miércoles, 5 de enero de 2022

Asemejarse al Hijo del hombre

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

9 de Enero de 2022                                                  

El Bautismo del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 40, 1-5. 9-11 / Salmo 103, 1-4. 24-25. 27-30 ¡Bendice al Señor, alma mía! / Tito 2, 11-14; 3, 4-7

 


+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     3, 15-16. 21-22

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
    Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Señor necesita de los «herederos de la Vida eterna» (2L), sus hijos, los bautizados «en el Espíritu Santo y en el fuego» (Ev) para enviarlos: «¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!» (1L). Por cierto que confiamos y le decimos «Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra» (Sal), pero su amor sólo se hace concreto cuando nuestras manos acarician, nuestro cariño lo expresa y nuestro corazón se hace solidario con los demás.

Bautizados en el Espíritu y en el fuego de quien vivió apasionadamente “como Dios manda”.

Él era uno más en la fila: «Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús», uno más que, sencilla y humildemente, «estaba orando».

A quien nos hemos adherido por el bautismo -asumiendo posteriormente su seguimiento adulto con cariño y devoción-, no es a un Señor «vestido con refinamiento [porque] Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes» (Mt 11,8); nosotros seguimos a quien se llamaba a sí mismo, simplemente, “el hijo del hombre”, alguien que, por el contrario, «no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58), uno «que come y bebe» (Mt 11,19), disfrutando del compartir humano como todos los demás, pero que, a la vez, demostró que hay que vivir generosamente para todos, ya que, según indicó: «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28).

Sin embargo, aquel estilo cercano, esa desacralización de Dios y de la relación con Él, sumada a su contacto privilegiado con los pequeños y despreciados: «el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 9,10) -aquellos a quienes las autoridades religiosas y políticas consideraban como tales y, por eso, los desechaban-, le traería problemas, por lo que advirtió que «debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte…» (Mc 8,31).

Siempre será buen momento para revisar nuestro cristianismo; en cada momento de nuestra vida.

¿Cuál debiese ser nuestro espejo? No tradiciones, por antiguas que sean; tampoco enseñanzas de personas, por santas que parezcan, sino ese tipo de actitudes reseñadas. Por ejemplo:

¿Por qué en nuestras comunidades hay tantos que buscan destacarse, llamar la atención con grandilocuencia, poniéndose en los primeros lugares, y siendo priorizados por nuestras autoridades por eso mismo?

¿Por qué nuestros templos están llenos de metales preciosos y hasta las figuras pueden llevar adornos más valiosos que lo que ganaría una persona sencilla en una semana o mucho más tiempo de trabajo?

¿Por qué muchas instituciones con el apellido de cristianas (y aún más las católicas en nuestro país) son identificadas como salud o educación para los privilegiados y no para los preferidos de Jesús y su Padre?

¿Por qué nuestros líderes nos exhortan a evitar comidas o bebidas o a no relacionarnos con ciertos tipos de personas, mucho más que a ser solidarios y aportar a que nuestra gran comunidad humana sea justa?

¿Por qué en nuestras congregaciones los más “importantes” no son los que sirven y rara vez se ve a pastores con una escoba o haciendo algún trabajo efectivo en beneficio de todos, miembros o no?

¿Por qué muchas de nuestras denominaciones cristianas apoyan proyectos de discriminación o, incluso, de odio contra otros, volviendo a hacer sufrir y perseguir a los hijos de hombre que se oponen a todas estas acciones?

A quien debiésemos parecernos, para que tenga sentido llamarnos a nosotros mismos “cristianos” es a aquel que la voz del cielo señaló de esta manera: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». Al mismo a quien, después de vivir según Su Voluntad, rescató de la muerte (Hch 2,24) como certificación de que todo lo hizo bien (Mc 7,37).

¡Ay de nosotros si nuestro cristianismo no nos trae problemas! ¡Tristes de nosotros si somos sólo


“buenas personas” que no afectamos a nadie, porque nos perdemos la bendición que nos hace: «¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!» (Lc 6,22).

Jesús le preguntó a uno que había sido ciego: «"¿Crees en el Hijo del hombre?". Él respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven"» (Jn 9,35-39)

No vayamos a creer que porque hemos sido bautizados ya estamos listos, que vemos correctamente, y no busquemos permanentemente ver a la manera suya.

«Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8) ¿Encontrará este tipo de fe?

 

Tendemos a sentirnos superiores a otros por haber sido bautizados en la religión “correcta”, dejando en el pasado ese evento o suponiendo que lo que hacemos, aunque no tenga mucho que ver con tus enseñanzas, Señor, es la forma adecuada de vivir de acuerdo a ese momento. Ayúdanos a descubrir cómo ser hijos predilectos del Padre, semejantes a ti. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, cómo vivir coherentemente la unión que sentimos tener con el Hijo de Dios, que no dejó de ser hijo de hombre,

Miguel.

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