7 de Marzo de 2016
Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma
Lecturas:
Isaías 65, 17-21
/ Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 ¡Te glorifico, Señor, porque me libraste!
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 43-54
Jesús partió hacia Galilea. El
mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo.
Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo
que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto,
habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de
Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario
real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había
llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que
bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: «Si no ven
signos y prodigios, ustedes no creen.»
El funcionario le respondió:
«Señor, baja antes que mi hijo se muera.»
«Vuelve a tu casa, tu hijo
vive», le dijo Jesús.
El hombre creyó en la palabra
que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron
al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó
a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la
fiebre», le respondieron.
El padre recordó que era la
misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Y entonces creyó él y
toda su familia.
Este fue el segundo signo que
hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Así es nuestra naturaleza humana: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no
creen».
Pero también es muy propio nuestro no saber valorar adecuadamente los
signos de que disponemos. O nos acostumbramos demasiado a estos.
El primero y el más grande es la vida misma: el milagro de la
respiración cotidiana y segundo a segundo; eso, junto al funcionamiento
armónicamente muy complejo de todo nuestro organismo. Una verdadera maravilla
diaria.
Otro increíble signo, relacionado con el anterior, es el uso que podemos
dar a nuestros sentidos: qué increíble es que podamos apreciar colores, formas,
gestos humanos, mediante la vista; o que podamos oler el aroma de una flor o un
fruto fresco; o que podamos sentir una caricia o la tierna piel de un bebé; o
que podamos disfrutar la música o las palabras más bellas con nuestros oídos; o
que podamos saborear el agua fresca con sed o los más variados sabores… en fin,
muchas más maravillas.
Y qué decir del despertar de la naturaleza cada madrugada; o de la
entrega generosa de los padres por sus hijos; o de la solidaridad de quienes
comparten lo poco que tienen…
¿No es verdad, acaso, que tenemos el regalo de poder ver muchos signos y
prodigios, entonces, que no sabemos valorar y que, por lo mismo, nos cuesta
creer?
Que permitamos que nos abras los ojos y todos los demás sentidos a los
signos y prodigios que has puesto para nosotros, Señor. Así sea.
Descubriendo, con mucha Paz, Amor y Alegría,
que la inmensa misericordia del Padre también está en nuestros genes,
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario