miércoles, 25 de agosto de 2021

La pureza que importa

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

29 de Agosto de 2021

Domingo de la Vigésimo Segunda Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Deuteronomio 4, 1-2. 6-8 / Salmo 14, 2-5 Señor, ¿quién habitará en tu Casa? / Santiago 1, 17-18. 21-22. 27

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     7, 1-8. 14-15. 21-23


    Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
    Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce y de las camas.
    Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
    Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
        "Este pueblo me honra con los labios,
        pero su corazón está lejos de mí.
        En vano me rinde culto:
        las doctrinas que enseñan
        no son sino preceptos humanos".
    Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
    Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Señor nos dice, a su Pueblo de todos los tiempos: «escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica» (1L). Pero con el avance de la historia vamos agregando a estos nuestras propias leyes, corriendo el serio riesgo de dejar «de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» (Ev). Para ayudarnos a distinguir claramente entre uno y otro, es necesario saber que «todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre» (2L), además de tener siempre presente que Él quiere que sus hijos nos amemos. Así, concluimos que sus mandamientos no tienen tanto que ver con rituales sino con alabar al «que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo» (Sal).

Para acercarse al único realmente Puro.

Hoy, con todo lo que hemos aprendido de la pandemia, pocos se atreverían a despreciar el lavado frecuente de las manos. Sin embargo, hace décadas que se ha masificado ese higiénico hábito, por razones de salubridad.

Pues bien, es notable el que muchas normas bíblicas son sorprendentemente avanzadas para su época, aunque era difícil explicarlas desde este punto de vista que en la actualidad no requiere mayor argumentación, por lo que se les daba un contexto de orden divina.

El famoso “ojo por ojo” (Ex 21,24), por ejemplo, si bien nos suena bárbaro para nuestros tiempos, era un auténtico progreso respecto a la costumbre más primitiva de responder a cualquier daño con hasta la muerte del agresor. Al menos ese mandato ponía un límite: que el daño sea equivalente y hasta ahí nada más.

Otro mandamiento con una carga social sería el que reza: «durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios» (Ex 20,9-10), lo que era mucho más humano que el hábito de hacer trabajar sin reposar ningún día, como se hacía antes de esto.

Si bien el lavado de manos antes de comer no es norma bíblica, sí había llegado a ser una tradición religiosa en la época de Jesús, proveniente de la comprensión de la necesidad de limpiarse de las muchas impurezas antes de llevarse alimentos a la boca, en tiempos que no existían siquiera las cucharas.

Pero, como todos los otros preceptos, que partían desde el concepto de cuidado por la vida y su calidad y dignidad inspirados por Dios, pasaron a sacralizarse hasta el extremo de que quien no lo realizaba podía llegar a ser castigado, perdiendo todo el sentido humanizador que tenían.

A esto se oponía fuertemente el Maestro. La imagen de Padre amoroso que tenía de Él no concordaba con la de andar obligando y menos bajo amenaza: «dejan de lado el mandamiento [liberador] de Dios, por seguir la tradición [esclavizadora] de los hombres»

Lo relevante, para él, más allá del tema de la salud y la higiene, era que, si se quería ser realmente “puro” a los ojos del Dios bueno, era necesario saber que «ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre».

Esto significa que, si de verdad nos interesa la pureza (como les quiso decir a los fariseos), no debiésemos darle tanta relevancia a lo que consumimos (a lo externo), sino a lo que expresamos: somos lo que decimos y hacemos, más que lo que entra en nosotros.


Entonces, en todo lo que quiera ser nuestra relación con Dios (la máxima Pureza; el Puro por excelencia) es más coherente hacer y decir lo que tiene relación con el bienestar de los hermanos, como nos enseñó su Hijo. Y como ya habían dicho, antes de él, los profetas del Señor: «¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!» (Is 1,16-17).

Para que no lleguen a decirnos con justa razón, de su parte, también a nosotros: «Este pueblo se acerca a mí con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, y el temor que me tiene no es más que un precepto humano, aprendido por rutina» (Is 29,13)

 

Ya nos enseñaba el salmista quienes están más cerca del corazón de tu Padre, Señor: «El que procede rectamente y practica la justicia […] El que no hace mal a su prójimo […] el que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente» (Sal 15,2-5). Que así pueda ser. Que así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, preocuparnos y ocuparnos mucho más de lo realmente importante a los ojos de Dios y menos de lo que nos han enseñado como supuestamente importante,

Miguel

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