jueves, 28 de enero de 2016

Profetas de la Misericordia de Dios para todos



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de Enero de 2016
Cuarto Domingo Durante el Año

Lecturas:
Jeremías 1, 4-5. 17-19 / Salmo 70, 1-6. 15. 17 Mi boca, Señor,  anunciará tu salvación / I Corintios 12, 31—13, 13

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   4, 21-30
     Después de que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?»
    Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo." Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».
    Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
    Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio».
    Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.

MEDITACION
La Biblia, al ser manifestaciones personales de la fe de quien escribió cada texto, habla generalmente en singular. Pero, como es inspirada por el Espíritu de Dios para todos, hay que comprenderla en plural: a cada quien el Padre Dios nos dice: «Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía» (1L), lo que nos permite sentir: «Tú, Señor, eres mi esperanza» (Sal), pero «si no tengo amor, no me sirve para nada» (2L). Y el amor se expresa de manera concreta: anunciándolo por medio del servicio, aún a riesgo de no ser bien recibidos por quienes son nuestros más cercanos (Ev).
¿Qué molestó tanto a los paisanos de Jesús como para querer despeñarlo?
Les alteró que les recordara dos episodios que conocían bien de la historia de su pueblo y que se encontraban en las Escrituras:
El primero, protagonizado por el mayor de sus profetas, Elías, el cual, en un tiempo de gran sequía y hambruna, es enviado a realizar signos misericordiosos de parte del Señor, no a las viudas (pobres entre los pobres en aquella época) del pueblo elegido, sino a una extranjera.
En el segundo, el profeta Eliseo, discípulo del anterior, cura de la lepra a otro extranjero y pagano, pese a haber muchos en Israel necesitados de sanar de esa terrible enfermedad, que destruía las relaciones humanas por ser tan contagiosa.
Hizo notar, entonces, que el Señor Dios guía a sus profetas según designios que pueden ser difíciles de comprender, pero que son más sabios que los nuestros (cf 1 Cor 1,27). Y, por ello, no se deja amarrar por supuestos privilegios: Él no es un Dios para un solo pueblo, sino para toda la humanidad.
Con esto les estaba señalando que la misión de este paisano suyo era dejarse guiar por la voluntad de Dios y no por lo que ellos creyeran que debía hacer o decir.
La paradoja es que así mismo se puede verificar su autenticidad como enviado del Altísimo, ya que «ningún profeta es bien recibido en su tierra».
El problema desde siempre, y aún hoy, es que nos cuesta mucho aceptar que el Eterno y Todopoderoso pueda hacerse cercano hasta el extremo de encarnarse entre nosotros, por eso se preguntan asombrados: «¿No es este el hijo de José?».
Así fue que Elías y Eliseo tuvieron que alejarse de su país, debido a la incomprensión de sus compatriotas. Y de Jesús, ya sabemos cómo terminó su vida.
En esas, y muchas otras ocasiones, cada vez, la Palabra de Dios «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11).
Entonces, como ésta no puede ser encadenada (cf 2 Tim 2,9), debe dirigirse hacia otras personas y otros pueblos que la necesiten también.

Los discípulos de nuestro tiempo, de manera explícita o no, esperamos ser tomados en cuenta de manera muy privilegiada por el Señor. Como que asumimos que la cruz al cuello o la membresía en alguna congregación religiosa lo atan y obligan con nosotros.
Pero el amor de Dios no se “gana” haciendo méritos de ninguna clase (cf 1 Jn 4,10) y su Espíritu sopla donde quiere (cf Jn 3,8), de manera absolutamente libremente.
Nos corresponde disfrutar del regalo de su amor misericordioso; no amargarnos porque a otros les toca; y hacer lo posible para que lo conozcan y disfruten más de nuestros hermanos, sobre todo aquellos a quienes otros –que también se dicen “cristianos”- les han dicho que no son dignos de Él ni de sus dones.

Que nos sintamos privilegiados de conocerte, Señor, y eso se refleje en querer anunciar, con alegría, tu amor misericordioso que alcanza para todos. Así sea.

Buscando llevar la Buena Noticia de la Paz, el Amor y la Alegría a los empobrecidos materiales y los pobres de esperanzas,
Miguel

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