miércoles, 10 de marzo de 2021

La finalidad de la venida de Cristo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

14 de Marzo de 2021

Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

Crónicas 36, 14-16. 19-23 / Salmo 136, 1-6 ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios! / Efesios 2, 4-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     3, 14-21


Dijo Jesús:

«De la misma manera que Moisés

levantó en alto la serpiente en el desierto,

también es necesario

que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

para que todos los que creen en Él

tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo,

que entregó a su Hijo único

para que todo el que cree en Él no muera,

sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo

para juzgar al mundo,

sino para que el mundo se salve por Él.

El que cree en Él, no es condenado;

el que no cree, ya está condenado,

porque no ha creído

en el nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio:

la luz vino al mundo,

y los hombres prefirieron

las tinieblas a la luz,

porque sus obras eran malas.

Todo el que obra mal

odia la luz y no se acerca a ella,

por temor de que sus obras sean descubiertas.

En cambio, el que obra conforme a la verdad

se acerca a la luz,

para que se ponga de manifiesto

que sus obras han sido hechas en Dios.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nos recuerda la Biblia que, a través de la historia, «El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo» (1L), de tal manera que pudiésemos corregir la maldad que nos afectaba. Ocurre que «Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (2L). Porque «después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo» (Hb 1,1-2) y su enseñanza fue la entrega total por nosotros, para que después hiciésemos lo mismo unos por otros, «Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Ev).

Para que tengamos Vida eterna (buena, plena).

Tristemente, existen cristianos y grupos de creyentes de los que se conoce más o menos bien a qué se oponen o qué critican, pero cuesta más saber qué es lo que proclaman, qué los motiva a decirse cristianos.

De lo que trasciende hacia afuera, se conoce que uno de los juicios más severos por parte de quienes se definen como seguidores de Jesús contra otros suele ser apuntar a quienes no creen en él o siquiera en Dios, como si ellos hubiesen hecho algún esfuerzo personal o se hubiesen aplicado de manera sobresaliente en quién sabe qué acciones que les consiguieron el “premio” de la fe…

Habría que decir unas cuantas cuestiones al respecto, de acuerdo a las enseñanzas de nuestro Maestro de vida y a las reflexiones sobre estas que han elaborado quienes nos antecedieron en este caminar durante los dos milenios pasados. Entre otras:

1.    Hay, por lo pronto, una enseñanza muy clara al respecto: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados» (Lc 6,37).

2.    Da bastante que pensar, por otro lado, el hecho de que no conocemos críticas suyas a paganos o ateos por el hecho de serlo. Sí, en cambio, y bastantes, a los creyentes y su coherencia.

3.    Como si fuera poco, desde los primeros tiempos del cristianismo y hasta hoy existe consenso en que la fe no es obra propia, sino un don que otorga Dios mismo, por lo que no corresponde criticar a nadie (menos al Señor, quien así lo decide en su soberanía misteriosa) por no haber recibido dicho regalo.

Pues bien, como sabemos el siguiente texto ha sido muy resaltado siempre en las prédicas: «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera». Esto, porque sintetiza muy bien la misión de Jesús entre nosotros. Sin embargo, debido a nuestras debilidades e inseguridades, muchas veces lo hemos convertido en algo semejante a lo que denunció Jesús en su tiempo: «Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás» (Mt 23,4), ya que históricamente le hemos quitado el sentido liberador a estas palabras para acentuar lo que entendemos como una obligación que surge de ellas: hay que creer en el Hijo… o se está perdido irremediablemente.

Pero preguntémonos: ¿qué pasaría, en ese caso, con los millones que durante siglos y siglos (antes y después de Cristo), por distintas circunstancias, hasta políticas, no han tenido acceso al Evangelio? A ese Dios misericordioso que amó tanto al mundo… ¿no le alcanzaría el afecto para ellos, pese a su inocencia en este “crimen”?

Y, peor aún, ¿qué sucede con aquellos a los que se les hace imposible creer o dejaron de hacerlo porque fueron testigos o víctimas de los horrores cometidos por personas que se identificaban, precisamente, como creyentes en Él? Acaso ese Dios tan lleno de amor, ¿no tendría algo (o mucho) de este para esas personas menos culpables aún?

Nosotros creemos firmemente que el Dios Padre de Jesús tiene un amor mucho más grande que los límites que torpemente algunos intentamos imponerle; que si Él es Amor (1 Jn 4,8), lo es completamente, por lo que no está en su naturaleza regatearlo para unos sí y para otros no.

Y nos basamos para estas afirmaciones en las múltiples enseñanzas del Hijo muy querido, a quien se nos ha mandatado escuchar (Mt 17,5), pero también, y sin ir más lejos, porque inmediatamente después de lo destacado más arriba dice, como explicando a qué se debe la decisión de enviar al Hijo: «Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»


Es decir, que hay que comprender que la venida de Cristo tiene como finalidad -como objetivo fijado por el amor de Dios- la salvación, no el juicio.

Entonces podríamos concluir en que, como no sabemos ni tenemos cómo saber por qué se nos otorgó la fe a nosotros y no a aquellos y, menos, como hemos dicho, tenemos algún mérito que nos haga superiores a quienes no creen, serviría mucho más que anunciar castigos, vivir como salvados/liberados, lo que podría ayudar mucho más a creer a otros.

 

Gracias, Señor, por el bello don de la fe que nos concedes. Te pedimos que permitas también que podamos ser más coherentes con ella y manifestar nuestra gratitud siendo menos juzgadores y más acogedores con los demás, crean lo que crean o, incluso, legítimamente no creyendo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar formas más eficientes y eficaces para ser mensajeros de la salvación/liberación que anunció Jesús,

Miguel

 

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