miércoles, 14 de diciembre de 2022

¿Qué produce la fe en nosotros?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

18 de Diciembre de 2022                                         

Domingo de la Cuarta Semana de Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 7, 10-14 / Salmo 23, 1-6 Va a entrar el Señor, el rey de la gloria / Romanos 1, 1-7

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     1, 18-24


Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

¿Cómo «son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob» (Sal)?. Son como María y José, que se ponen a su disposición «para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado» (Ev). ¿Necesitas un impulso para ser parte de esto?. Entonces, «pide para ti un signo de parte del Señor» (1L). Y se te anunciará «la Buena Noticia de Dios […] acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos» (2L). Tras esa poderosa señal, ¿cuál será tu respuesta?

Descubriendo la voluntad del Dios en quien creemos.

Alguien decía, a nuestro juicio acertadamente, que no importa tanto en qué cree cada uno, sino lo que esa fe produce en la vida de esa persona.

En otras palabras, nos parece que al Dios de la Vida Eterna o vida en abundancia (conceptos que creemos que deben entenderse como vida plena, buena, digna, para sus hijos, ya desde esta tierra), no le interesa mucho bajo el techo de qué templo decidimos adorarlo, sino en qué acciones concretas se traduce hacia los demás lo que decimos creer.

En palabras más sagradas: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y, sin embargo, tiemblan. De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras» (Stg 2,18-19.26).

Desde esta perspectiva, recordemos lo que nos enseñan las lecturas de estos días previos a la Navidad acerca de los padres de Jesús.

Mientras María se encontraba en la soledad de su cuarto, en oración, entiende que el Señor quiere hacer algo prodigioso de ella: «Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,31-32).

Pero sus planes iban por otro lado: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» (1,34). Sin embargo, comprendiendo que «no hay nada imposible para Dios» (1,37), se dispone a acoger su voluntad: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (1,38).

Después, ella buscaría permanentemente meditar en su corazón los acontecimientos (Lc 2,19) para seguir descubriendo en ellos los mensajes de Dios y ponerse al servicio de las necesidades de los demás (Jn 2,3-5).

Por su parte, José se entera de que su mujer, «cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo», entonces, para evitar que la lapidaran por adúltera, como sucedía en esos casos, y como «era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto».

Pero se le manifiesta la voluntad de Dios, como a otros santos varones de las Escrituras, en sueños: «no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Y, desde entonces, cumple el rol de ser el protector de su familia, salvándola de los peligros que la asechaban (Mt 2,13-14).

Era necesario que María ofreciese su vientre y José su paternidad para que los planes de Dios se cumpliesen en nuestra historia «dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”», como lo había anunciado por medio de un profeta, si revisamos Isaías 7,14.

Pero también era necesario que tuviese de quien aprender lo que debiese producir en él la fe en Dios. Y lo aprendió, como casi todo lo importante de nuestra vida, en el seno de su familia.

Hubo “una mujer ordinaria que hizo cosas extraordinarias”, como se la denominó, porque sentía que eso era lo que Dios quería: salvar de la máquina de persecución y muerte nazi a muchos judíos. Eso produjo en ella su fe en Dios. Nos referimos a la cristiana holandesa Corrie Ten Boom, cuya frase más conocida fue: “No te preocupes por lo que no entiendas de la Biblia. Preocúpate por aquello que entiendes y no aplicas en tu vida”.

Porque podemos no entender bien algunas frases un tanto enigmáticas de Jesús, pero hay una cosa que cualquiera (tenga fe o no) entiende que es el centro de su mensaje: amar a Dios sobre todas las cosas y, para que esto sea útil para algo, descubrir cómo amarlo en el prójimo (Mt 22,36-40).


Por eso, cuando los creyentes acogen en sus vidas y ponen en práctica lo que comprenden que el Señor espera de ellos, se produce la maravilla de que todos pueden percibir a Dios con -en, entre- nosotros, para ayudar a mejorar la vida de muchos, partiendo por los que más lo necesitan: los más carenciados de nuestros hermanos.

Volviendo a la carta del apóstol: «¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (Stg 2,15-17).

¿Qué produce nuestra fe en nosotros, en nuestra forma de vivir? Recordemos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 15,16).

 

Que el ejemplo de tantos grandes en la fe, como José, nos enseñe a buscar la voluntad de Dios y luego nos inspiren a atrevernos a ser más audaces en convertir nuestras creencias en acciones que aporten a aumentar la vida plena, buena y digna entre nosotros, comenzando por los más débiles, como aprendimos de ti, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber traducir en obras concretas de bien nuestra fe en el Señor de la ternura y el servicio compasivo y misericordioso hacia los necesitados,

Miguel.

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