PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
19 de Marzo de 2017
Domingo de la Tercera Semana de Cuaresma
Lecturas:
Éxodo 17, 1-7 / Salmo 94, 1-2. 6-9 Cuando escuchen la voz del Señor, no
endurezcan el corazón / Romanos 5, 1-2. 5-8
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42 (versión más breve)
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras
que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús,
fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva.»
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla.» «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.»
Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva.»
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla.» «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.»
Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Durante nuestra
vida muchas veces dudaremos: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o
no?» (1L). Pero Él está más que “entre nosotros”;
está en nosotros mismos, ya que «el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (2L), y, gracias a eso, tendremos la alegría de
vivir muchos momentos, compartir con personas y experimentar situaciones a
través de los que Él nos señalará: «Soy yo, el que habla contigo» (Ev). Por eso la invitación es que «Cuando
escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón» (Sal), sino que intentemos hacerla parte de
nuestra vida.
Jesús no es
alguien que se deje guiar por los estereotipos.
La
asombrada frase de su interlocutora: «¡Cómo! ¿Tú, que eres
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» y su correspondiente
explicación en el mismo texto, «Los
judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos», reflejan esto.
Pero podemos
encontrar más, que no es tan evidente a primera vista.
Primero,
los hombres de su época no se relacionaban en público con mujeres desconocidas
como ocurre en este trozo del evangelio, debido a que ellas, en general, eran consideradas
inferiores.
Recordemos,
por otro lado, que, a pesar de lo anterior, en la vida del Maestro podemos ver muchas
veces un trato deferente con las mujeres. Por ejemplo: no sólo no se molesta,
sino que alienta la actitud de discípula (reservada a los hombres) de María de
Betania (Lc 10,38-42); tampoco
se suma a la condena, sino que muestra misericordia con la adúltera que iba a
ser apedreada (Jn 8,3-11); y, como
si fuera poco, escoge a una, a Magdalena, para que sea la responsable de
contarle a sus hermanos, los apóstoles, acerca de la buena noticia de su
resurrección (Jn 20,17-18). Entre
muchos otros episodios al respecto que se podrían resaltar.
Otro
aspecto interesante, a propósito de lo que estamos meditando, es que podemos notar
que la samaritana del relato andaba sola en una labor que habitualmente se hace
en grupos. Esto debido, probablemente, a que se la aislaba por considerarla
“pecadora pública”, debido a que había tenido muchos hombres (Jn 4,17-18). Pero ya sabemos que aquella
calificación no era un impedimento para que el Maestro se relacionase con los
demás, porque, como dijo en otro momento, sólo los enfermos necesitan médico (Mc
2,17) y él era portador de la medicina compasiva del Padre Dios para quienes
padecen el mal del pecado.
Podríamos
seguir largamente rescatando creencias y costumbres a las que el Maestro no se
amarraba, pero destaquemos esta última: en un tiempo, una tierra y una cultura
como la que le tocó vivir, no era opcional la forma en que se creía. Y en el pueblo
del cual él provenía, no se cuestionaba que la morada de Dios se encontraba en
el Templo de Jerusalén. Sin embargo, acá se atreve a decir que no es en ese
lugar donde se lo debe adorar, abriendo de par en par las puertas al corazón
del Padre bueno para todo el mundo, sea judío o no.
Para
terminar, destaquemos que es precisamente a esta mujer del relato, pecadora,
pagana y de un país enemigo –es decir, la menos adecuada posible- a quien le da
la primicia acerca quién es él, ya que esta es la primera ocasión en que se
reconoce como el Mesías.
Definitivamente,
su espíritu libre no se amarra a prejuicios ni a lo que “se debe hacer” o
pensar cuando se trata de dar de beber el agua viva del Reino de Dios a todos.
Y nosotros,
sus seguidores, que estamos llamados a replicar, cada vez más y cada vez mejor,
sus gestos, su espíritu y su estilo de vida, ¿tratamos de no permitir que nos
influyan los apellidos, los rangos o los hábitos en lo que toca a la relación
con los demás?
Que
vivamos, con valor y alegría, la libertad que ser seguidores tuyos, Señor,
intentando asemejarnos a tus actitudes acogedoras y misericordiosas para todos,
sin exclusiones. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, ser inclusivos en lo que toca a amar y servir, para intentar asemejarnos
al acogedor Hijo de Dios,
Miguel
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