miércoles, 28 de abril de 2021

Permanecer en el estilo de Jesús

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

2 de Mayo de 2021

Domingo de la Quinta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 9, 26-31 / Salmo 21, 26-28. 30-32 Te alabaré, Señor, en la gran asamblea / I Juan 3, 18-24

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     15, 1-8


Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Se nos cuenta que la Iglesia de los comienzos «crecía en número, asistida por el Espíritu Santo» (1L); eso sucedía cuando la gente veía que ellos alababan a Dios sirviendo a los hermanos, como anunciaba la Palabra: «cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse» (Sal), y como anunció el mismo Señor: «El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto» (Ev); es que no hay forma de ser de Cristo (ser cristiano), de permanecer en él y ser infértil. Por eso, «no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (2L). Amén.

Creo en el servidor de todos.

Sin pretender polemizar ni, menos, escandalizar, les invitamos a revisar el rezo del Credo que innumerables veces hemos repetido durante nuestra vida creyente.

En este expresamos la fe en Jesús como hijo único de Dios, quien fue concebido y nace mediante un milagro e inmediatamente después afirmamos que padece, muere y resucita... Es decir, nos saltamos, por lo que no creeríamos tanto (al menos según esa fórmula), en lo que hizo mientras estuvo vivo.

Algo no anda bien ahí. Porque para que todo lo anterior, que es grande e importante, pero fuera de nuestro alcance, le haga sentido a nuestras vivencias del día a día, tenemos que creer, tenemos que creerle, a la forma en que el Cristo desarrolló la misión que le encomendó el Padre Dios en medio de nosotros: «que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).

Esto es clave, ya que él es la herramienta que poseemos para conocer a nuestro Dios, tomando en cuenta que el Maestro dijo en su momento: «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30), de tal manera que el autor de la carta a los colosenses inspiradamente después afirmó «Él es la Imagen del Dios invisible» (Col 1,15).

La implicancia de todo lo anterior es que lo que decía y lo que hacía Jesús es lo que haría el Padre por nosotros, por lo que podemos creer, podemos confiar, en que Dios lo ha creado todo por amor, sólo para servirnos: Él es el gran servidor. Y su Hijo, por su parte, declara: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27)

Entonces, modestamente, nos atreveríamos a proponer agregar tres frases a nuestro rezo del Credo, no cualquiera, por cierto, sino frases sacadas del Evangelio, las que completarían aquella fórmula, rescatando lo importante que hizo y sus consecuencias. Esto se puede hacer privadamente, por supuesto, ya que no es norma canónica.

El asunto quedaría así (en subrayado el agregado): “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), porque «el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28), pero «los hombres prefirieron las tinieblas a la luz» (Jn 3,19) y padeció bajo el poder de Poncio Pilatos…”

Tener muy claro este aspecto, relevarlo mucho, nos ayudaría a acercar a nuestras experiencias


personales lo que significaría ser cristianos (seguidores de Cristo, “otros Cristos”) y podría ser una forma de entender cómo se puede “permanecer en él”, como nos invita en el texto que meditamos hoy. Esto no sería de una manera espiritualista e íntima -que no le sirve a nadie-, tal como la suya no fue “hacia dentro” o no habría trascendido su tiempo y su cultura.

La forma de permanecer en él y él en nosotros sería bien concreta: si nuestro Maestro y Señor vivió entregado a los demás, poder dar «fruto abundante» -y, por lo tanto, mostrarnos como sus discípulos- podría ser permanecer en el espíritu de lo que él hizo: servir a nuestros hermanos de humanidad, cada vez que nos sea posible. Y también alguna vez que nos pueda parecer menos posible…

Fijémonos que en esto consiste, ni más ni menos, según Jesús, «la gloria de mi Padre».

No es para tomárselo a la ligera, entonces.

 

Por cierto que quisiésemos permanecer en ti y que tú permanezcas en nosotros, Señor. Pero no siempre sabemos cómo hacer carne, acciones concretas, tus palabras. Sigue iluminando nuestro caminar, ayúdanos a entender y después a atrevernos a seguirte en tu caminar. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, permanecer en el Señor de la Vida y de la Misericordia, para que sus sentimientos permanezcan en nosotros,

Miguel

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