miércoles, 18 de agosto de 2021

Alimentados por la Palabra, portadores de la Palabra

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

22 de Agosto de 2021

Domingo de la Vigésimo Primera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Josué 24, 1-2. 15-18 / Salmo 33, 2-3. 16-23 ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! / Efesios 5, 21-33

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     6, 60-69


    Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
    Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
        El Espíritu es el que da Vida,
        la carne de nada sirve.
        Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
    Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
    En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
    Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
    Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
    Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
    Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Si con fe le podemos decir a Jesús: «Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Ev), quienes tenemos el don de la fe, también podemos reconocer que «Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia» (2L), la asamblea de los creyentes. Porque, por intermedio suyo «el Señor, nuestro Dios […] realizó ante nuestros ojos […] grandes prodigios» (1L). Y esto lo ha realizado para que, en agradecimiento, nuestra vida haga realidad para todos, creyentes o no, que «El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos» (Sal).

Una palabra que porte la vida en abundancia.

Las noticias por estos días nos cuentan del alarmante avance de los talibanes, habiéndose tomado definitivamente el en Afganistán.

¿Por qué la preocupación? Porque en las zonas donde gobiernan y han gobernado, lo han hecho imponiendo brutalmente su versión rigurosa del islamismo, aplicando desde la pena capital en plazas públicas a los latigazos o la amputación de miembros por delitos menores.

Puede ser un extremo, pero no son, no han sido y probablemente no serán los únicos en la historia que obliguen a otros a aceptar su visión de la religión que profesan.

De hecho, para vergüenza nuestra, el cristianismo tuvo una etapa de expansión bajo este método y, menos violentamente, claro, aún hoy algunos imponen sanciones sociales a quienes no compartan su forma de vivir la religiosidad.

Nada de esto parece tener que ver con el seguimiento de Jesús, como podemos ver en el texto que meditamos este día, en el que, después de que muchos escucharon lo comprometedor de la vida que es decirse seguidor suyo «desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”».

Si lo pregunta es porque nadie estaba obligado ahí.

O al menos no por él.

La “obligación”, si podemos llamarla de esa manera, que sentían los que siguieron fieles -y, de alguna manera, es también la nuestra- es que no había forma de encontrar a otro que tenga «palabras de Vida eterna».

El tema hoy sería: en nuestras iglesias, ¿las personas pueden encontrar las palabras que «son Espíritu y Vida» que provienen del Señor?

Porque en estas se puede encontrar conceptos como “epíclesis”, “rapto”, “reprender” y muchas otras que no están en el habla habitual, por lo que las comprende sólo el grupo.

O, en lo que es un lenguaje más en común de lo que se quisiera entre las distintas congregaciones religiosas, hay términos despectivos, discriminadores y de juicio condenador contra los que no son “de los míos”; e, incluso, también existe el hablar mal de quienes están en nuestra propia religión, pero no hacen las cosas como pensamos que deberían.

Nada de lo anterior, por cierto, se asemejan ni un poco a “palabras de vida eterna”.

¿Cómo corregimos esto? ¿qué podemos hacer para tener cada vez más palabras que den vida, bienestar, ayuda, vida eterna en suma?

Dice el profeta: «¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente» (Jer 17,7-8).

Es necesario, entonces, acercar nuestras raíces al manantial de amor que se encuentra en el recorrido que hizo Jesús por nuestra tierra, según nos relatan los evangelios: leerlos más, meditarlos mucho más aún y buscar hacer carne esas enseñanzas, son garantías de alejarnos de actitudes como de “talibanes” y acercarnos a ser canales de las palabras de vida del Maestro.

 

Sin duda, todos somos capaces de repetir, como Pedro: «nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios», Señor, pero también somos enteramente conscientes de que no siempre nos acercamos a tus palabras, ni somos vías para que les lleguen a otros que las necesitan. Ayúdanos a ser más coherentes. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aportar a que las palabras de vida generosa y digna para todos se vayan haciendo realidad concreta para muchos hoy,

Miguel

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