miércoles, 13 de agosto de 2025

Un fuego que consume el mal para poder construir el bien

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

17 de Agosto de 2025                                              

Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Jeremías 38, 3-6. 8-10 / Salmo 39, 2-4.18 Señor, ven pronto a socorrerme / Hebreos 12, 1-4

 


+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     12, 49-53

    Jesús dijo a sus discípulos:
    Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
    ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

El Señor, Padre bondadoso, por amor a sus hijos, la humanidad completa, a todos quienes se han atrevido a ponerse a su servicio les dio este don: «puso en mi boca un canto nuevo» (Sal), uno que hace ver las situaciones que impiden que los más débiles entre nosotros puedan ser felices. Precisamente los causantes de esto querrán bloquear este mensaje diciendo de cada uno de aquellos: «no busca el bien del pueblo, sino su desgracia» (1L). Debido a esto, sucede que, lamentable, pero necesariamente, el seguidor de Jesús no trae paz, sino división (Ev) y deberá enfrentar, por ello, consecuencias similares a su Maestro: «piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores» (2L). Pero, así como él, de esa manera, encontró la felicidad eterna, nosotros estamos también invitados a encontrarla siguiendo su ejemplo y enseñanzas.

A incendiarlo todo.

Pareciera no ser muy adecuado este texto para nuestro tiempo de tanta violencia cruel en curso, una con acciones e imágenes extremadamente aberrantes, por ejemplo, en la propia tierra que pisó el Maestro.

¿Cómo leer el actual evangelio en este contexto sin pensar: “¿Cómo va a venir Jesús a crear más división? ¿Cómo va a prender fuego en un mundo que tanto necesita la paz? ¿No era este el «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29)?”?

Puede ayudarnos a comprender estas incendiarias palabras conocer el contexto bíblico en que se movía el Nazareno: ¿qué reminiscencias traía a su espíritu y al de quienes le escuchaban estos fuertes conceptos?

Empecemos recordando, por ejemplo, que la primera interacción de Dios con Moisés, lo que desembocaría en el proceso de liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto, ocurre desde «una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza» (Ex 3,2). Es decir, el fuego es sagrado y emancipador.

Después, el mismo Moisés rememora: «el Señor me entregó las dos tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios, donde estaban todas las palabras que él les dirigió en la montaña, desde el fuego, el día de la asamblea» (Dt 9,10). Es decir, el fuego es el medio de comunicación de la Palabra (los Mandamientos) del Señor.

El Profeta Ezequiel narra su vocación, el momento en que «la mano del Señor descendió sobre él». Ahí señala: «Yo miré, y vi un viento huracanado que venía del norte, y una gran nube con un fuego fulgurante y un resplandor en torno de ella; y de adentro, de en medio del fuego, salía una claridad como de electro» (Ez 1,4). Es decir, el fuego divino es impulso misionero.

De esta manera, podemos encontrar muchos ejemplos más que Jesús y sus hermanos de fe habían escuchado muchas veces en las lecturas de las Escrituras. Es así que el salmista proclama: «¡La voz del Señor es potente, la voz del Señor es majestuosa! La voz del Señor lanza llamas de fuego» (Sal 29,4.7). Porque cuando Dios habla, algo poderoso se enciende.

Pues bien, Jesús se presenta no sólo como objeto de conflicto, sino como alguien cuyas palabras y acciones son la causa misma de la disputa que separa a las personas. Ya Simeón le había anunciado a su madre, cuando él era un bebé: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción» (Lc 2,34). 

¿Qué era lo controversial, lo disruptivo en lo que decía y realizaba? Habría tanto que anotar, pero en una síntesis apretada digamos que su libertad ofendía a los poderosos, quienes, en su tiempo y en todo tiempo, no toleraban ni toleran ideas nuevas.

Un ejemplo de muchos: para ellos había que respetar a toda costa el Día de Descanso consagrado a Dios. Para Jesús el hombre es más importante que ese cumplimiento (Mc 2,27), llegando a demostrar lo absurdo de su exagerada obsesión por evitar cualquier actividad ese día con cuestionamientos candentes: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» (Lc 6,9). Y, como sabremos, a nadie le gusta quedar en ridículo, menos a quienes tienen autoridad.

Es así que las tensiones e incluso las rupturas violentas entre personas no las origina Jesús, sino los que deciden rechazarlo, rechazando sus enseñanzas.


Por ello, Jesús, que era alguien que vivía con la conciencia de que aquellos eran los tiempos finales: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido» (Lc 21,6), creía que era necesaria la pronta conversión de todos hacia la voluntad de Dios. Así se entiende aquello de «cómo desearía que ya estuviera ardiendo» ese fuego sagrado, liberador, medio de comunicación de la voluntad del Señor, que enciende algo poderoso impulsando a ser misioneros de esta Buena Noticia.

A él le parece, por lo tanto, que es necesario incendiarlo todo, figurativamente, para poner fin al mundo presente de tal manera que pueda surgir en su lugar el Reino de Dios.

 

Llénanos de tu fuego sagrado, Señor, para quemar, en nosotros y en nuestro alrededor, todo aquello que impide que tu Voluntad de amor entre nosotros se haga realidad, para que puedas reinar como te corresponde en nuestro mundo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, permitir al fuego divino inflamarnos de su generosidad para aportar a hacer del nuestro un mundo más humano, fraterno y solidario,

Miguel.

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