miércoles, 7 de diciembre de 2022

¿Es él quien debía venir?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

11 de Diciembre de 2022                                         

Domingo de la Tercera Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 35, 1-6. 10 / Salmo 145, 6-10 Señor, ven a salvarnos / Santiago 5, 7-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     11, 2-11


Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo:
«¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino".
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Hoy y siempre, en medio de las dificultades de la vida, se nos exhorta: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!» (1L), y también: «tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor» (2L). Esto para que, sin importar cuán débiles nos sintamos, sepamos que «El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos» (Sal). Eso es «lo que ustedes oyen y ven» (Ev), si tenemos los sentidos de la fe despiertos y lo que debiésemos anunciar si tenemos los ojos y los oídos del corazón atentos y fieles.

No es fácil entenderlo, pero sus acciones hablan por él.

Jesús siempre fue y será desconcertante.

Ya siendo un bebé en brazos, le fue anunciado a sus padres: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción» (Lc 2,34).

También hemos recordado recientemente que su propia familia no comprendía ni aceptaba lo que estaba haciendo y pretendieron disuadirlo de continuar con su misión (Mc 3,20-21).

Sus compatriotas tampoco lo entendían y aludían a esa misma familia, tan conocida para ellos, para no permitir que sus palabras y acciones les cambiaran: «la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo» (Mc 6,2-3)

Y, a propósito de no dejarse cambiar, de la misma manera hemos traído a colación hace muy poco que el mismo Maestro se lamentaba por las ciudades donde, pese a haber llevado su mensaje y su acción potentemente liberadora/sanadora, ésta no fue acogida (Mt 11,20-21)

Incluso en algún momento cuestiona a sus hermanos de religión, haciéndoles ver una fuerte contradicción: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?» (Jn 10,32)

Resumiendo: por distintos motivos nunca fue fácil ser comprendido para Jesús, pero su confianza estaba en que buscaba ser permanentemente fiel a la voluntad de su Padre, aunque esto le trajese sinsabores de parte de quienes lo rodeaban.

Pues bien, hoy vemos que quien se supone que vino a ser su precursor, quien le prepararía el camino, tiene sus dudas y envía a preguntarle, desde la cárcel: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Es decir: “¿Me habré equivocado y no eras tú?

Se puede entender esto, porque el Bautista, que también anunciaba la venida del Reino, comprendía esta realidad con un protagonismo de Dios más bien violento: «Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?”» (Mt 3,7).

Claro, Jesús también criticaba a estas personas, pero por sus actitudes hipócritas. Sin embargo, el Maestro no andaba viendo a Dios como alguien lleno de ira o con esta amenazante imagen de Juan: «recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible» (Mt 3,12).

Como sabemos, el Dios que presenta Jesús (y es a Él que se debe asemejar el Reino) es, para empezar, un Padre y, además, uno lleno de misericordia generosa para todos.

Por eso, Jesús se hace imagen visible del Dios invisible (Col 1,15), asemejándose a esas características que él ha descubierto en el Padre Dios.

Entonces, mientras el Bautista hacía esos anuncios tremendistas para quienes no se convirtiesen, el Nazareno perdonaba aún si no se lo pedían; mientras el Bautista se alejaba de las ciudades, el Nazareno iba hacia donde se encontraba la gente; mientras el Bautista era más bien penitente, el Nazareno era una persona que disfrutaba el compartir con los demás.

Anunciaban el mismo Reino, pero sus estilos eran extremadamente diferentes. Debido a eso, probablemente, ocurrió que cuando «Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo», decidió consultarle.


Y, es posible, además, que esa percepción de quien era «más que un profeta», pero a quien le costó comprender sus caminos de misericordia (Mt 12,7), produjera esa paradoja de que pese a que «no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él», porque quien se hace pequeño, humilde, sencillo, acogedor, está más cerca del proyecto de humanidad más humana, al que Jesús llamaba el Reino de Dios.

Esto significa que los signos de que donde Él reina -donde domina el estilo de Jesús-, se producen mejorías concretas para la gente: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres». Es decir, anunciar el Reino, si creemos en Jesús (si le creemos) como el que debe venir a mejorar las vidas de los hijos de Dios, implica que entre nosotros domina y fluye generosamente la ternura compasiva, preocupada y ocupada de los demás, sin dejar a nadie afuera.

 

Que podamos contagiarnos de la dedicación valiente del Bautista para anunciar el Reino y también de la ternura compasiva tuya, Señor, para vivirlo y ayudar a construirlo entre nosotros. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría no perdernos acerca de a quién debemos seguir y cómo: nuestro modelo debe ser Jesús y nuestro plan seguir sus pasos lo más fielmente posible,

Miguel.

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