miércoles, 24 de marzo de 2021

Que logren escandalizarnos todas las cruces

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

28 de Marzo de 2021

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Evangelio de la Procesión de Ramos: Marcos 11, 1-10

Lecturas de la Misa: Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11

 

+Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     15, 1-39


En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este lo interrogó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices». Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.

Pilato lo interrogó nuevamente: «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!». Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.

En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo: «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?». Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.

Pilato continuó diciendo: «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo! Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: «¡Salud, rey de los judíos!». Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo. Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.

Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo». Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.

Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo».

Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.

Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

En nuestra vida de fe, cada quien podría decir, como el Profeta: «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo» (1L). El objetivo de esto es que nos atrevamos a afirmar después: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), no sólo con palabras, por cierto, sino con hechos que sean consecuentes con ese decir, siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro y Señor, quien, de esa forma, demostró ser «el que viene en nombre del Señor» (Ev), de tal manera que, pese a ser, según lo que creemos, el Hijo Único de Dios, «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (2L). ¿Qué menos que buscar servir nosotros a nuestros hermanos, también, debiese esperarse de nosotros?

Una invitación a desacostumbrarnos.

Se cuenta la historia de una profesora occidental en China (país en el que, como sabemos, el cristianismo es inmensamente minoritario), a la que se le ocurrió como actividad llevar a sus alumnos a conocer un templo católico. El resultado fue que los niños quedaron aterrados por la imagen que no lograban comprender de ese hombre crucificado y sangrante…

Nosotros, a fuerza de verla tanto, ya estamos anestesiados ante tan violenta imagen. Y eso bien puede ser un símbolo de un estado de indiferencia que parecemos tener también la mayoría de nosotros acerca del significado de ésta: ¿en qué afecta o debiese afectarnos la muerte en cruz de nuestro Maestro de vida? ¿hay algún cambio que debiésemos hacer al respecto?

Como una forma de sacudir esa fe con modorra que señalamos, compartimos este brevísimo fragmento de una obra llamada “Pasión de Cristo, pasión del mundo”, del teólogo Leonardo Boff.

La idea no es convencer de nada, sino que ojalá esas palabras -estemos de acuerdo con ellas o no- y, aprovechando el inicio de la Semana Santa en la cual este signo es tan trascendente, sacudan y hasta escandalicen nuestro cristianismo bastante rutinizado.

Nuestra modesta intención (en esta como en todas las otras meditaciones que hemos hecho llegar a ustedes) es provocar una reflexión crítica, adulta y del siglo XXI, sobre lo que habitualmente damos por sabido y lo que nos han dicho que debe creerse, sin saber bien por qué o para qué.

Vamos con el texto:

“Pocos temas de la teología han sido tan manipulados y corrompidos en su interpretación como éste de la cruz y de la muerte de Jesucristo. En especial las clases adineradas y detentadoras del poder han empleado el símbolo de la cruz y el hecho de la muerte redentora de Cristo para justificar la necesidad del sufrimiento y de la muerte en el horizonte de la vida humana.

Se dice, piadosa y resignadamente, que cada uno debe cargar con su cruz día a día, que lo importante es hacerlo con paciencia y sumisión; todavía más: que por la cruz llegamos a la luz y reparamos a la infinita majestad de Dios ofendida por los pecados personales y por los del mundo.

Este tipo de discurso es extremadamente ambiguo y se presta a una fácil manipulación. No arranca ciertamente de la muerte histórica de Jesús, que no fue ninguna fatalidad ni fue vivida en la resignación. Aquella muerte fue provocada, inducida desde fuera y ejecutada con violencia. Fue el resultado de una praxis de Jesús que afectaba a los fundamentos mismos de la sociedad y de la religión judaica; éstas no habían conseguido asimilar a Jesús y acabaron por expulsarlo de sí por la vía de la liquidación física. Tal fue el precio que hubo de pagar por la libertad que se había tomado, la consecuencia del combate sostenido en contra del fariseísmo, el privilegio, el legalismo, el endurecimiento del corazón ante Dios y ante el hermano. Él sufrió y murió luchando contra las causas objetivas que generaban y todavía


generan el sufrimiento y la muerte. La apelación a la muerte y a la cruz puede ocultar la iniquidad de las prácticas de aquellos que precisamente están provocando la cruz y la muerte de los demás. Esa apelación no es más que una vulgar ideología que propicia que el sufrimiento y la muerte prosigan su obra avasalladora en términos de explotación, relaciones injustas entre personas y clases, privilegios y dominación. La cruz de Cristo no puede ser interpretada de tal manera que deje abierto el camino a semejante instrumentalización. La gloria de Dios no consiste en que el hombre sufra, sea expoliado y crucificado día a día, sino en que viva y sea feliz. Nuestro Dios no tiene el rostro de los dioses paganos que envidiaban la felicidad de los hombres. Es un Dios que nos impele a vivir de tal modo que se haga cada vez más remota la posibilidad de repetición del drama de la crucifixión de Cristo y de los demás hombres a lo largo de la historia. La muerte de Cristo fue un crimen y no la necesidad de la voluntad de un Dios ávido de reparación de su honra ultrajada, preocupado de la estética de las relaciones entre Él y la humanidad”

 

Que nos escandalice por fin tu cruz, Señor. Que no dejemos tampoco de sentirnos escandalizados por todas las cruces que padecen nuestros hermanos. Y, por último, que no romanticemos ninguna cruz, porque ni son adornos, ni el sufrimiento de nadie es bello. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, combatir las cruces, las propias y, sobre todo, las que afectan a demasiados hermanos nuestros,

Miguel

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