25 de marzo de 2013
Lunes Santo
Lecturas:
Isaías 42, 1-7
/ Salmo 26, 1-3.13-14 El Señor es mi luz y mi salvación
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a
Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una
cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo
puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus
cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que
lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos
denarios para dárselos a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesaba por
los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común,
robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía
reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen
siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.»
Entre tanto, una gran multitud de judíos se
enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para
ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes
resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos
y creían en Jesús, a causa de él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ayer
fue presentado como Mesías en su entrada triunfal a Jerusalén, aclamado con
ramos; hoy, al comienzo de la Semana Santa, «así
habla el Señor: Este es mi Servidor, a quien yo sostengo» (1L). Por eso, él puede
hacer suyas las palabras: «El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (Sal) y con esa confianza
enfrentar los acontecimientos que sabe se sucederán en unos días.
En
eso está cuando, en una agradable cena entre amigos, se suscita un conflicto:
una vez más la grandeza y el egoísmo humanos se enfrentan. Esto último es lo
que ha venido a sanar y, para eso, destaca y fortalece lo primero.
La
hipocresía de recordar en ese momento a los pobres, como si no fuera
tristemente cierto que «los tienen
siempre con ustedes», olvidando que la preocupación y, mejor aún, la
ocupación por ellos debe ser permanente y, por cierto, no sólo cuando hay
tentadores recursos de otros a la mano.
El remedio a la pobreza y a todos los dolores
provocados por la injusticia humana, es precisamente la actitud compasiva de
María, la atención y la cercanía con el otro ser humano, porque, como decía el
Papa en su primer Ángelus: “Un poco de misericordia vuelve al mundo menos frío
y más justo”. Mucha misericordia, la de Dios manifestada en su Hijo, que no
vino a ser servido, sino a servir (Mc 10,45), salvó y sigue
salvando, por intermedio de los cristianos, sus seguidores, al mundo.
«Yo creo que
contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes» (Sal). En esa confianza,
empezamos a vivir esta semana orientados por ti y hacia ti, Señor. Que no
dejemos nunca de ser fieles al camino misericordioso que tú hiciste brillar
entre nosotros. Así sea.
Buscando el
Reino de la Paz, el Amor y la Alegría y su Justicia, como frutos de esta Semana
Santa,
Miguel.
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