PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
2 de Octubre de 2022
Domingo de la Vigésimo Séptima Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4 / Salmo 94, 1-2. 6-9 ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor! / II Timoteo 1, 6-8. 13-14
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 3-10
Dijo el Señor a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónalo».
Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"? ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Quien quiera ser seguidor/a de Jesús, el cual -recordémoslo- está entre nosotros como el que sirve (Lc 22,27), en este mundo en que nos toca vivir, donde no se ve «más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia» (1L), debe aportar la diferencia, que está en el espíritu de reconciliación y de servicio (Ev), para contribuir a la paz y la fraternidad, aunque cueste, contando con que «el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad» (2L). «Ojalá hoy escuchen la voz del Señor» (Sal). Amén.
Nada más grande que ser simples servidores.
En nuestras iglesias cristianas los primeros lugares en aprecio y en jerarquía lo tienen “los que saben”, los que predican, los que han sido puestos para dirigir. Sin embargo, el servicio es la gran actitud que debiese caracterizar al creyente en Jesús, según sus propias palabras. Más aún: debiese ser la norma para seleccionar a los que se pondrán a cargo.
Pero en la práctica no es así.
Sus enseñanzas son claras al respecto: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,41-45).
¿Cuántas veces hemos escuchado al pastor, sacerdote u otro responsable decir que él es “quien manda”? Y eso, no en virtud de su abnegada entrega al servicio de los demás, sino porque la jerarquía de la institución lo designó en ese lugar…
(A propósito, ¿cuándo entrarán brisas democráticas en nuestras iglesias para que, por ejemplo, utilizando el caso citado, los pastores no sean impuestos, sino queridos y requeridos por sus comunidades? ¿O ese respeto a hermanos (no súbditos) en la fe va contra el querer del Maestro?)
Nuestro modelo es -debe ser- el mismo Jesús, su palabra y, sobre todo, su actuar y nosotros acercarnos lo más posible a éste, aunque nos hayamos acostumbrado a hacer las cosas de otra manera: «Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía».
Todo esto, no para complicar la vida, sino para que vivamos gozosamente: «Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican» (Jn 13,14-17).
Él descubrió la alegría, y la comparte con nosotros, en un estilo de vida de servicio humilde, constante, permanente. Un servicio atento, cuidadoso y cercano.
Si tratamos realmente de aplicar esto, una vez cumplido fielmente, tener la conciencia de haber hecho sólo aquello que era nuestra obligación, si nos decimos seguidores suyos.
Es decir, sin esperar, ni menos exigir, recompensa. Porque no se habría hecho nada especial. Debido a que sólo se ha cumplido con el deber. Y, además, habremos sido beneficiados con la alegría de servir.
Todo lo anterior, tanto en el servicio a Dios como en el servicio al hermano, ya que «el que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).
Nuestro ego no nos permite sentirnos «simples servidores»; necesitamos el reconocimiento y la alabanza. Pero las enseñanzas de nuestro Maestro nos impulsan a poner en el primer lugar a los que están al final de la fila (Lc 13,30): que sean más importantes los que portan la escoba que quienes llevan ornamentos litúrgicos; que las palabras servidor y sirviente sean la más alta dignidad en las comunidades cristianas.
Quiera Dios que seamos capaces de convertir nuestras estructuras eclesiales y también nuestras disposiciones personales de tal manera de que, no como ocurre tristemente hoy, cuando se vea a cristianos se tenga la certeza de que ahí hay gente que sirve. Siempre y en todo lugar.
Auméntanos la fe, Señor, para descubrir que otra manera de ser cristianos es posible y necesaria. Auxílianos, Señor, en el cambio que nuestra vida necesita para ser más coherentes con tus enseñanzas, de tal manera de encontrar la forma de vivir para servir. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, servir, ser útiles, aportar, ayudar, la palabra que se escoja, pero la actitud que sea una semejante al Maestro, para hacerlo presente en nuestro hoy,
Miguel.
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