miércoles, 20 de agosto de 2025

Puerta abierta a la plenitud

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

24 de Agosto de 2025                                              

Domingo de la Vigésimo Primera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 66, 18-21 / Salmo 116, 1-2 Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio / Hebreos 12, 5-7. 11-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     13, 22-30




    Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
    Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
    Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
    Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas". Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"
    Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
    Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».
Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

Quienes dicen creer en Dios y en que «es inquebrantable su amor por nosotros» (Sal), normalmente buscan responder a ese amor, por lo que, en palabras de Él, «anunciarán mi gloria a las naciones» (1L), lo que se traduce en que cada uno «produce frutos de paz y de justicia» (2L) que sirvan a todos los hijos del Padre del cielo, con lo que se abren a la posibilidad de ser acogidos en Su Corazón Misericordioso, o, según la metáfora de Jesús, «en el banquete del Reino de Dios» (Ev).

Para quienes no son estrechos de mente, ni de corazón.

Convengamos en que si alguien pregunta: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?», probablemente, la duda no es por el número, sino para saber si quien pregunta conseguirá estar en el grupo de los “salvables”. Y eso nos interesa a todos.

Jesús, como suele hacer, no responde directamente la cuestión, sino que invita a hacer pensar sobre el tema propuesto.

Su respuesta-reflexión comienza así: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán».

Si conocemos algo al Maestro sabremos que él no es alguien que estreche puertas ni busque poner dificultades a quienes quieran llegar a Dios. Al menos, no a propósito. Si ocurre eso se debe solamente a que las personas, en uso de su libertad, prefieren sus comodidades o privilegios -los que podrían llamarse “puertas anchas”-, por lo que consideran estrechos los caminos que propone Jesús.

Un ejemplo, sin ir muy lejos; sólo unos versículos antes de los de hoy:

«Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años […] Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, estás curada de tu enfermedad”, y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios» (Lc 13,10-13).

Todo bien, ¿verdad? Maravilloso que logre sanar a alguien que padecía por tanto tiempo…

Pero, no, alguien se molesta por esto: «el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado”» (Lc 13,14).

Razonable, desde el punto de vista de los mandamientos, ya que el Sábado es el día de descanso sagrado ¿verdad? Pero ¿era realmente eso lo que lo enojaba?, ¿por qué «El Señor le respondió: “¡Hipócritas!”» (Lc 13,15)?

Habría dos motivos más fuertes. Uno económico, porque los jefes religiosos cobraban por los servicios de la sinagoga y, al sanar esta mujer alguien que no era funcionario, perdía una “clienta”; el otro sería social-cultural simbólica: tomemos en cuenta la condición en que estaban las mujeres de su tiempo, con la espalda curvada por el peso de las obligaciones y los mandatos machistas, de los que el Maestro la libera, perdiendo este y todos los hombres parte de su dominación sobre ella…

La conclusión es contundente: «Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?» (Lc 13,15-16).




La intolerancia del encargado de la sinagoga, acostumbrado a las puertas anchas de los privilegios, es un ejemplo de una mente estrecha; en cambio, la puerta angosta (porque conlleva sacrificios) representa la solidaridad con el sufriente que es el camino amplio hacia los brazos del Buen Padre Dios. Recordemos que éstos últimos oirán: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo» (Mt 25,34), que será la bienvenida no para quienes cumplieron mandamientos, sino para quienes se ocuparon de las necesidades de sus hermanos, como hizo siempre Jesús (Hch, 10,38), porque él es nuestro ejemplo, es «la puerta» (Jn 10,9) y «el camino» (Jn 10,9) que pueden parecer angostos, pero conducen a salvarse de la vida egoísta tan dañina y nos lleva a una más humana, más plena, más según el querer de nuestro Padre Dios, quien quiere sólo lo bueno para nosotros (Mt 7,11).

 

Abre las puertas de nuestro corazón, Señor, para poder descubrir la belleza de vivir de manera semejante a la tuya, tan llena de alegrías que la llamabas Buena Noticia y también la forma de mostrar que reino el Buen Padre Dios entre nosotros. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber rehuir a lo fácil y cómodo, porque esos suelen ser caminos de traición a uno mismo, al contrario de aquellos de plenitud que suelen ser angostos,

Miguel.

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