miércoles, 7 de abril de 2021

Shalom para todos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

11 de Abril de 2021

Domingo de la Segunda Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 4, 32-35 / Salmo 117, 2-4. 16-18. 22-24 ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! / I Juan 5, 1-6

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-31


    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
    Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
    Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
    Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
    Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
    Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
    Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Después de la Resurrección, «los que creen sin haber visto» (Ev) verifican en sí mismos que «La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas» (Sal). Una de ellas es vencer la tendencia al egoísmo, produciendo un hecho como el que «la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (1L). Es que «el que ha nacido de Dios, vence al mundo» (2L), con sus prédicas individualistas y alienantes, superadas plenamente por el mensaje del Resucitado.

No sólo buenos deseos.

Jesús en este episodio, probablemente -cuando se nos traducen sus palabras como «¡La paz esté con ustedes!»- les haya dicho a sus discípulos la fórmula tradicional judía “Shalom” (tengan paz) o más precisamente “Shalom aleichem” (paz para ustedes), una bella forma propia de su cultura de saludar a los demás.

Los que saben nos dicen que la palabra shalom ​tenía y tiene, en el idioma hebreo, el sentido de desear transmitir que la salud, armonía, paz interior, calma y tranquilidad habite a aquel o a aquellos a quien está dirigido este saludo.

Sea intencional o no, el evangelista resalta que dos veces Jesús les dice esto a sus discípulos. Tal vez intentando rescatar en su “Shalom” un sentido más profundo, ya que proviene del Resucitado.

Es que, desde este momento, desde el acontecimiento de la Resurrección, una nueva armonía invade a la Creación: el gran enemigo ha sido vencido.

Porque, si nos damos cuenta, cada acto contra alguien o contra el bien común -lo que los cristianos llamamos “pecado”- tiene su origen en el temor a la muerte. Las historias bíblicas que hemos estado reflexionando durante la reciente Semana Santa así lo demuestran.

Estos hechos bien podrían estar fundados en el dialogo que nos ofrece el evangelista: «Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: “¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación”. Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: “Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?”» (Jn 11,47-50)

Es decir, el temor a una violencia injusta impulsó a ajusticiar al Justo. Suma iniquidad, tremenda disrupción en la justicia, el bien, la armonía que debiese existir en la Creación de Dios, que en su origen -o, mejor dicho, en su sentido original- era perfecta (Gn 1,31). Esto fue otra de tantas muestras de lo que la muerte es capaz de hacer en nosotros y entre nosotros.

Por ello, cuando las comunidades que escribieron el evangelio que llamamos “de Juan”, al intentar describir lo que sintieron los compañeros de Jesús, quienes, como era obvio, habían entendido que la arbitrariedad -representada en el asesinato de su Maestro, el hombre más lleno de bondad que habían conocido-, una vez más, o como siempre, se había impuesto. Pero ahora descubrían que el amor había vencido a la muerte, pero no ese amor banal de las teleseries o las canciones cursis, ni la caridad lastimera, sino el amor de "hacer el bien a los demás", lo que incluye buscar y hacer justicia, sanar, dar vista, liberar, abrir puertas a la esperanza como vieron hacer al Señor y él les impulsó a hacer igual.


Por eso, después de invocar insistentemente el Shalom, la paz profunda, una que no es como la del mundo (Jn 14,27), les otorga el Espíritu Santo para que puedan salir a mejorar el mundo, usando como signo una de las actitudes más poderosas (y difíciles y necesarias) para volver a la perfecta armonía: la reconciliación.

Seguirlo de esa forma, sintiendo que Él continuaba acompañándolos, ayudaría a restaurar un estado de relación con Dios como debiese ser: como cuando el Creador caminaba por el mismo jardín que los humanos (Gn 3,8).

Claramente, la Resurrección les otorgó (y nos otorga) un shalom (en el sentido en que lo decía el hebreo Jesús) más profundo que el que nunca antes experimentaron. Y el impulso por construir una paz activa para bien de todos.

 

Tú nos regalas la paz, Señor. Y, como sabemos, ningún obsequio tuyo es pequeño. Tu paz es Vida en su más amplia, completa y compleja plenitud. Impúlsanos, aún más, a aportar a la construcción de Shalom para todos, como respuesta al don de la Resurrección. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, hacer el aporte necesario para que la armonía de la Resurrección beneficie a todos,

Miguel

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