miércoles, 14 de julio de 2021

Compasión activa

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

18 de Julio de 2021

Domingo de la Décimo Sexta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Jeremías 23, 1-6 / Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar / Efesios 2, 13-18

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     6, 30-34


    Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
    Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
    Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Por la fe sabemos que «por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu» (2L), de tal manera que podemos sentir: «Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza» (Sal), para, apoyados en esa fuerza, ayudar a que su amor y ternura lleguen a quienes no han tenido la misma posibilidad. Por eso, a quienes «eran como ovejas sin pastor» (Ev), les promete «Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán» (1L). Tú y yo y todo aquel que fue bautizado es llamado a realizar esa misión. ¿Estás disponible?.

Y eficaz y eficiente.

Esta bien podría ser la frase que mejor refleja el maravilloso actuar y la permanente actitud del Nazareno entre nosotros: «Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor».

La de él no era el reflejo de un sentimiento de piedad infecunda, como acostumbramos nosotros, sino una compasión activa: veía una necesidad y hacía algo al respecto.

En este caso, primero se compadece del cansancio y el agobio de sus discípulos «que no tenían tiempo ni para comer», así que se los llevó a un sitio más tranquilo, para que pudiesen descansar; luego su compasión le hizo sentir que lo que la multitud necesitaba era que les enseñase su mensaje liberador del Reino de Dios.

En otras situaciones semejantes, su compasión le llevaba a una realización eficiente y efectiva para sanar y alimentar físicamente a quienes le seguían (Mt 14,14-20).

Es que compadecer significa “padecer junto con” un semejante -algo como el más moderno concepto de empatizar-, lo cual produce el deseo de aliviar, reducir o eliminar este sufrimiento; nosotros hemos llegado a entenderlo como una sensación de sentir lástima por el otro, sin ninguna acción concreta posterior a eso, y desde una posición de superioridad.

Como nos dijo él mismo, «el que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Entonces, si Dios es compasivo-misericordioso, así mismo es el Hijo.

Al respecto, podemos encontrar en nuestra Biblia afirmaciones como las siguientes: «me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor» (Is 54,8-9); «si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo» (Ex 22,26). Y el mismo Maestro lo señala así: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).

Y la compasión-misericordia de Dios hacia nosotros también es activa, eficaz y eficiente.

Algunas muestras de esto:

Ahora sabemos que, por intermedio de Jesús, Dios nos enseñó que Él no pone distancias entre sí y los suyos, sino que salta todas las barreras construidas por nosotros, que tratamos (aunque sea inconscientemente) de ponerlo en el “más allá”, esperando tan sólo su intervención puntual y momentánea para castigar a nuestros enemigos o a los “malos” y que premie nuestras buenas acciones.

Y por medio de Jesús, también, Dios se nos muestra sensible y cercano. Son sus entrañas de misericordia, por ejemplo, las que le mueven para extender la mano hacia los leprosos y tocarlos, sin contagiarse, ni tener en cuenta la impureza legal del enfermo, sino generando salud y vida (Mc 1,40-44). Porque, ante el miedo humano al contagio, Jesús opone la compasión activa y la fuerza saludable del Reino.

La mirada penetrante de Jesús (a semejanza de la del Padre, insistimos), su abrazo cariñoso, sus manos portadoras de salud fueron acostumbrando a los suyos a una nueva dimensión de la realidad; una que hace más cercano a Dios y, por ello, impulsa a los creyentes a acercarse a los demás.

De esa manera lo hicieron sus primeros discípulos, y muchos después de ellos, lo que explica el aumento poderoso de quienes se dicen cristianos desde entonces.


Estos gestos de Jesús, este tocar y dejarse tocar, este ver y dejarse ver, este oír y dejarse oír, terminan con esa imagen de lejanía y separación de Dios con sus creaturas, acaban con lo “sagrado”, entendido como apartado y distante, logrando que su compasión sea fecunda.

En fin, podríamos decir que, en Jesús, Dios no está en el “más allá”, sino que está aquí. Y está en forma de caricia y de mano extendida para sanar, en la forma de compartir la mesa, la comida, el vino, las risas y la fraternidad con “buenos” y “malos”. En forma de palabra que conforta.

Y está en la compasión activa de quienes son sus hijos por aquellos otros -que también son sus hijos- que padecen dolores y necesidades.

 

El mundo, muchos hermanos en él, necesitan de tu compasión activa, Señor; tú esperas que nosotros seamos los medios para que ésta les llegue. Mantén tu mano sobre nosotros, para que seamos capaces de fortalecer nuestra voluntad y de vencer los obstáculos de manera de realizar esta misión que nos das. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber estar disponibles para transmitir el mensaje de vida nueva, pero ser conscientes que somos ese mensaje para muchos,

Miguel

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