5 de Marzo de 2016
Sábado de la Tercera Semana de Cuaresma
Lecturas:
Oseas 6, 1-6
/ Salmo 50, 3-4. 18-21 El Señor quiere amor y no sacrificios
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 9-14
Refiriéndose a algunos que se
tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
«Dos hombres subieron al
Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie,
oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno
dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas."
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba
siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
"¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!."
Les aseguro que este último
volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza
será humillado y el que se humilla será ensalzado.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Hay dos grandes grupos de creyentes, esquematizando las cosas:
Uno es el de los habituales de su religión, algunos incluso tienen algún
grado de responsabilidad en sus comunidades; dentro de este grupo hay otros que
sólo son fieles a los ritos y prácticas que caracterizan su credo, sin mayor
compromiso.
El otro grupo es el de aquellos que perciben algún grado de inquietud en
su corazón, sintiendo que Dios está ahí en alguna parte y quieren –pero no
saben bien cómo- relacionarse más con Él.
Habitualmente, entre los primeros he conocido a muchos con actitudes
semejantes a las del fariseo de esta parábola (y tal vez en mí también
existan); gente que siente que tienen una relación privilegiada con el Señor,
tal vez creyendo que la antigüedad contagia santidad.
Los segundos se parecen mucho más al publicano, repitiendo «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!», claro que demasiadas veces exagerando su
sensación de indignidad con respecto al Santo, olvidando su misericordia.
Es claro que los justificados, es decir, los perdonados y acogidos con
amor por el Padre, son los que tienen actitudes más semejantes al publicano que
al fariseo.
Así que estamos advertidos acerca de cómo debiésemos comportarnos.
Pero ambos (y nosotros también) necesitan recordar que nadie es perfecto
(cf Rm 3,10), por lo que no existe quien no necesite su
perdón (fariseo, publicano o cristiano del siglo XXI), el cual Él otorga
generosamente (Is 55,7), no por nuestros
méritos, sino por su amor (Ef 2,4-5).
Que estemos siempre dispuestos a reconocernos pecadores y necesitados de
tu perdón, Señor. Pero que nunca olvidemos que estás dispuesto a regalarlo
siempre y generosamente también. Así sea.
Aprendiendo a llenarnos de Paz, Amor y
Alegría, que nos ayuden a ser misericordiosos como el Padre Dios,
Miguel
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