miércoles, 21 de septiembre de 2022

El pecado de la indiferencia

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

25 de Septiembre de 2022                                       

Domingo de la Vigésimo Sexta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Amós 6, 1. 4-7 / Salmo 145, 7-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / Timoteo 6, 11-16

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     16, 19-31


    Jesús dijo a los fariseos:
    Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
    El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
    En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan».
«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí».
    El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento».
    Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen».
«No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán».
    Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El discípulo del Reino de Dios es llamado a mantenerse «sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (2L), momento en que se decidirá que los que «beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina» de sus hermanos (1L), recibirán «el tormento» debido a su actitud indiferente, al contrario del que padeció males, quien encontrará consuelo en su regazo (Ev), porque «El Señor ama a los justos» (Sal), los que se compadecen, los que no dejan de ver y hacer algo por quienes padecen a su alrededor.

¿Nos convence Aquel que resucitó de entre los muertos?

En Chile cuesta un poco por las significativas efemérides de estas fechas, pero, de todas formas, se intenta hacer actividades que releven el que Septiembre sea el Mes de la Biblia.

¿Por qué se celebra en este mes?

Según la tradición evangélica, debido a que fue el 26 de Septiembre de 1569 que se terminó la impresión de su primera traducción al español, por Casiodoro Reina, la cual, después de una revisión por Cipriano de Valera se transformó en la versión tan querida por esos hermanos, conocida como “Reina Valera”.

Para la comunidad católica, por su lado, se destaca que en su calendario el 30 de septiembre se celebra a San Jerónimo, un clérigo que se dedicó a estudiar y difundir las Escrituras, siendo responsable de la primera traducción al lenguaje común de su época, el latín, la que se conoce como “La Vulgata”.

Tal vez no habría mejor ocasión para mostrar unidad (Jn 17,21) difundiendo la que todos los cristianos consideramos la Palabra de Dios, en vez de diferenciarnos también esta vez.

Pero en lo que unos y otros somos absolutamente similares es en tratar de acomodar, para evitar ser afectados, lo que la Biblia dice…

Pues bien, tomando el texto que se nos propone para este día, podemos notar que habitualmente cometemos, al menos, uno de dos errores al reflexionarlo, los que, según nos parece, podrían librarnos de sentirnos cuestionados por el Señor, sobre todo en el tema del dinero, que nos es más importante de lo que nos atrevemos a reconocer.

El primer error sería creer, como se predicó convenientemente por siglos, que los pobres deben sufrir resignadamente, pues en la otra vida serán compensados, como lo fue Lázaro respecto al rico.

(A propósito, ¡qué subversivo este Jesús que, al contrario de las normas de nuestra sociedad, le da nombre propio al pobre y se lo niega al acaudalado!)

Respecto al error, podemos afirmar que el Maestro no quería que nadie sufriese en esta vida. Al contrario: él buscó aliviar permanentemente. Y, más aún, nos dijo que no quería vidas disminuidas, sino en abundancia (Jn 10,10), en plenitud de dignidad.

La otra equivocación sería decir: “yo no soy rico, por lo tanto, esto no me atañe”.

El tema, evidentemente, ya que se encuentra casi inmediatamente a continuación de la enseñanza acerca de la incompatibilidad entre el amor a Dios y la ambición del dinero, apunta al mal que le hace a nuestro corazón la abundancia de bienes materiales, ya que nos deshumaniza.

Pero va más allá: nos habla del pecado de la indiferencia con respecto a la situación del necesitado, graficada en los banquetes al lado de la miseria de otro. Una de las actitudes más inhumanas que puede existir. Y en eso caemos de la misma manera tú y yo, sin importar el grosor de nuestra billetera o los ceros que tenga nuestra cuenta corriente.

Jesús, sus enseñanzas y su acción, eran todo lo opuesto a la insensibilidad respecto a las carencias y dolores de los demás, como sabemos, ya que, a lo largo de los evangelios lo contemplamos permanentemente sanando, acogiendo y dando alimento a quienes estaban necesitados a su alrededor.

El rico pretende (no se olvida de su esencia ni muerto) que Abraham mande (como a un sirviente) a Lázaro para que advierta a su familia de lo que les puede suceder si, como él, se dejan llevar por los placeres que otorga la abundancia y los domina el pecado de la indiferencia.


Su respuesta es contundente: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen». Es decir: que, si pusieran atención a lo que dice su Biblia, entenderían.

El diálogo continúa: «“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”».

Nosotros, católicos, evangélicos y quien quiera dejar que su Biblia le ilumine el camino, creemos que Alguien muy importante ha resucitado de entre los muertos… ¿pero nos hemos convencido de vencer el pecado de la indiferencia (graficado en esas dos interpretaciones erróneas de este texto) y acercar nuestras acciones y gestos hacia los necesitados como él nos ha enseñado?

 

Decimos creer que la Biblia es Palabra de Dios y decimos que amamos a Dios. Sin embargo, poca atención ponemos a esa palabra sagrada y, mucho menos, nos esforzamos por vivir de acuerdo a ella, a lo que tú, Señor, nos enseñas que es la voluntad del Padre. Tennos paciencia y continúa inspirando nuestra conversión en pos de la fidelidad a ti. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender mejor la Palabra, lo que significa comprender que no pretende ponernos límites, sino hacer nuestras existencias más plenas,

Miguel.

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