PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de marzo de 2013
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
Lecturas:
Hechos 10, 34.37-43
/ Salmo 117, 1-2. 16-17.
22-23 Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos
y regocijémonos en él / Colosenses
3, 1-4
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada,
cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la
piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron
al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en
el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en
el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto
su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también
vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
MEDITACION
«Este
es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él» (Sal), porque «Dios
ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó
haciendo el bien [sin embargo] los judíos […] lo mataron, suspendiéndolo de un
patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día» (1L), ya
que «que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos» (Ev), para que
recibiésemos su gran regalo: «Ya que
ustedes han resucitado con Cristo […] ustedes también aparecerán con él, llenos
de gloria» (2L).
A
veces olvidamos que este es el centro de nuestra fe: Jesús servidor de la vida,
que “pasó haciendo el bien”, como recuerda Pedro, fue condenado y ejecutado por
los que están contra la vida en abundancia. Pero esa no fue la palabra final,
porque Dios se manifestó poderosamente con la resurrección del castigado
injustamente.
Y
como la Palabra de Dios es eterna (1 Pe 1,23), esto se hace “hoy”
en cada momento de la historia.
Por
lo que en nuestro tiempo tenemos que seguir anunciando que la muerte, el egoísmo
y la desesperanza no son invencibles, ya que Jesús no podía ser derrotado por el
mal, debido a que su amor, capaz de dejarse matar por los demás, ha manifestado
la fuerza de Dios. Y la sigue y la seguirá manifestando, en la medida en que
sus discípulos intentemos hacer lo mismo, porque recibimos un mandato de él: «Les
he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn
13,15), confiando
en que esa misma fuerza acompaña a todo el que trabaja por el Reino y su
justicia (cf Mt 6,33).
Recordemos
que Jesús había dicho: «No piensen que he venido a traer la paz sobre la
tierra. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su
madre y a la nuera con su suegra» (Mateo 10, 34-35). Y también: «Yo he
venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera
ardiendo!» (Lucas 12, 49). El Maestro no era alguien que fuese
indiferente a las autoridades, porque a él no le era indiferente la situación de vida
de los demás, en especial de los más pobres. Y, por eso, fue castigado y terminó
su vida ajusticiado por los poderes políticos y religiosos.
Esto
implica que, quienes queremos ser auténticos seguidores suyos, no podemos pasar
“sin pena ni gloria” por la tierra, que es lo que hacen los que sólo siguen al
crucificado, al que fue vencido por las fuerzas del egoísmo: ellos son los que
“se quedan mirando al cielo”, cegados a los problemas que afectan a los Cristos
sufrientes de cada tiempo, en sus problemas concretos de la tierra.
Lo
que nos corresponde, por el contrario, es vivir como seguidores del Resucitado,
el que venció a esas fuerzas y que acompaña con su poder a quien quiera ser
fiel a su ejemplo, para continuar venciéndolas en las diversas encarnaciones
con las que el mal se va presentando, aún en nuestro tiempo.
Eso
nos hace continuadores de su proyecto: construir el Reino del Padre, uno de
cuyos signos más efectivos para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en
la comunidad, será la formación de una familia de hijos del Padre de todos, por
lo tanto una donde no haya exclusiones de ningún tipo. Porque un grupo
cristiano, un pueblo, una sociedad donde se tolera la marginación de alguien,
debido a que las leyes humanas lo permiten o lo fomentan, repite la historia del
aparente fracaso de la causa de Jesús y el abandono y la fuga de sus
seguidores.
Y
es que al Resucitado sólo se lo sigue encontrando donde quienes dicen creer en
él luchan contra la muerte, de manera que la vida sea más humana, más plena,
más feliz y más completa en todos los planos posibles. Porque de esa forma se continúa haciendo realidad su
misión: «yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Juan
10,10).
Padre,
a la luz de tu Espíritu, comprendemos que tu Hijo fue crucificado, como muestra de ese gran amor que llega a dar
la vida por nosotros. Pero luego ha Resucitado y, desde entonces, nos guía por
los caminos de la vida en abundancia.
Gracias,
Señor.
Celebrando la
fuerza de la Paz, el Amor y la Alegría con que se manifiesta la Resurrección,
Miguel.
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