, que algunos pastores y todos los que también nos decimos seguidores de Jesús seamos capaces de enfrentarlos, aunque sean muy poderosos y denunciar estas aberraciones contra lo más sagrado para él -porque es lo más sagrado para Dios-: la persona humana. Y no tolerarlas ni, menos, bendecirlas.

Ok. Puede que hasta ahí estemos teóricamente de acuerdo (Dios quiera), pero hay una segunda columna de este edificio de la coherencia del mensaje cristiano en el mundo que nos compete a cada uno, a cada una: porque, supongamos que estamos de acuerdo en denunciar lo anterior; está bien, pero, a la vez corresponde que en nuestra propia vida no exista violencia de ningún tipo contra otros.

Debiese ser obvio, aunque, como la práctica demuestra lo contrario, digamos que no son coherentes con la fe que dicen profesar aquellos cristianos varones que denigran, subvaloran y menos que menos, quienes agreden a las damas; tampoco aquellos, hombres y mujeres, que han enseñado (muchas veces no directamente, pero sí con su ejemplo) a sus hijos a burlarse y atacar a sus compañeros de estudios o de barrio (el bullyng); y, pese a mucho discurso sacado de contexto de las propias Santas Escrituras, no lo son tampoco quienes dan un maltrato de palabra u obra a quienes tengan opciones o inclinaciones afectivas distintas al patrón que se considera habitual.


Resumiendo: «El que no ama no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8), por más que lo invoque públicamente, diga inspirarse en Él, use crucifijos, asista al culto semanalmente (cuando la pandemia se lo permite) o camine con la Biblia bajo el brazo.

Por el contrario, quien busca amar y respetar a todos los demás en sus infinitas diferencias (en proceso de lento, pero permanente aprendizaje), cuando proclama la Buena Noticia, se percibe que «enseña de una manera nueva, llena de autoridad». Y se entiende nueva por distinta a la palabrería inconsistente que, lamentablemente, tanto abunda.

 

Nos gusta llamarnos cristianos, Señor, pero no tanto tener que ajustar nuestras opiniones, percepciones y opciones a tus enseñanzas, porque nos pesa el acostumbramiento y la comodidad de seguir a otros irreflexivamente. Auméntanos la fe, para que aumente nuestra coherencia. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no ser quienes lo hacen, pero tampoco permitir que se profane el nombre de Dios, violando la dignidad de sus hijos, nuestros hermanos,

Miguel

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