A todos, a todos os
bendigo en este adiós, invocando al Padre,
invocando para
vosotros la recompensa de los que han consolado
el doloroso camino
del Hijo del hombre.
Bendita sea la
Humanidad en esa porción selecta suya, que está en los judíos
y está en los
gentiles, y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia mí.
Bendita sea la Tierra con sus hierbas y sus
flores; benditos sus frutos,
que me procuraron
delicia y alimento muchas veces.
Bendita sea la
Tierra con sus aguas y con su calor, por las aves y los animales,
que muchas veces
superaron al hombre en confortar al Hijo del hombre.
Bendito seas tú,
Sol, bendito seas tú, mar, benditos seáis vosotros, montes, colinas,
llanuras; benditas
vosotras, estrellas que me habéis acompañado en la nocturna oración y en el
dolor. Y tú, Luna, que has sido luz para mis pasos durante mi peregrinaje de
Evangelizador.
Benditas seáis todas, todas vosotras, criaturas,
obras del Padre mío, compañeras mías en este tiempo mortal, amigas de Aquel que
había dejado el Cielo para quitar a la atribulada Humanidad las espinas de la
Culpa que separa de Dios.
(Con su última
bendición - dirá la Madre Santísima –
Jesús devolvió
bondad y santidad a todas las cosas de la Creación)
¡Benditos seáis también vosotros, instrumentos
inocentes de mi tortura:
espinas, metales, madera, cuerdas trenzadas,
porque me habéis ayudado a cumplir la Voluntad
del Padre mío!.
Una luz que desciende
del Cielo al encuentro de la Luz que asciende...
Y Jesucristo, el Verbo de Dios,
desaparece para la
vista de los hombres en este océano de esplendores...
En la tierra, dos únicos ruidos en el silencio
profundo de la muchedumbre extática:
el grito de María
cuando El desaparece: « ¡Jesús!», y el llanto de Isaac.
Los demás están
enmudecidos por religioso estupor, y permanecen allí,
como en espera de
algo, hasta que dos luces angélicas candidísimas, en forma mortal,
aparecen y dicen las
palabras recogidas en el primer capítulo de los Hechos Apostólicos:
-Hombres de Galilea, ¿por qué estáis mirando
al Cielo? Este Jesús,
que os ha sido ahora
arrebatado y que ha sido elevado al Cielo, su eterna morada,
vendrá del Cielo, en
su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado.
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