miércoles, 15 de diciembre de 2021

Conociendo algo más sobre María

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

19 de Diciembre de 2021                                         

Domingo de la Cuarta Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Miqueas 5, 1-4 / Salmo 79, 2-3. 15-16. 18-19 Restáuranos, Señor del universo / Hebreos 10, 5-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     1, 39-45


En aquellos días:
    María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
    «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

A la espera de la celebración del momento en que se cumplió la profecía: «Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel» (1L), es correcto tomar dos posturas: la de quienes saben que todo lo esperan de Él: «ven a salvarnos» (Sal); y, a la vez: «aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad» (2L), con la conciencia de que ni el Señor hace nada en nuestra vida sin nuestro consentimiento, ni deja de utilizar nuestras capacidades para realizarlo, como hizo con María, la feliz «por haber creído» (Ev).

Lo que puede servirnos saber acerca de ella.

No olvidemos nunca que lo que encontramos en la Biblia no son hechos históricos, sino textos elaborados para enseñar, guiar y alimentar la fe. Esto vale, especialmente, para los evangelios de los orígenes de Jesús, los cuales recogen muchos relatos en los que es imposible que hubiese un periodista o algún otro profesional rescatando todo lo dicho y hecho.

Sin embargo, los evangelistas no podían inventar cualquier cosa y listo: debían tener cierta credibilidad (eso dejó fuera a muchos que hoy llamamos “apócrifos”, por ejemplo); debían basarse en características reconocidas de los personajes retratados.

Este texto, por lo tanto, nos puede ayudar a descubrir algunas imágenes que estaban en la mente de las primeras comunidades cristianas cuando hablaban de la madre de Jesús, con la cual, probablemente, muchos compartieron en aquellos inicios.

Desde esta premisa, ¿qué impresiones podríamos decir que tenían de ella, según el relato que meditamos este día?

María era una mujer al servicio de los demás.

Acá la clave está en esta frase: «María partió y fue sin demora…». ¿Sin demora después de qué? Y ¿para qué fue su partida? Pues, esto sucede inmediatamente posterior a que el ángel le anunciase que estaba embarazada. Como recordaremos, en esa ocasión le informó que también su anciana prima, Isabel, esperaba un bebé.

Su actitud bien podría ser -y nadie se lo reprocharía-: “qué complicado por ella, pero yo tengo que cuidarme para cuidar al Señor que llevo en mi vientre”, pero, gracias a Dios -Él sabía a quién elegía-, su reacción fue ir a ponerse a disposición de quien la necesitaba, aunque eso significara subir una montaña, sin los medios de transporte modernos.

A María, la servidora, la vemos en las Bodas de Caná ocupada y preocupada de solucionar las dificultades de los contrayentes también (Jn 2). Parecía ser una característica muy destacada de ella.

María llevaba alegría a donde iba.

Isabel, al recibirla, le comenta: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno». No nos cuesta tanto imaginar a esta jovencita, plena de detalles para los demás: flores, abrazos, risas, que hacían felices a quienes se acercaba.

Recordemos que ella es capaz de orar con estas bellas palabras: «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Parecía ser alguien de una alegría constante y contagiante.

María era considerada bendita por su fe, más que por ser madre de quien era.

También de Isabel tenemos esta declaración: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres! […] Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»

Tengamos presente que, después que el ángel le comunica todo el plan de Dios para ella, sus palabras son las de una auténtica bendecida: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Parecía transmitir una actitud de acogida a la voluntad de Dios, meditándola (Lc 2,19) y luego buscando llevarla a cabo (Jn 2,5).

Si nos acordamos, en otro momento, «una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: “¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!”. Jesús le respondió: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”» (Lc 11,27-28). Lo elogiable de María, entonces, no era ser su madre (no había mérito de su parte en esto), sino su forma de aceptar y vivir la voluntad de Dios.

Es interesante notar, ahora, que estas mismas características las vemos en Jesús:

Lo primero es tan evidente que él mismo se define así: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27) y, más aún, lo pone como ideal para quienes le sigan: «el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes» (Mt 20,26)

Lamentablemente, en cuanto a lo segundo, los autores sagrados hacían una separación tajante entre el mensaje de Dios y la tan humana alegría. Sin embargo, no cuesta tanto, si lo pensamos, imaginar a Jesús como alguien que vivía con gran felicidad la misión que le encomendó su Padre, llegando a estremecerse de gozo al ver los resultados de la Buena Noticia en los demás (Lc 10,21).

Por último, en cuanto a la fe de Jesús, ¿qué podríamos decir? Él creía firmemente en lo que se le transmitió a su pueblo en las Escrituras: muchas veces acude a éstas para afirmar sus palabras; lo vemos orar continuamente y luego entregarse a Su Voluntad (Mc 14,36), por lo que era claramente reconocido como hijo de Dios (Mc 15.39).

Por todo lo anterior, podemos considerar que éstas son disposiciones y actitudes muy deseables en todo/a aquel/la que se diga cristiano/a.

Entonces, una buena forma de celebrar la Navidad (el regalo de su vida para nosotros), podría ser trabajar por cultivar, cada vez más y cada vez mejor, estas características de las que son nuestros ejemplos Jesús y su madre y regalárselas a nuestros hermanos de humanidad.

 

Solemos exaltar y hasta crear virtudes sobrehumanas para María, pero eso sólo la aleja de nuestra condición. Tal vez sería más productivo para nuestra fe, rescatar más lo que sí sabemos de ella respecto a su fe, lo que humanamente también podríamos hacer, aprendiendo de ella. Guíanos en la fidelidad a esta intención, Señor.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender correctamente los caminos de fe que descubrimos en los evangelios y en la vida,

Miguel.

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