miércoles, 30 de junio de 2021

¿Qué mueve realmente nuestra vida?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

4 de Julio de 2021

Domingo de la Décimo Cuarta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Ezequiel 2, 2-5 / Salmo 122, 1-4 Nuestros ojos miran al Señor / II Corintios 12, 7-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     6, 1-6


    Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
    Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y Él se asombraba de su falta de fe.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Ante las dificultades de la vida «miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros» (Sal). Y su respuesta es enviar a alguien, un hombre como otros, que será, por eso, «para ellos un motivo de escándalo» (Ev) y «sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos» (1L); será uno consciente de ser sólo un medio, de tal manera de sentir: «me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo» (2L). Puede no ser del gusto de muchos, pero sin duda sí del Padre Dios.

De espiritualidades cristianas y otras…

Si nos ha tocado en una dinámica de grupos, en entrevistas de trabajo o donde sea que nos la planteen, esta pregunta normalmente nos pone en aprietos: “¿cómo te definirías a ti mismo/a?”

Habitualmente se recurre al estado civil, la nacionalidad, el trabajo que desempeñamos, en fin, externalidades, pero nada que señale cuál es nuestra esencia.

No somos estatura, peso, edad ni género.

Somos el anhelo que nos impulsa, nuestra voluntad, nuestros sueños, nuestras pasiones: somos ese coctel maravilloso e impredecible que finalmente es el que guía nuestros actos, que son, en última instancia, los que dicen mejor que nada quiénes somos realmente.

¿Cómo podemos llamar a esa esencia fundamental nuestra que, parece más bien invisible?

Pues, ese es nuestro espíritu.

Y este -como todo lo que compone nuestro cuerpo, porque no son opuestos, sino una unidad integrada- necesita ser alimentado.

Es impresionante cómo, incluso en ambientes cristianos, se difunden ideas y prácticas exóticas (piedras, energías, mandalas, etc.) que buscan llenar el espacio espiritual, que es la necesaria alimentación de la que hablábamos.

Da la impresión de que también nosotros creemos saber suficiente de Jesús: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y, por lo tanto, para lo que está en nuestros conocimientos, él no termina de llenar nuestras necesidades íntimas. Sólo funciona para lo externo, manifestado en la religiosidad. Pero la espiritualidad, la nutrición del espíritu, según la describimos antes, va por otro lado.

Está bien. Cada quien tiene derecho a buscar lo que satisfaga ese anhelo de trascendencia que llevamos todos inscrito en el alma.

Cabría preguntarnos ¿por qué, en el caso de quienes son o fueron cristianos, no lo encontraron ahí?

Podríamos decir que el problema fue que no entendieron bien lo que significa el mensaje de Jesús y sus aplicaciones para la vida cotidiana de quienes se digan amigos suyos.

Puede ser.

Pero ¿no habrá mucho de mala comunicación de ese precioso mensaje?

Porque, cuando pensamos en espiritualidad desde la óptica del cristianismo, se nos vienen a la mente maestros o practicantes de “ojos blancos”, manos unidas por las palmas hacia el cielo, personas que casi levitan… es decir, nada, de ninguna manera, relacionado con las aspiraciones, los anhelos, las utopías de una vida mejor; nada que llene nuestras expectativas de plenitud real y concreta.

Sin embargo, nadie pone en duda que el Jesús que nos presentan los evangelios es profundamente espiritual. Pero no hacemos la conexión -por una mala orientación, probablemente, insistimos- entre esa espiritualidad y su camino a la vida Eterna (plena, en abundancia, buena para él y para todos).

No es que tuviese dos personalidades; para nada.

Si él pasaba la noche en oración (Lc 6,12) no era para aislarse y alimentarse egoístamente de Dios. No. De esas experiencias él sacaba las fuerzas y las convicciones para encontrar la mejor forma de realizar sus anhelos más profundos: aquello que llamaba El Reino de Dios, un mundo donde reinase lo mejor de lo más bueno que Él había creado: la humanidad, con sus más intrínsecas características, que son la solidaridad, especialmente con los más desvalidos; la fraternidad entre todos sin distinción; el cuidado por quien esté padeciendo, ya sea otro humano, otro ser vivo o la naturaleza completa.

De hecho, si avanzamos en el texto recién mencionado, veremos que, al día siguiente de esa noche espiritual, crea la primera comunidad (Lc 6,13-16), aquella que sería la receptora de sus enseñanzas más cercanas, para que posteriormente fuese la que las multiplicara, especialmente cuando él ya no estuviese.

Su anhelo de un mundo mejor proseguiría en sus apóstoles y todos los que viniesen (viniésemos) después. Por eso, continuando con el relato, vemos que el Maestro, sigue mostrando los frutos de esa noche espiritualmente enriquecedora para él proclamando: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!...» (Lc 6,20-21).


«¿De dónde saca todo esto?». De su muy rica vida espiritual.

Y todos tenemos espíritus que anhelan la bondad y un mundo mejor.

Podríamos decir, entonces, que él también se asombraría de la falta de fe de aquellos que se dicen seguidores suyos, pero a los que su espiritualidad no los impulsa por un camino semejante al de él, ya que la espiritualidad cristiana debiese darle contenido a la acción y esta ser fruto de aquella.

Otras formas no son malas, pero sería más difícil llamarlas espiritualidades auténticamente cristianas; ni quienes así no lo hagan, tampoco personas auténticamente cristianas.

 

En nuestra vida de fe, tristemente, también puedes no ser profeta en nuestros corazones, Señor, cuando tus enseñanzas nos “mueven el piso” de nuestras comodidades y certezas adquiridas acerca de ti y el significado de tu mensaje. Sigue aumentando nuestra fe y guiando nuestros pasos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, creciendo en espíritu y en verdad, según el ejemplo de nuestro Maestro de vida,

Miguel

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