miércoles, 22 de marzo de 2017

Con los ojos y el corazón bien abiertos



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
26 de Marzo de 2017
Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma

Lecturas:
I Samuel 16, 1. 5-7. 10-13 / Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar / Efesios 5, 8-14

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    9, 1. 6-9. 13-17. 34-38 (versión más breve)
    Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
    El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
    Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»
    Él decía: «Soy realmente yo.»
    El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
    Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
    Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
    Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»
    Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
    Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
    Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
    Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
    Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Para los de su tiempo, ser enfermo era sinónimo de ser pecador, por consiguiente, alguien a quien se marginaba. Sin embargo, como «el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón» (1L), Jesús, no mira pecado, sino a la persona y, sin que se lo pidan siquiera, sana a quien lo necesita (Ev) para devolverle su dignidad: «Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor» (2L). Nosotros, enfermos de tantas cosas y sanados tantas veces como lo permitimos, podemos cantar confiados, entonces: «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal).
Porque “no hay peor ciego que el que no quiere ver”...
¿A quién podría molestar que otro haga el bien?. Aunque suene absurdo siquiera preguntárselo, puede suceder.
De hecho, a Jesús le ocurrió.
En este relato, por ejemplo, nos encontramos con varios intentos de negar el poderoso signo realizado por él.
Quienes se ponen en la vereda contraria al Nazareno, comienzan afirmando que no se trataría del mismo ciego: «es uno que se le parece»
Después, intentan desvirtuar sus intenciones y su persona: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado»
Y, para terminar, castigan a quien fue liberado de su padecimiento y que, por eso, cree lo evidente: «Y lo echaron»
Los fariseos de este caso representan a los que se creen dueños de la fe, los que cumplen a la perfección toda norma y no faltan a ningún rito. Para esas personas, quien no se una a ellos o, peor aún, quien tenga la osadía de criticarlos, no puede ser “de los buenos”, haga lo que haga… Y ya sabemos que el Maestro tenía una visión bastante crítica de sus prácticas, manifestando a su vez una libertad frente a la religión que era escandalosa para ellos.
Constatamos, de esta manera, que la ceguera de gente como ellos es peor que la que padecía el hombre sanado por el Maestro. Esta última podía ser vencida por su fuerza misericordiosa; la otra no es posible curarla sin que, antes, quienes la padezcan quieran, de verdad, abrirse al maravilloso misterio del amor y la misericordia infinita y gratuita del Padre Dios.

Sintámonos invitados este día, entonces, en primer lugar, a hacer el bien siempre y en todo lugar, sin importar lo que digan o hagan, incluso, aquellos llamados a dar un buen ejemplo de fe; en segundo lugar, a no ser ciegos a todo lo bello y bueno que realiza Dios en el mundo por medio de cualquier persona, sin necesitar –obviamente- nuestro permiso, porque su espíritu inspira a quien Él así lo decide, hasta aquellos de las cuales, en nuestra ignorancia sobre el corazón humano, no esperamos nada; y, en tercer lugar, y en consecuencia con lo anterior, a no ser obstáculo para lo que aquellos realicen para el bien de los demás, sino, por el contrario, que nos pongamos en línea con la voluntad del Padre y les apoyemos.

Que nuestro “Creo, Señor” se traduzca en verte en todo lo bueno y bello que se realiza en el mundo y que, después, nos hagamos parte de tu obra, realizando el bien que está a nuestro alcance. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, abrir los ojos y el corazón a la maravilla de Dios actuando entre nosotros, desde nosotros,
Miguel

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