miércoles, 21 de diciembre de 2016

Palabra que se hace Vida palpitante y misericordiosa



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
25 de Diciembre de 2016
La Natividad del Señor

Lecturas:
Isaías 52, 7-10 / Salmo 97, 1-6 Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios / Hebreos 1, 1-6

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    1, 1-18
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de Él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.»
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Estamos de fiesta porque sabemos que «Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres […] en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo» (2L), Jesús, a quien identificamos en la aseveración: «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Ev). Él, con su accionar en el mundo demostró ser Palabra de amor, justicia y libertad, para que se cumpliera la profecía: «todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios» (1L) y hoy sabemos que, por medio de su paso por nuestra Tierra, el Padre Dios «reveló su justicia a los ojos de las naciones» (Sal)
La Palabra de Dios es creadora, como nos recuerda este texto del evangelio: «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe». Pero, además, todo aquello lo hizo bien (cf Gn 1).
Su Palabra posteriormente, nos llegaría para comprender que Él es «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Cor 1,3). Por ejemplo:
«No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios; yo te fortalezco y te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa» (Is 41,10)
Esa es muy poderosa, pero hay una más tierna:
«¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!» (Is 49,15)
Otro mensaje:
«Yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre ustedes (…): son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11)
Esa esperanza se concretó en un momento de la historia en que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», en la persona de Jesús.
Y, para que comprobásemos que «la misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión» (Lam 3,22), esa Palabra continuó siendo misericordiosa y esperanzadora:
«Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante» (Jn 8,11)
«Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28)
«Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7)

Entre muchas más, pero con esto nos debería bastar para hacernos la idea de que, como «nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único», y lo ha hecho realizando y diciendo todo de la misma manera en que su Padre lo haría. Tanto es así que, como dice el Génesis de la Creación los contemporáneos de Jesús, «en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien”» (Mc 7,37)
Cuando intentamos asemejarnos, cada vez más y cada vez mejor, a esas actitudes de nuestro hermano mayor, vamos regalando alegría al mundo, aprovechando de la mejor manera lo que él hizo para que -a los que recibimos su luz, quienes creemos en su Nombre- nos fuera posible, «llegar a ser hijos de Dios»
El comienzo de todo esto es lo que celebramos en esta fecha.

Que nos llenemos de la alegría de saber que Dios se hizo uno de nosotros para mostrarnos su amor eterno para todos y que ese gozo se manifieste regalando alegría a los demás, como hiciste tú, Señor. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, vivir como hijos de Dios, es decir, con un estilo semejante al misericordioso y cercano de Jesús,
Miguel

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