miércoles, 13 de octubre de 2021

Desnudando contradicciones vitales

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

17 de Octubre de 2021                                             

Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 53, 10-11 / Salmo 32, 4-5. 18-20. 22 Señor, que tu amor descienda sobre nosotros / Hebreos 4, 14-16

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 35-45


    Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
    Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»
    Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
    Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
    «Podemos», le respondieron.
    Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
    Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Sabemos que nuestro Dios «ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor» (Sal). Pero ¿cómo hace concretamente esto? Ocurre cada vez que uno de sus hijos, sale de su comodidad y «ofrece su vida [es entonces que] la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él» (1L), siguiendo el modelo de Jesús que «fue sometido a las mismas pruebas que nosotros» (2L), para enseñarnos que el egoísmo puede ser vencido, y terminar haciéndose «servidor de todos» (Ev).

 

Mejor no sentir este alivio.

Hubo un hombre que no sabía odiar;

se dedicaba a hacer el bien a todos.

Su conducta se hizo primero extraña,

luego escandalosa, por último insoportable.

Una tarde apareció colgado entre el cielo y la tierra;

no tenía figura humana.

La gente comentó: “pobrecillo, con lo bueno que era”.

Y todos experimentaron una extraña sensación de alivio.

(Ángel Sanz Arribas)

La historia del cristianismo, y la de la humanidad después de la propagación de este, ha tenido mucha de esta contradicción que denuncia el poema: miles, sino millones, de personas nos hemos inspirado honestamente en sus enseñanzas para orientar nuestras vidas.

Sin embargo, muchísimas de estas mismas personas sufrimos una lucha interior entre el acoger-convertirnos desde lo que sabemos que va en contra de sus palabras y el intentar hacernos los sordos y mudos a lo que nos incomoda demasiado de estas.

Por eso la “extraña sensación de alivio” una vez que no está…

Probablemente esto ocurre debido -entre otros factores sociológicos- a que el mundo, así como lo hemos construido, nos gusta bastante, pese a lo que nos parece mal en él.

Un ejemplo clarísimo está en el evangelio que meditamos la semana anterior: no nos gusta reconocerlo, pero la práctica demuestra que amamos el dinero. Por un lado, manifestamos creer y confiar en Dios, pero, por el otro, no realizamos muchas buenas ideas si no tenemos financiamiento adecuado, como cualquier otro proyecto del mundo.

Por eso, lo de «vende lo que tienes y dalo a los pobres» (Mt 10,21) del texto anterior, refrendado en tantos otros textos como: «Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17) o el exultante «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6,20) son intimidantes para nosotros, seres que habitamos sociedades orientadas y sustentadas en el beneficio económico.

Algo semejante nos sucede con las enseñanzas de quien se supone que es nuestro Maestro respecto a la forma de relacionarnos con los demás, muy especialmente con la manera en que nos enfrentamos al poder (nuestro o de otro u otros).

«Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así». Uf.

Así como conocemos grupos cristianos que se desenvuelven sin problemas con las riquezas, también hay muchos entre nosotros que no estamos tan de acuerdo en llegar a ser «servidor de todos». Lo de ser últimos, tal como ser pobres – al menos, lo que demuestra la práctica- tampoco nos convence mucho.


Las “soluciones” para evitar estas evidentes contradicciones pasan por dos variantes: una, que utilizan mucho los encargados de comunidades (pastores, sacerdotes, catequistas… cualquiera) -pero que no es exclusiva de ellos-, la cual es crear argumentos ingeniosos para torcer el texto, de tal manera de intentar que diga que las riquezas no son malas, sino la forma en que se utilizan y que el poder, cuando se usa para atender a las necesidades de su estructura religiosa, es una forma de servicio, sin la necesidad de dejar de ser primeros.

Por todo lo anterior, no deja de ser un alivio que Jesús se quede calladito colgado en la cruz y no nos reproche (o eso sintamos, al menos) al seguir diciéndonos seguidores suyos, pese a no seguir, precisamente, demasiadas veces, lo que tan claramente enseñó.

 

El poder, como el dinero, son muy adictivos y demasiado facilitadores de la vida, tal como la tenemos organizada en nuestras sociedades de consumo y autoritarias. Sin embargo, tú nos llamas a superarlos, para entrar a formas más auténticamente humanas (es decir, cristianas), que son las que conducen a una felicidad más auténtica. Sigue guiándonos, pese a todo, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, el difícil -para nosotros- camino hacia el gozo de servir, aprendiendo del Maestro del amor misericordioso y servicial,

Miguel.

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