PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
30 de Octubre de 2022
Domingo de la Trigésimo Primera Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Sabiduría 11, 22—12,2 / Salmo 144, 1-2. 8-11. 13-14 Bendeciré al Señor siempre y en todo lugar / II Tesalonicenses 1, 11—2, 2
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 1-10
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más».
Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El Apóstol tiene la esperanza de que a sus hermanos «Dios los haga dignos de su llamado» (2L), esto es, que acepten el hermoso desafío de asemejarse al Padre del Cielo, quien es «bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia» (Sal), y de no dejarse influir por los prejuicios de los demás para que no sean (no seamos) impedimento, sino aporte a que pueda llegar la salvación a todos (Ev). Esto, debido a que todos somos hijos de quien se dice: «Tú te compadeces de todos […] Señor que amas la vida» (1L). Que se note que en nuestro ADN espiritual están presentes esa misericordia y ese amor también.
Con un arrepentimiento útil y eficaz.
En la tradición católica el llamado sacramento de la reconciliación, más popularmente conocido como “la confesión” contempla una penitencia para quien se somete a este. Como sabemos, los confesores suelen establecerla en cantidades de rezos.
Uno bien podría preguntarse a quién le sirve (y de qué) dicha “penitencia”. Tema para especialistas.
En lo que toca a lo nuestro, tengamos presente la situación de Zaqueo: primero, un publicano es un recaudador de impuestos, y estos nunca han sido amados ni populares en ningún país del mundo, ni en ninguna época.
En segundo lugar, un cobrador de impuestos judío, en aquel tiempo, representaba una doble blasfemia (para un pueblo en que la religión formaba parte fundamental de su vida), ya que eran judíos que pedían dinero a otros judíos por cuenta del odiado y pagano imperio romano.
Como si fuera poco, para poder realizar aquella labor requerían estar en contacto permanente con esa gente “sin Dios”, representante de la potencia invasora de su país y con su sucio dinero.
Todo lo anterior hacía a estas personas indignas de entrar en el Templo y de participar en cualquier actividad comunitaria de alabanza al Señor, algo muy importante y muy incluyente en su sociedad.
Además de los motivos para el desprecio por parte de su pueblo ya mencionados, era conocido que abusaban de su posición y se quedaban con una parte del dinero recaudado. Eso los hacía ser ilegítimamente ricos.
Y Zaqueo era el jefe de quienes desarrollaban ese oficio… Era considerado, entonces, de los peores pecadores de su tiempo.
Para echarle más carbón a la hoguera, señalemos que muchos de los propios seguidores de Jesús deben haberse sentido traicionados por la actitud de éste hacia Zaqueo, ya que, además de ser víctimas de su codicia, podían entender que el Maestro se estaba contradiciendo al compartir amablemente con alguien que pertenecía al grupo de aquellos que poco antes había condenado: «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» (Lc 18,25), entre otros dichos al respecto.
No sabemos de qué hablaron durante el encuentro que tuvieron, pero bien podríamos suponer que Zaqueo le confesó lo que realizaba y cómo, tal vez con mucha vergüenza arrepentida al reconocerlo. Por su parte, Jesús debió hablarle de uno de sus temas favoritos: la misericordia del Padre Dios, mucho más grande y comprensiva que la nuestra, ya que Él quiere acoger a todo aquel que sea «un hijo de Abraham». O hija, por cierto.
(A propósito, no creemos que esto deba entenderse como judío necesariamente, sino como quien tenga una fe confiada como la del Patriarca, pertenezca a esa nación o no).
Aquella plática tuvo el mismo efecto que una confesión: el corazón pecador, pero dolido por su mal actuar, de Zaqueo se sintió reconciliado con Dios. Y su penitencia autoimpuesta fue reparar el daño causado: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más».
Eso sí sirve, y de mucho, a quienes fueron afectados por sus pecados. Y, ojo, partiendo por los pobres, históricas víctimas de injusticias, los que, a la vez, son los preferidos del Padre y de su Hijo amado, nuestro Maestro.
Por todo aquello, Jesús puede declarar: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», porque Zaqueo se ha salvado de esa vida que le estaba corroyendo el alma.
A nosotros, que nos sentimos, probablemente mejores personas que Zaqueo nos serviría mucho su ejemplo. Por lo que, sabiendo que «el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido», primero necesitamos reconocer que nos hemos perdido todo lo bueno que puso el Creador en nosotros, habiéndole hecho daño a otros, posteriormente confesar ante el Señor lo hecho (u omitido) y, finalmente, buscar compensar con gestos y actos concretos a los afectados.
Sólo de esa manera podemos estar seguros de que su salvación está llegando a la casa de nuestro corazón.
Que el ejemplo de los pecadores arrepentidos como Zaqueo ilumine nuestra forma soberbia o inconsciente de relacionarnos con los demás y después contigo, Señor; que no seamos de los que se indignan porque tu misericordia alcanza a quienes sólo Dios puede juzgar; y que sepamos corregir y compensar nuestro mal actuar. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, reconocernos pecadores, que le fallamos a Dios y a los hombres constantemente y que debemos compensar lo que hacemos mal,
Miguel.
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