jueves, 14 de enero de 2016

Cristianismo como sinónimo de alegría



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
17 de Enero de 2016
Segundo Domingo Durante el Año

Lecturas:
Isaías 62, 1-5 / Salmo 95, 1-3. 7-10 Anuncien las maravillas del Señor por todos los pueblos / I Corintios 12, 4-11

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   2, 1-11
    Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga».
    Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron.
    El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».
    Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Cuando los creyentes acogen las invitaciones: «Hagan todo lo que él les diga» (Ev) y «Anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos» (Sal), para hacerlo, más que de palabra, con acciones concretas, cada quien tiene capacidades y habilidades que sirven a los demás, ya que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L), de manera de poder hacer nuestro aporte a que «irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha encendida» (1L).
No es propio sólo de nuestros tiempos el asociar ritos religiosos, solemnidad y casi tristeza.
Con el Dios de Israel, de quien eran devotos Jesús y sus contemporáneos, la relación era respetuosamente seria y muchas veces agregándole grandes rasgos de temor.
Han pasado más de veinte siglos, nuestra concepción de Él evolucionó desde el iracundo “Señor de los ejércitos” a la imagen de un Padre bueno ocupado de cada ser vivo, legado del Maestro nazareno. Sin embargo, en el aspecto del estado de ánimo, reflejado en la expresión externa de sus actuales adoradores, poco ha cambiado.
Incluso, el Papa ha señalado: “Muchas veces los cristianos tienen más cara de ir a un funeral que de ir a alabar a Dios”.
«El primero de los signos de Jesús», signos del contenido de su misión, se produce emblemáticamente en uno de los acontecimientos más felices que conocemos: unas bodas. Debido a eso, y al peligrar esa alegría, hizo que se llenasen de agua las «tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos», es decir, que les dieran el uso de la religión tradicional, triste y temerosa, para, con su espíritu de servicio –y movido por su madre, quien “adelantó la hora”- transformarla en alegría, que es lo que produce y simboliza el vino.
En alguna parte de la historia, cristianismo y alegría se divorciaron. Habría que devolverle el gozo, para que sea auténtico seguimiento de Jesús, el cual nace del acontecimiento de la Resurrección: las mujeres que creyeron en ella, «atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos» (Mt 28,8); estaban en eso cuando, «de pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense"» (Mt 28,9).
Y esa característica es también el fruto de su forma de vivir: «La multitud se alegraba de las maravillas que él hacía» (Lc 13,17). Y de su revolucionaria enseñanza acerca del Padre del cielo: es como el pastor que había perdido una oveja y «cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido"» (Lc 15,5-6); fruto de la misión «los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre"» (Lc 10,17); entonces, «Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

Para Pablo el Reino de Dios es cuestión «de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17). Para Jesús es semejante a un tesoro escondido en un campo y quien lo encuentra «lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo» (Mt 13,44), para vivirlo con gozo: «el que practica misericordia, que lo haga con alegría» (Hch 12,8) y con consecuencias muy concretas, como en el ejemplo de Zaqueo, quien «lo recibió con alegría [y] dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más"» (Lc 19,5-6.8). De tal manera que quien ha utilizado bien sus talentos, al momento de la cuenta, recibirá la invitación: «entra a participar del gozo de tu señor» (Mt 25,21).
Los cristianos creemos que Jesús es la Buena Noticia de Dios para el mundo. Y «una buena noticia [es] una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). Y, como sabemos, la alegría es contagiosa: «lo que queremos es aumentarles el gozo» (2 Cor 1,24). Canta María: «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador» (Lc 1,47).
«Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,11).

Que nuestro rostro, nuestra palabra y nuestras acciones reflejen la alegría de creer en el Dios del amor y en ti, Señor, gozoso misionero de Su misericordia. Así sea.

Aprendiendo a hacer que la Paz y el Amor que se encuentra en el Señor se traduzcan en Alegría de vivir y compartir,
Miguel

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