miércoles, 15 de septiembre de 2021

Un estilo que el mundo necesita que recuperemos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

19 de Septiembre de 2021

Domingo de la Vigésimo Quinta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Sabiduría 2, 12. 17-20 / Salmo 53, 3-6. 8 El Señor es mi apoyo verdadero / Santiago 3, 16—4, 3

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     9, 30-37


    Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
    Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
    Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
    Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

¿Por qué «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres [y] lo matarán»? (Ev). Porque «se opone a nuestra manera de obrar; […] y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida» (1L), la cual es una enseñanza humanamente antimaterialista, sin embargo, «ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan» (2L). Pero Jesús enfrenta esta situación valientemente, confiando en que «Dios es mi ayuda, el Señor es mi verdadero sostén» (Sal). y eso será así para todos quienes, como él, se hagan servidores de sus hermanos de humanidad.

Para aportar a que se hagan realidad las enseñanzas de Jesús.

Se nos muestra a Jesús en camino, quien cada vez más advierte que su fin será trágico: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán…».

No es magia, ni adivinación. Sabe que sería la consecuencia lógica de sus acciones y palabras, las que van sumando enemigos y rencores.

Desde el principio de su misión, por ejemplo, se apunta que la gente estaba asombrada «porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mc 1,22), poniendo una distancia y, muy probablemente, una soterrada resistencia, en aquellos profesionales de las Escrituras, despreciados por la gente que prefería a este provinciano inculto.

Un segundo enfrentamiento con los escribas ocurre en este mismo evangelio cuando le traen un paralítico y él le anuncia solemnemente que sus pecados han sido perdonados. Ellos piensan: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?». A lo que el Maestro reacciona demostrando que no sólo tenía poder para perdonar, por lo que, a la vez, lo sana a la vista de todos. Y la reacción es que «la gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”» (Mc 2,6-12), con lo que, implícitamente, una vez más, deja en mala posición a estos representantes de la religión oficial.

Un poco después, si seguimos leyendo, unos fariseos se escandalizan porque Jesús comparte demasiado amigablemente con gente de mala reputación (poco religiosa), a lo que él responde con aquella maravillosa sentencia: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2,17).

Y, así, muchas otras situaciones fueron acrecentando la diferencia (y con ella el rencor de parte de ellos) entre el estilo acogedoramente misericordioso del Nazareno, contrario a la imposición de normas de las autoridades e influyentes religiosos.

El tema es que, por la forma en que estaba configurada su sociedad, ir en contra de lo que pensaban los líderes religiosos era enfrentar a los poderes políticos y económicos que también representaban ellos.

Entonces, si seguía así (y él no tenía ninguna intención de traicionar su forma de comprender la relación con el Padre Dios, sirviendo a todos y a todas), sería inevitable que padeciera las consecuencias que estaba pronosticando.


Sin embargo, sus amigos más cercanos aún no comprendían bien la profundidad de lo que buscaba él con todo lo que (les) decía y (les) enseñaba, refrendándolo con sus acciones. Entonces, si bien acertaban al intuir que se venía el Reino de Dios, por otro lado, erraban en la forma en que éste se haría presente, ya que, ante el anuncio de Jesús, «habían estado discutiendo sobre quién era el más grande» de entre ellos, para ir distribuyéndose los “cargos” en esa situación.

El Maestro, con didáctica paciencia, les indica que, si querían usar esa categoría, debían comprender que en el corazón de Dios y en el proyecto que él estaba llevando a cabo «el que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos», reforzando la enseñanza, trayendo a uno de los despreciados en su cultura, uno muy desvalido, un niño y, no apuntándolo, sino «abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado”».

¿Qué nos pasó con el paso de los siglos que los cristianos de hoy, en general, ni nos acercamos a esa forma de vivir nuestra vida y, ni siquiera, nuestra fe?

 

Tristemente, no nos diferenciamos mucho con los anhelos y ambiciones de quienes no creen en ti, Maestro de Vida, por lo que no nos caracterizamos por buscar ser últimos y servidores, como invitas tú. Mantén tu mano liberadora sobre nosotros, Señor, para que podamos seguir intentando crecer en sencillez. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir la alegría de servir, tal como nos enseñó nuestro Maestro, que es el primero de todos, porque es el servidor de todos,

Miguel

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