miércoles, 29 de septiembre de 2021

La dignidad de los humildes siempre primero

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

3 de Octubre de 2021                                               

Domingo de la Vigésimo Séptima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 2, 4. 7. 18-24 / Salmo 127, 1-6 Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida / Hebreos 2, 9-11

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 2-16


    Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
    Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
    Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
    Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne". Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
    Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
    Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
    Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
    Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Dice nuestro Maestro que «el Reino de Dios (o la alegría eterna) pertenece a los que son como ellos (los niños)» (Ev). Es decir, que empequeñeciéndote «serás feliz y todo te irá bien» (Sal). Una recomendación primordial ante esto es: «No conviene que el hombre esté solo» (1L), por lo que, igual que los niños, hay que aprender a depender de otros y a hacer las cosas en conjunto con ellos; todos, como hermanos que somos, entre nosotros y nosotros del Señor, porque «el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen» (2L).

Que no nos divorciemos de la búsqueda de la dignidad.

¿Acaso no existía el divorcio en el tiempo de Jesús o había alguna prohibición o duda respecto a su legalidad en la sociedad en la que le tocó vivir?

De ninguna manera. De hecho, el Maestro les retruca a sus cuestionadores: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». Es decir, les pide que recuerden qué es lo que dicen las leyes que todos sus contemporáneos y compatriotas deben obedecer.

¿Por qué la duda, entonces? Porque no es algo que quieran saber en general, sino «para ponerlo a prueba», porque este predicador no era, según los parámetros fariseos, muy fiel a las tradiciones que ellos consideraban emanadas directamente de Dios, por medio de Moisés.

Y el otro “pecado” de Jesús, para ellos, se desprende de que, como le responden, «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella», por lo que no se le está preguntando por el divorcio universal, sino si «¿es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» y de ninguna manera al revés.

Reconocen, entonces que las enseñanzas, palabras y acciones del Nazareno suelen buscar dignificar a ese ser inferior, para ellos, que era la mujer. Por ello la pregunta no es si es legal (porque lo era), sino si era lícito (justo o conforme a la moral).

Probablemente sabiendo que para Jesús no lo era.

Pero ¿se atrevería a admitirlo públicamente, yendo contra la ley?

Con su sencilla y refrescante sabiduría, no responde lo que quieren escuchar, sino que los lleva a ir más profundo: esa ley fue necesaria «debido a la dureza del corazón de ustedes», como sucede con las leyes humanas, que deben adaptarse no al ideal, sino a la realidad. Pero, hay un origen más importante, para él, para los fariseos y para cualquier judío bien nacido, como ellos: el plan de Dios.

Como pueden leer en el comienzo de sus Escrituras, «desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer"» (Gn 1,27): no uno más grande que el otro, sino una unidad, la cual se rompe groseramente (o ilícitamente, si usamos el concepto que ellos mismos plantearon) si es que ocurre que el hombre «escribe un acta de divorcio […] y la despedirá de su casa», debido a que «le toma aversión porque descubre en ella algo que le desagrada» (Dt 24,1), lo cual es tremendamente injusto, aunque lo diga la Biblia.

Por eso enseña que, si se quiere ser fiel a Dios más que a las tradiciones «Que el hombre (macho) no separe lo que Dios ha unido». De lo contrario, que no alardee de su religiosidad, ni, menos, de su amor al Creador.

El tema principal, entonces, no parece ser el divorcio (si está bien o mal terminar una relación formalizada bajo leyes civiles o religiosas), el cual, en toda sociedad, formada por personas imperfectas como somos absolutamente todos, llega a ser a veces necesario para corregir lo que, con buena voluntad, pero con malos resultados, puede haberse producido en algunos proyectos de vida en común.

Además, cuesta mucho imaginar al compasivo y comprensivo Jesús condenar -como lo hacen algunos en su nombre- a quienes erraron en el camino en pareja y buscan otra oportunidad para ser felices, pretendiendo obligarlos a soportar malos tratos y otras humillantes experiencias, en nombre de la santidad o formalidad del matrimonio.


El Maestro, nos parece, aprovecha más bien la situación propuesta para resaltar, una vez más, la dignidad humana y, como siempre, poniéndose del lado socialmente más débil de la situación planteada, porque «el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos»: los pequeños, humildes y permanentemente desplazados. Como los niños y las mujeres, en este fragmento del evangelio.

El mensaje parece ser, por lo tanto, que ningún ser humano intente dividir lo que el buen Padre Dios ha unido, pero que ningún otro, menos desde fuera de la situación, pretenda obligar a los demás a mantener una situación que sea insostenible. Y que, unos y otros, busquemos relevar el completo y complejo bienestar de la persona por sobre todas las cosas y pese a las tradiciones y normas, por arraigadas que estén, si con ellas afectan el vivir digno de otros u otras.

 

No nos gusta que nuestra dignidad sea pasada a llevar, nunca y bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, no estamos tan atentos a cuidar el respeto por los demás, especialmente los más débiles. No pierdas la paciencia con nosotros, Señor, y sigue guiándonos por tus caminos al respecto. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, las formas más efectivas y eficaces para aportar a que nadie sea denigrado de su dignidad de hijo de Dios,

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