jueves, 26 de septiembre de 2013

Que las excusas no reemplacen nuestra solidaridad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de septiembre de 2013
Vigésimo Sexto Domingo Durante el Año

Lecturas:
Amós 6, 1. 4-7 / Salmo 145, 7-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / I Timoteo 6, 11-16

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   16, 19-31
    Jesús dijo a los fariseos:
    Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
    El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
    En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: «Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan».
«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí».
    El rico contestó: «Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento».
    Abraham respondió: «Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen».
«No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán».
    Pero Abraham respondió: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán».
Palabra del Señor.

MEDITACION
El discípulo del Reino es llamado a mantenerse «sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (2L), momento en que se decidirá que los que «beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina» de sus hermanos (1L), recibirán «el tormento» debido a su actitud indiferente, al contrario del que padeció males, quien encontrará consuelo en su regazo (Ev), porque «El Señor ama a los justos» (Sal).
Me impresiona cuando, en la situación en que una cajera de supermercado consulta al cliente si donaría unos pesos a la causa que es patrocinada por su empresa, ocurre que hay gente que se niega. Incluso, cada cierto tiempo, circulan por internet contra-campañas que buscan enlodar a las instituciones de beneficencia que son ayudadas por ese medio.
También más de alguno de nosotros habremos tenido la experiencia de escuchar prevenciones contra mendigos que solicitan dinero, del tipo de: “se lo gastará en alcohol o droga” o cualquier otro razonamiento que justifica no dar.
Siempre me pregunto al respecto cuánto hay de sincero y cuánto de hipócrita excusa para amparar la falta de generosidad. Porque, supongamos que acogemos la versión mal pensada que nos presentan: ¿a quién le puede afectar dar unas monedas que no sirven para nada más y sólo estorbarán en los bolsillos?
Por otro lado es preocupante pensar cuánto daño podemos hacer a una obra que sí hace algo –por lo pronto, mucho más que nosotros- al difundir esas supuestas informaciones.
Y, por último, ¿quién, de verdad, cree que regatear una moneda (porque tampoco damos más que eso) impedirá que alguien sea alcohólico o drogadicto?, sin contar con que es mucho peor impedir que alguien tenga una pequeña opción de alimento o abrigo debido a su desconfianza sin mucho fundamento…
No imagino a Jesús, al menos, en línea con esos razonamientos que a la larga amparan la falta de
solidaridad.
De hecho, si nos fijamos, la parábola de hoy no dice que el rico le haya hecho algún daño a Lázaro. Sí critica la indiferencia de quien no merece ni un nombre en esta historia.
Podría ser el tuyo o el mío.
Porque el tema no es cuántos ceros tenga tu cuenta, sino cuánta cercanía –o no- tengamos al dolor de los otros. Y, para eso hay que comenzar derribando lo que nos impide ver su sufrimiento. O la barrera que nos construimos con buenos argumentos y no tan buenas intenciones…

Señor, que ningún tipo de riqueza nos impida ver lo que nos aparta de ti y de nuestros hermanos. Así sea.

Aprendiendo del Dios de la Paz, el Amor y la Alegría a ver y servir al que sufre,
Miguel.

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