PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
1 de Enero de 2017
Santa María, Madre de Dios
Lecturas:
Números 6, 22-27 / Salmo 66, 2-3. 5-6. 8 El Señor tenga piedad y nos bendiga / Gálatas 4, 4-7
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron
rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor y encontraron a María, a
José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que
habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron
admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La Buena Noticia
de este día es que «ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto,
heredero por la gracia de Dios» (2L) y eso
permite «que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (1L). ¿Qué hicimos para merecer esto? Nada. Es un
regalo generoso. María, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su
corazón» (Ev) vivió este don con gozo contagioso; así se lo enseñó a Jesús
y él a nosotros. Es para exclamar: «Que canten de alegría las naciones, porque
gobiernas a los pueblos con justicia» (Sal)
¿Cuáles serían
aquellas cosas que María «meditaba en su corazón»?
Es probable
que, entre tantas maravillas, estén aquellas que tienen relación con lo que nos
recordaba el evangelio correspondiente al Domingo anterior: «la Palabra (de
Dios) se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14) y nosotros identificamos a esa
Palabra o Verbo Divino con Jesús.
Eso, que ya
es maravilloso y asombroso, tiene un segundo aspecto desconcertantemente bello:
el Dios Todopoderoso se hizo uno de nosotros, pero no como lo planificaríamos,
según nuestros conceptos estratificados de manera sumamente inequitativa, sino
haciéndose un lugar entre los más humildes de la tierra.
Recordemos:
su nacimiento no ocurre en alguno de los grandes imperios vigentes en aquel
tiempo, sino en el pequeño país de Israel; y, dentro de éste, ni siquiera en la
capital, sino en un pueblo; además, notemos que el anuncio de la «buena
noticia, [que será] una gran alegría para todo el pueblo» no llega a
las cortes reales, sino a los pastores mientras estaban en su labor (Lc 2,10-11); que, luego, cuando estos fueron a
observar, no encontraron grandes personajes, elegantes e influyentes,
sino a María, la niña servidora
del Señor (cf Mt 1,23; Lc 1,38) y a José el humilde carpintero del poblado de Nazaret; que
tampoco hallaron en el
lugar una “cuna de oro”, sino «al recién nacido
acostado en el pesebre» (cabe hacer notar, para quienes sólo tienen
la imagen “pascuera-comercial” de este acontecimiento, que un pesebre es, ni
más ni menos que un refugio de animales).
Probablemente,
entonces, su meditación le confirmaba que, como había cantado antes, en el
Magnificat, el Señor en quien creía es Uno que tiene criterios muy distintos a
los nuestros (cf. Is 55,9),
por eso ella lo identifica como quien «derribó a los poderosos de su trono y
elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos
con las manos vacías» (Lc 1,52-53).
¿Nuestra
meditación, por nuestro lado, nos lleva a ver que nuestra fe anda (o debiese
andar) a contra-corriente de este mundo en que se privilegian apellidos y
status financieros? ¿Qué consecuencias debiésemos sacar de esto?
Que
crezcamos en humildad y cercanía con nuestros hermanos, con especial afecto y
ocupación por aquellos más desfavorecidos y humillados, como aprendimos de ti,
Señor. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, aprender a vivir como nos enseñó Jesús: sencillamente y siendo solidarios
con los sencillos,
Miguel
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