PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de Enero de 2016
Cuarto Domingo Durante el Año
Lecturas:
Jeremías 1, 4-5. 17-19
/ Salmo 70, 1-6. 15. 17 Mi boca, Señor, anunciará tu salvación / I Corintios 12, 31—13, 13
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 21-30
Después de que Jesús predicó
en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de Él y estaban
llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y
decían: «¿No es este el hijo de José?»
Pero Él les respondió: «Sin
duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo."
Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en
Cafarnaúm».
Después agregó: «Les aseguro
que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había
muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis
meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de
Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta
Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas palabras, todos
los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron
fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se
levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio
de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
MEDITACION
La Biblia, al ser manifestaciones
personales de la fe de quien escribió cada texto, habla generalmente en
singular. Pero, como es inspirada por el Espíritu de Dios para todos, hay que
comprenderla en plural: a cada quien el Padre Dios nos dice: «Antes de formarte en el vientre materno, Yo
te conocía» (1L), lo que nos
permite sentir: «Tú, Señor, eres mi
esperanza» (Sal), pero «si
no tengo amor, no me sirve para nada» (2L). Y el
amor se expresa de manera concreta: anunciándolo por medio del servicio, aún a
riesgo de no ser bien recibidos por quienes son nuestros más cercanos (Ev).
¿Qué molestó tanto a los paisanos de Jesús como para querer despeñarlo?
Les alteró que les recordara dos episodios que conocían bien de la
historia de su pueblo y que se encontraban en las Escrituras:
El primero, protagonizado por el mayor de sus profetas, Elías, el cual,
en un tiempo de gran sequía y hambruna, es enviado a realizar signos
misericordiosos de parte del Señor, no a las viudas (pobres entre los pobres en
aquella época) del pueblo elegido, sino a una extranjera.
En el segundo, el profeta Eliseo, discípulo del anterior, cura de la
lepra a otro extranjero y pagano, pese a haber muchos en Israel necesitados de
sanar de esa terrible enfermedad, que destruía las relaciones humanas por ser
tan contagiosa.
Hizo notar, entonces, que el Señor Dios guía a sus profetas según
designios que pueden ser difíciles de comprender, pero que son más sabios que
los nuestros (cf 1 Cor 1,27). Y, por ello, no
se deja amarrar por supuestos privilegios: Él no es un Dios para un solo
pueblo, sino para toda la humanidad.
Con esto les estaba señalando que la misión de este paisano suyo era
dejarse guiar por la voluntad de Dios y no por lo que ellos creyeran que debía
hacer o decir.
La paradoja es que así mismo se puede verificar su autenticidad como
enviado del Altísimo, ya que «ningún
profeta es bien recibido en su tierra».
El problema desde siempre, y aún hoy, es que nos cuesta mucho aceptar
que el Eterno y Todopoderoso pueda hacerse cercano hasta el extremo de
encarnarse entre nosotros, por eso se preguntan asombrados: «¿No es este el hijo de José?».
Así fue que Elías y Eliseo tuvieron que alejarse de su país, debido a la
incomprensión de sus compatriotas. Y de Jesús, ya sabemos cómo terminó su vida.
En esas, y muchas otras ocasiones, cada vez, la Palabra de Dios «Vino a los
suyos, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11).
Entonces, como ésta no puede ser encadenada (cf
2 Tim 2,9), debe dirigirse hacia otras personas y otros pueblos que la necesiten
también.
Los discípulos de nuestro tiempo, de manera explícita o no, esperamos
ser tomados en cuenta de manera muy privilegiada por el Señor. Como que
asumimos que la cruz al cuello o la membresía en alguna congregación religiosa
lo atan y obligan con nosotros.
Pero el amor de Dios no se “gana” haciendo méritos de ninguna clase (cf 1 Jn 4,10) y su Espíritu sopla donde quiere (cf Jn 3,8), de manera absolutamente libremente.
Nos corresponde disfrutar del regalo de su amor misericordioso; no
amargarnos porque a otros les toca; y hacer lo posible para que lo conozcan y
disfruten más de nuestros hermanos, sobre todo aquellos a quienes otros –que
también se dicen “cristianos”- les han dicho que no son dignos de Él ni de sus
dones.
Que nos sintamos privilegiados de conocerte, Señor, y eso se refleje en
querer anunciar, con alegría, tu amor misericordioso que alcanza para todos.
Así sea.
Buscando llevar la Buena Noticia de la Paz,
el Amor y la Alegría a los empobrecidos materiales y los pobres de esperanzas,
Miguel
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