jueves, 10 de septiembre de 2015

Para acercarnos a ser un país cristiano



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
13 de Septiembre de 2015
Domingo de la Vigésima Cuarta Semana Durante el Año

Lecturas:
Isaías 50, 5-9 / Salmo 114, 1-6. 8-9 Caminaré en la presencia del Señor / Santiago 2, 14-18

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   8, 27-35
    Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
    Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».
    «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»
    Pedro respondió: «Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
    Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
    Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.

MEDITACION
La liturgia de este Domingo nos trae la pregunta más estremecedora para los creyentes: «¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?» (2L). Para eso, Jesús propone la fórmula del Reino: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Ev), pero quienes le sigan no quedan solos: «el Señor viene en mi ayuda» (1L), para ayudar a perder la falsa vida sin verdadera alegría «Él libró mi vida de la muerte» (Sal), otorgando la verdadera Vida: ésa que produce obras o frutos de plenitud o Buena Noticia para todos.
Se nos vienen las Fiestas Patrias. Además de las celebraciones, es tiempo de meditar en lo que nos une, lo que configura nuestras características como Nación.
Un elemento importante es la fe.
Parece apropiado, entonces, preguntarnos: ¿quién dice la gente que es Cristo, viendo las actitudes de los cristianos que vivimos en Chile?
Ocurre que 8 de cada diez chilenos se reconoce en esta denominación, pero, parafraseando al Padre Hurtado, ¿podríamos decir que éste es un país de seguidores de Cristo?
Esto, ya que es relativamente fácil reconocer a Jesús como el Mesías (=Cristo), pero lo complejo –y lo que vale- es asumir las consecuencias que tiene para nosotros el decir que le creemos.
Claro, algunos, legítimamente, según su concepción, lo consideran sólo «alguno de los profetas»: cada quien cree lo que quiere o puede creer.
Pero, esa mayoría estadística, ese más de 80% de chilenos que lo reconocemos como nuestro Señor, por honestidad con nosotros mismos/as y con los demás, debiésemos tener actitudes coherentes con esa fe.
Primero, reconociendo que la misión, palabras y acciones del Maestro no se llevaron bien con los dueños del poder y los privilegios, quienes lo castigaron con el rechazo y hasta la muerte.
Segundo, que, ante esa situación, primaron los criterios de Dios, los que van por el lado de la entrega generosa y no de los cálculos acerca de lo que más conviene o resulta apropiado.
Tercero, consecuentemente con su palabra, «el que quiera venir detrás de mí…», tendría que ser alguien dispuesto/a a renunciar, en caso de ser necesario, a la permanente satisfacción de los gustos y placeres propios, como lo dictan los «pensamientos de los hombres», según vemos y oímos en todos los medios de masas.
Cuarto, y junto con lo anterior, «que cargue con su cruz», la cual no es –aclarémoslo- cualquier dolor o molestia particular (como decían nuestros abuelos y algunos que aún tienen la espiritualidad anquilosada), sino que, para que sea cruz cristiana, debiese tener un peso semejante al de la suya: injusta, pero aceptada como consecuencia de vivir el amor.
Una vez que se tiene el espíritu dispuesto a intentarlo, con ganas y alegría, ya le estaremos siguiendo, y, por eso, nos estaríamos liberando de la triste vida materialista, que se ve maravillosa sólo en la publicidad de la TV, pero que, como hemos comprobado muchas veces, no se termina de “ganar” nunca.
Si tantos que usan el Nombre bendito de Cristo, cambiasen sus actitudes egoístas hacia la solidaridad con las causas de la justicia para todos y la fraternidad preferente con los más débiles de nuestros compatriotas, aunque cueste, será realmente una Buena Noticia que los cristianos constituyamos la mayoría en este país.

Que podamos revisar nuestros criterios a la luz de los tuyos, Señor, para hacer de nuestra vida y nuestra tierra una más cristiana, es decir, más humana. Así sea.

Buscando los caminos de Paz, Amor y Alegría para seguir por ellos al Señor con la cruz del servicio al hombro,
Miguel

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