miércoles, 10 de febrero de 2021

Compasivos-misericordiosos como Jesús

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

14 de Febrero de 2021

Domingo de la Sexta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Levítico 13, 1-2. 45-46 / Salmo 31, 1-2. 5. 11 ¡Me alegras con tu salvación, Señor! / I Corintios 10, 31—11. 1

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 40-45


En aquel tiempo, se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme.» Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.»

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

La lepra, más que otras enfermedades, hacen que quien la padezca, se condenado de esta forma: «Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento» (1L). Es decir que, además de sufrir sus desagradables síntomas, acarreaba aislamiento. Por eso, para liberarse de tanto mal, el leproso, de rodillas clama esperanzado: «Si quieres, puedes purificarme» (Ev). Y, al conseguirlo, vive como aquel «¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!» (Sal). Hoy hay nuevas “lepras” que también provocan que haya marginados en nuestro tiempo y nosotros somos los llamados a purificarlas por amor, siguiendo el consejo de Pablo: «háganlo todo para la gloria de Dios» (2L).

Porque hace falta, porque nos hace falta.

0Como todo en nuestra vida, existen conceptos que pueden provocar efectos muy positivos en unos y devastadores en otros.

"Las cosas no son difíciles. Son difíciles porque no nos atrevemos", se dice que dijo el antiguo pensador Séneca. Otras: ”El éxito en la vida no se mide por lo que logras sino por los obstáculos que superas.” “Las dificultades no existen para hacerte renunciar sino para hacerte más fuerte.”

Y así, muchas frases más por el estilo, muy bienintencionadas, pero con una carga implícita de obligación de superación que puede abrumar, debido a que, si, por múltiples posibles motivos, alguien no es capaz de llegar al éxito, sólo se debería a que no lo intentó suficiente. Es entonces que palabras sabias como las anteriores pueden provocar frustración, culpa y autorecriminación.

Esto sucede porque la vida es bastante más compleja que una sentencia con palabras ingeniosas.

Por el contrario, parece más amable hacer propia la oración que dice:

Señor,

concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

el valor para cambiar las cosas que puedo,

y la sabiduría para reconocer la diferencia.

Sin embargo, hay otra frase, breve y muy poderosa, que la hace ser muy utilizada: “Querer es poder”, la que puede servirnos para meditar este pasaje del evangelio, porque acierta plenamente en el sentido de que para poder lograr lo que sea, obviamente, primero hay que querer lograrlo.

Querer es poder. Jesús siempre quiso sanar, ayudar, hacer sentir bien. Eso le daba poder para ser el servidor generoso de todos, como recordábamos recientemente. Es que a él no le ganaba el egoísmo indiferente que azota a nuestra humanidad: él se compadecía del sufrimiento de los demás. Y ese sentimiento lo movía a hacer algo al respecto, cada vez.

Esto era así porque, nuestro Maestro de vida fue coherente con sus enseñanzas.

Él había invitado a sus seguidores: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).

He aquí una de las grandes novedades de sus enseñanzas.

A los judíos se les había instruido y se lo seguía haciendo en su tiempo, que Dios había mandatado: «ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo» (Lev 11,44).

El contexto de ese pasaje era el tema de la pureza. Entonces, las personas de la religión fueron interpretando este mandamiento como un permanente rechazo: para ser santos-puros como el Señor hay que alejarse de (discriminar a) enfermos -por cierto, los leprosos-, pecadores, prostitutas… este y el otro.

Sin embargo, el Maestro tenía una vivencia distinta del amor de su Padre, porque para él la característica principal suya no era tanto la pureza-exclusión, sino la misericordia (compasión)-inclusión.

Lo refleja en parábolas como la del padre misericordioso, la oveja perdida y otras, bastante conocidas.

Pues bien, si entendemos que la misericordia es hacer pasar por el propio corazón la miseria de los demás, cuando alguien se deja tocar por el sufrimiento de otros, este deja de ser ajeno y pasa a ser propio -del propio “corazón”- y por eso la persona compasiva se siente compelida a actuar en concreto para mitigar o erradicar dicho dolor.

Eso explica la tan tiernamente humana reacción del Nazareno en el evangelio de este día: «Se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme.” Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado.”»

Otras ocasiones memorables en que se manifiesta la compasión activa de Jesús:

«Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre» (Lc 7,12-15)

«Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”. Él respondió: “Denles de comer ustedes mismos” (Mc 6,34-37)

Y así, muchas más que demuestran que lo suyo no es un acto pasajero, sino un estilo, parte de las enseñanzas que nos dejó a sus seguidores.

Sabemos que el mundo suele ser rudo y cruel con muchos, por lo que haría bien más compasión en él. Sería maravilloso que los cristianos lo entendiésemos como parte de nuestra esencia y aportásemos ese ingrediente a la vida de todos.

 

Nos falta tener más conciencia del aporte que podemos hacer a nuestro entorno; nos es más fácil quejarnos de lo que está mal. Sabemos que al mundo le falta y necesita más gestos, acciones y opciones compasivas, como las tuyas, Señor. Impúlsanos a dar de lo que ya tenemos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir, cada vez más y cada vez mejor, la necesidad y los beneficios de ser más compasivos,

Miguel

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