miércoles, 4 de septiembre de 2024

Es necesario abrirnos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

8 de Septiembre de 2024                                         

Domingo de la Vigésimo Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 35, 4-7 / Salmo 145, 7-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / Santiago 2, 1-7

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     7, 31-37


    Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

    Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

    Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El profeta anuncia los tiempos en los que Dios consolará a su pueblo, utilizando esta imagen: «se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo» (1L), a lo que hace eco el salmista: «El Señor libera a los cautivos. Abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados» (Sal). Porque nuestro Dios, como sabemos, se pone del lado de los menoscabados. Lo reafirma el Apóstol: «¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman?» (2L). En la sanación del sordo mudo por parte de Jesús (Ev), vemos realizarse la esperanza mesiánica de los pobres y sencillos y la de todos quienes sepamos estar de su lado.

Y ser más normales…

Una importante encuesta señaló que el 59% de los chilenos (dos de cada tres personas) se declaran cristianos, en cambio un 29% no se identifica con ninguna religión. El primer porcentaje sube a 68% entre las personas mayores a 50 años y cae a 49% entre quienes tienen menos de 35 años.

Por otro lado, un 20% aseguró orar en una iglesia o templo al menos una vez al mes, un 52% de los encuestados cree en el Dios que presentan las distintas Sagradas Escrituras monoteístas y un 24%, en un espíritu superior en general.

Estos datos dejan a nuestro país en el último lugar en Latinoamérica en cantidad de creyentes en Cristo.

Asimismo, el estudio reveló que el 80% de los chilenos está de acuerdo que creer en Dios (o en fuerzas superiores) ayuda a superar las crisis (conflictos, enfermedades) y un 67% de los chilenos está de acuerdo que la creencia en Dios (o en fuerzas superiores) hace a las personas más felices que el promedio.

A simple vista notamos, hablando de nuestro país, que hay un ansia mayoritaria por el contacto con la divinidad, sin embargo, se ha ido diluyendo la que era una inmensa mayoría para el cristianismo. Y mucho más los que hacen concreta en una iglesia esa creencia.

Esta desafección que, obviamente, preocupa a las distintas denominaciones, lleva, por cierto, a quienes somos creyentes a analizarla para intentar buscar respuestas. Entre los muchos diagnósticos podríamos decir que existen dos grandes corrientes: una que culpa a los demás y la otra que intenta ver en qué hemos fallado para alejar a tanta gente.

Nos inscribimos entre estos últimos. Creemos que Jesús no sólo una vez, sino muchas, ha hecho este gesto con nosotros: «levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete"». Pero de alguna manera nos resistimos y no se produce lo que él desea: que se abran nuestros oídos, se nos suelte la lengua y comencemos a hablar normalmente.

No “abrimos los oídos” cuando, al leernos la palabra, estamos en estado de distracción, por lo que nos perdemos toda la riqueza que hay en ella (Lc 8,14); también cuando la leemos por nuestra cuenta, pero le anteponemos filtros que nos han enseñado o no utilizamos nuestras propias capacidades para comprender el mensaje que tiene para nuestra vida, impidiendo que dé los frutos que corresponden (Lc 8,15). O, peor aún, hacemos de esta palabra una herramienta para alimentar nuestra rama del cristianismo en contra de todas las demás, mostrando una terrible discordia que va en contra del deseo de Jesús (Jn 17,21).

No “se nos suelta la lengua” cuando por temor, por ignorancia (que no buscamos solucionar) o por comodidad, no somos capaces de proclamar que creemos en la mejor Buena Noticia que pueda haber: Dios nos ama a todos (Mt 5,45), con una locura que parece imposible (Jn 3,16; Rm 5,8).

Y no “hablamos normalmente” cuando decimos cosas que fuera de nuestros muros nadie entiende, porque nos hemos quedado con conceptos de hace dos mil años (o sus interpretaciones de varios siglos después), sin darnos el trabajo de actualizarlos para este tiempo, para el nivel de conocimientos que hemos alcanzado como sociedad y para que parezcamos adultos en la fe (Mt 13,52).


Todo lo anterior contribuye a que el cristianismo sea visto como un sistema de creencias que no resulta atractivo, por lo que muchos no ven el sentido de dejar su forma de vida hasta el momento e integrarse a esta que nos mueve a nosotros.

Por lo tanto, si no hay más gente que se sienta motivada a creer en el Buen Padre Dios como nos enseñó su Hijo, no es por responsabilidad suya, porque él «todo lo ha hecho bien». Somos nosotros quienes no mostramos en nuestra vida la alegría de ser creyentes. Y eso, por cierto, no atrae a nadie.

 

Vivimos o intentamos vivir nuestra fe escondiéndola en un cofrecito dentro del corazón, como olvidando que tú, Señor, nos impulsas a ser servidores de los demás. Y la fe sólo muestra estar viva si da frutos que sirvan a la vida de otros. Ayúdanos a ser más fieles a tu envío. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, conseguir destapar nuestros oídos a la Buena Noticia y que se destrabe nuestra lengua para proclamarla, a la vez,

Miguel.

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