miércoles, 3 de noviembre de 2021

Conversiones pendientes

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

7 de Noviembre de 2021                                          

Domingo de la Trigésima Segunda Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

I Reyes 17, 8-16 / Salmo 145, 6-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / Hebreos 9, 24-28

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     12, 38-44


    Jesús enseñaba a la multitud:
    «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
    Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
    Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Las viudas, en tiempos antiguos, carentes de hombre proveedor, eran naturalmente pobres (1L), por eso, Jesús valora tanto su aporte, comparado con el de los ricos, que «daban en abundancia» (Ev). Pero, como «el Señor abre los ojos de los ciegos» (Sal), nos los abre a nosotros para saber descubrir la auténtica generosidad, «para salvar a los que lo esperan» (2L) de la ignorancia y del egoísmo que tanto mal hacen a la humanidad.

Para los que les pertenece el Reino de los Cielos.

Jesús ha estado desarrollando sus enseñanzas, tratando de hacer comprender que, en su versión de Dios, la del Padre Bueno, creador en el principio de pura bondad (Gn 1,31), no cabe relacionarse con Él desde el apego a lo material: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (Mc 10,23); ni al poder: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así» (Mc 10,42-46); ni incoherencias religiosas: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí […] Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios» (Mc 7,6-9).

Todo lo anterior, además y, por cierto, sin pretender torcer la voluntad del Altísimo: «Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”» (Mc 9,32-33).

Esos son los auténticos pecados capitales, veniales y el apellido que quieran ponerle, porque son los que personal y claramente denunció el Hijo de Dios.

Y, de paso, fue explicitando las virtudes que, para Él, su Padre realmente ama.

Recordemos que comenzó su misión proclamando «la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”» (Mc 1,14)

Es decir, su mensaje es que hay una noticia buena, gozosa, de parte de nuestro Creador para quien quiera entenderla: «¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!» (Mc 4,23).

Pero es requisito para “despejar los oídos”, de tal manera de poder acoger esa enseñanza, el convertirse, lo cual significa dar una media vuelta del camino que se lleva para tomar una dirección diferente.

Y aquí es donde palabras y acciones de hace dos milenios, lamentablemente, siguen teniendo vigencia aún hoy. Donde hay conversiones pendientes también entre sus seguidores de nuestro tiempo. Unos pocos ejemplos:

Se nos cuenta que una vez, pasando por un pueblo, le salió al paso una persona, en denominación de la época “endemoniada”, a la que Jesús liberó de su multitud de males haciendo que estos se posesionaran de una piara de cerdos (más de dos mil), los que se arrojaron al mar y murieron. Las personas, en vez de alegrarse por la curación «empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio» (Mc 5,1-17). Porque entonces, como hoy, salvo para el Maestro, los perjuicios económicos limitan el cuidado por la dignidad de un ser humano.

Posteriormente, cuando envía a sus discípulos a proclamar lo que la Buena Noticia había sido y era para ellos -que eso, y no teorías, es de lo que se trata evangelizar- les exige que demuestren la confianza en Aquel a quien están anunciando, el Dios providente (Mt 6,26), llevando sólo lo imprescindible (Mc 6,7-9). Porque en ese tiempo, como en el nuestro, se da el mensaje contradictorio de intentar asegurar materialmente el anuncio de la Palabra.

Esto último, debido a que ocurrió, ocurre y ocurrirá que se llegue al abuso de convertir los lugares de culto y alabanza «en una cueva de ladrones» (Mc 11,17).

Los grandes héroes (los santos, podríamos llamar), por otro lado, a los que destaca el Maestro, en muchas ocasiones están muy lejos de aquellos que hemos proclamado nosotros, ya que son los más sencillos.


Desde el compañero de suplicio de Jesús, quien en ese momento humildemente reconoce que la cruz «Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo» y al que Jesús le declaró: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,41-43), hasta la pobre viuda que «colocó dos pequeñas monedas de cobre» en el cofre de las limosnas, pero que, sin embargo, «ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir», pasando por tantos que, silenciosa y humildemente, hacen el bien donde se les presenta la oportunidad, sin esperar recompensa, sólo sabiendo que es lo que corresponde hacer, porque Dios nos hizo buenos para compartir bondad.

O, en palabras de Jesús, «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (Mt 5,5).

 

Tenemos el ejemplo de la viuda pobre y tantos más que nos has dado, Señor, para intentar comprender que el camino hacia el Reino de tu Padre no se construye espectacularmente, ni con todas las complejidades que le hemos añadido nosotros, sino con humilde bondad. Ayúdanos a despejar nuestro caminar. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender el desprendimiento y la generosidad de los que tienen poco y nada material, pero poseen un gran corazón,

Miguel.

 

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