miércoles, 8 de marzo de 2017

Saber adorar es saber amar



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Marzo de 2017
Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma

Lecturas:
Génesis 12, 1-4 / Salmo 32, 4-5. 18-20. 22 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros / II Timoteo 1, 8-10

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    17, 1-9
    Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
    Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
    Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
    Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
    Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Después de siglos de caminar lejos de la voluntad de Dios, conociendo que nuestra alma clamaba diciéndole: «que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti» (Sal), «Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa» (2L). Y el primero en ser llamado en esta historia fue Abraham, a quien le prometió: «Yo haré de ti una gran nación» (1L): que es el Pueblo de Dios a través de los siglos, el que llegará a ser encabezado por Aquel al que identificó como su «Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección» y a quien hay que escuchar con el corazón (Ev).
Recientemente, en nuestro país se estuvo hablando profusamente de una casa en donde se habrían verificado sucesos paranormales. Aquello provocó temor a los crédulos, inquietud a los suspicaces y dudas en quienes niegan la posibilidad de que esto realmente ocurra.
Sucede que todos, lo reconozcamos o no, buscamos tener contacto con lo sobrenatural. Algunos lo encontramos en la fe en Dios; otros lo hacen en aquello que llamamos, a veces muy livianamente, como “esoterismo” o, incluso, paganismo.
Es que nuestra alma necesita salir de los límites materiales para satisfacer una sed de infinito que tenemos. Desde el cristianismo, al respecto, nos interpretan las palabras de Agustín de Hipona: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
El tema es qué hacemos, después, con aquel encuentro con lo trascendente.
Algunos se quedarán en el asombro, hasta que éste se agote y buscarán el fenómeno siguiente; otros, de acuerdo a lo que han aprendido (o no) alimentarán acciones supersticiosas. ¿Qué hacemos –o debiésemos hacer- de manera distinta los creyentes?
Pedro, por ejemplo, en este relato presenta una reacción muy natural ante lo sagrado, que, probablemente nos interpreta. Él siente que su alma está disfrutando tanto la experiencia que quiere instalarse: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas…»
Pero la voz del cielo, como respondiendo a esta actitud y confirmando a Jesús como hijo muy querido, indica, más bien: «escúchenlo».
¿Qué debemos escuchar? ¿Qué nos ha dicho él al respecto?
Que «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). Esto es, no sólo con los labios, sino con el corazón puesto en el estilo del Reino (cf Mt 15,8-9), tal como él lo vivió y predicó.
Pablo lo diría así: «Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios» (Ef 5,2); el Maestro, por su parte, da un ejemplo práctico: «si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24).
Tengamos presente, además, que «El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra» (Hch 17,23-24). También hay que recordar que, como enseñó Jesús, Él es el Padre de todos.
Entonces, tomando en cuenta todo lo anterior, podríamos entender que una auténtica adoración a Su Persona tiene mucha relación con el respeto, cuidado y atención a todos y cada uno de sus hijos, que son los santuarios vivos en donde él mismo ha decidido habitar (cf 1 Cor 3,9.16)
Y, ¿por qué les impide a sus discípulos hablar de la visión? Porque no sabrían cómo explicarla siquiera. Sería necesario que posteriormente tuviesen la experiencia de ver que «el Hijo del hombre resucite de entre los muertos», para que ellos comprendieran (y nosotros hoy reafirmemos) que Dios mismo confirmaba, con todo su poder, lo certera que era su palabra y lo cercano a su corazón que eran los actos de Jesús. Y, por ello, sólo desde entonces sería posible, con certeza, dar testimonio de que Él es el Dios de la Vida, vencedor de todas las muertes que enturbian su Creación y nuestra existencia.
Entonces, quien de verdad lo ha escuchado, quien de verdad le ha puesto atención, entiende que, para el Nazareno, aquel en quien el Padre tiene puesta su predilección, más que a estar quietos, la auténtica adoración es la que ayuda a vencer el miedo e impulsa a ponerse en acción, una acción que se traduce en amor y servicio a los demás, los otros hijos del Padre Dios, para que todos juntos, la familia humana, la familia de la que Él se hizo parte, podamos tener vida plena, en abundancia o eterna desde ya.

Que busquemos adorarte en el espíritu de Jesús, Padre, y con la verdad que aprendimos de él acerca de cómo ser tus hijos: amándonos unos a otros y sirviendo a los más necesitados entre los nuestros. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, adorar a Dios con un estilo de vida cercana, servidora, reconciliadora y dignificadora para todos sus hijos amados,
Miguel

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