miércoles, 5 de octubre de 2022

Una actitud poco desarrollada, pero que nos hace tanto bien

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

9 de Octubre de 2022                                               

Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

II Reyes 5, 10. 14-17 / Salmo 97, 1-4 El Señor manifestó su victoria / II Timoteo 2, 8-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     17, 11-19


    Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
    Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
    Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
    Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Para que «aclame al Señor toda la tierra» (Sal), antes es necesario que el o la discípulo/a de Jesús, muestre un accionar semejante al suyo, porque siente que «si hemos muerto con Él, viviremos con Él» (2L), de tal manera que la compasión de Él se refleje en la compasión de quienes se dicen cristianos, para que suceda como en su tiempo en que él actualizaba la misericordia de Dios hacia todo aquel que vive la marginación y el sufrimiento -simbolizados en la lepra-, provocando el agradecimiento alegre de los beneficiados (Ev y 1L).

Los agradecidos son más felices.

Los científicos nos informan que la gratitud es una actitud que puede otorgarnos hasta beneficios físicos como un mejor funcionamiento cardiovascular, una más óptima calidad de sueño y la disminución de la presión arterial, entre muchos otros.

Y, desde la perspectiva de la salud mental, se ha asociado a resultados como mayores niveles de satisfacción vital, menores niveles de estrés en embarazadas, y a ayudar a superar sintomatologías depresivas, angustia ante la muerte, tendencia al suicidio y más.

O sea que conviene ser agradecidos. ¿A qué se deberá, entonces, que nos cueste tanto serlo?

Primero, a nuestra ignorancia sobre sus bondades para nuestra existencia.

A esto podríamos sumarle nuestra vanidad, que nos impide reconocer el aporte de los demás en nuestros propios logros, porque nos gana la envidia que nos impide realzar a alguien, porque con ello nos sentimos disminuidos en la comparación.

También nos afecta la falta de humildad y de grandeza, que nos hacen ver el agradecimiento como una muestra de debilidad.

Y además ocurre que a veces nuestra conciencia nos señala que la forma más efectiva de manifestar agradecimiento es retribuir, siendo generosos a nuestra vez. Y estamos demasiado acostumbrados a nuestro egoísmo.

En fin, los beneficios que mencionamos al comienzo y los obstáculos para ser agradecidos que reseñamos son fruto de estudios de nuestros tiempos. Sin embargo, desde siempre las personas con alta sensibilidad, como Jesús, intuyeron que ser agradecidos hace bien al alma.

Él era dado a llenarse de alegría cuando veía a quienes lo rodeaban desarrollando lo mejor de su humanidad y agradecía por ello a quien comprende como el origen de eso y de todo lo bueno: su Padre: «Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”» (Lc 10,21).

Por ello, probablemente se entristecía cuando notaba que algunos despreciaban ese tesoro de bienes, decepción que podemos entrever, por ejemplo, en la frase que nos trae este evangelio: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?»

Para nuestro Maestro de humanidad es bello (y, por lo tanto, sería bueno que lo practicásemos también) cuando las personas tienen actitudes que recuerdan que fuimos hechos a imagen y semejanza (Gn 1,26) de quien es Bueno (Mc 10,18), es decir, cuando desarrollan todo su potencial humano. De esa manera, si le creemos a Jesús, también a nosotros la fe nos habría salvado.


Por otro lado, sería triste para él (y debiese serlo para nosotros) que se rechace aquel tesoro (Mt 13,44) que llevamos dentro (2 Cor 4,7) y actuemos en contra de lo que el Espíritu de Dios nos inspira (1 Cor 12,7).

Dice la sabiduría popular que “es de bien nacidos el ser agradecidos”, y ser bien nacido, en el caso de un hijo de Dios, es recordar de quien hemos nacido (1 Jn 5,4) y tratar de vivir consecuentemente esa relación.

Y no sabemos a quién pertenece la frase, pero sí entendemos que es bellamente cierta: “El agradecimiento es la memoria del corazón”. Por nuestro bien y el de los que nos rodean, no permitamos que nuestro corazón se ponga amnésico.

Sí, qué fea la actitud de los otros nueve… pero especialmente en relación a los dones de Dios ¿es mejor la nuestra?

 

Estremecidos de gozo, movidos por tu Santo Espíritu, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por las maravillas de tu Creación y por las maravillas que haces en nosotros y entre nosotros, porque miras con bondad la pequeñez de tus servidores. En adelante todas las generaciones nos llamarán felices, porque el Todopoderoso ha hecho en nosotros grandes cosas: ¡Tu Nombre es santo!. Gracias, Señor.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber reconocer siempre la acción generosa de Dios para con nosotros e, inmediatamente después, manifestar de una manera útil nuestro agradecimiento a Él,

Miguel.

 

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