PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Marzo de 2017
Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma
Lecturas:
Génesis 12, 1-4 / Salmo 32, 4-5. 18-20. 22 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros
/ II Timoteo 1, 8-10
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a
un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro
resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De
pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.»
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Después de siglos
de caminar lejos de la voluntad de Dios, conociendo que nuestra alma clamaba
diciéndole: «que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que
tenemos en ti» (Sal), «Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por
nuestras obras, sino por su propia iniciativa» (2L). Y el primero en ser
llamado en esta historia fue Abraham, a quien le prometió: «Yo haré de ti una
gran nación» (1L): que es el Pueblo de Dios a través de los siglos, el que
llegará a ser encabezado por Aquel al que identificó como su «Hijo muy querido,
en quien tengo puesta mi predilección» y a quien hay que escuchar con el
corazón (Ev).
Recientemente,
en nuestro país se estuvo hablando profusamente de una casa en donde se habrían
verificado sucesos paranormales. Aquello provocó temor a los crédulos,
inquietud a los suspicaces y dudas en quienes niegan la posibilidad de que esto
realmente ocurra.
Sucede que
todos, lo reconozcamos o no, buscamos tener contacto con lo sobrenatural. Algunos
lo encontramos en la fe en Dios; otros lo hacen en aquello que llamamos, a
veces muy livianamente, como “esoterismo” o, incluso, paganismo.
Es que nuestra
alma necesita salir de los límites materiales para satisfacer una sed de
infinito que tenemos. Desde el cristianismo, al respecto, nos interpretan las
palabras de Agustín de Hipona: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti”.
El tema es
qué hacemos, después, con aquel encuentro con lo trascendente.
Algunos se
quedarán en el asombro, hasta que éste se agote y buscarán el fenómeno
siguiente; otros, de acuerdo a lo que han aprendido (o no) alimentarán acciones
supersticiosas. ¿Qué hacemos –o debiésemos hacer- de manera distinta los
creyentes?
Pedro, por
ejemplo, en este relato presenta una reacción muy natural ante lo sagrado, que,
probablemente nos interpreta. Él siente que su alma está disfrutando tanto la
experiencia que quiere instalarse: «Señor, ¡qué bien estamos
aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas…»
Pero la voz
del cielo, como respondiendo a esta actitud y confirmando a Jesús como hijo muy
querido, indica, más bien: «escúchenlo».
¿Qué
debemos escuchar? ¿Qué nos ha dicho él al respecto?
Que «Dios
es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). Esto es, no sólo con los labios,
sino con el corazón puesto en el estilo del Reino (cf Mt 15,8-9), tal como él lo vivió y predicó.
Pablo lo
diría así: «Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó
por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios» (Ef 5,2); el Maestro, por su parte, da un
ejemplo práctico: «si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que
tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a
reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24).
Tengamos
presente, además, que «El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no
habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de
la tierra» (Hch 17,23-24).
También hay que recordar que, como enseñó Jesús, Él es el Padre de todos.
Entonces, tomando
en cuenta todo lo anterior, podríamos entender que una auténtica adoración a Su
Persona tiene mucha relación con el respeto, cuidado y atención a todos y cada
uno de sus hijos, que son los santuarios vivos en donde él mismo ha decidido
habitar (cf
1 Cor 3,9.16)
Y, ¿por qué
les impide a sus discípulos hablar de la visión? Porque no sabrían cómo
explicarla siquiera. Sería necesario que posteriormente tuviesen la experiencia
de ver que «el Hijo del hombre resucite
de entre los muertos», para que ellos comprendieran (y nosotros hoy reafirmemos) que Dios mismo
confirmaba, con todo su poder, lo certera que era su palabra y lo cercano a su
corazón que eran los actos de Jesús. Y, por ello, sólo desde entonces sería posible,
con certeza, dar testimonio de que Él es el Dios de la Vida, vencedor de todas las
muertes que enturbian su Creación y nuestra existencia.
Entonces,
quien de verdad lo ha escuchado, quien de verdad le ha puesto atención, entiende
que, para el Nazareno, aquel en quien el Padre tiene puesta su predilección,
más que a estar quietos, la auténtica adoración es la que ayuda a vencer el
miedo e impulsa a ponerse en acción, una acción que se traduce en amor y
servicio a los demás, los otros hijos del Padre Dios, para que todos juntos, la
familia humana, la familia de la que Él se hizo parte, podamos tener vida
plena, en abundancia o eterna desde ya.
Que
busquemos adorarte en el espíritu de Jesús, Padre, y con la verdad que aprendimos
de él acerca de cómo ser tus hijos: amándonos unos a otros y sirviendo a los
más necesitados entre los nuestros. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, adorar a Dios con un estilo de vida cercana, servidora, reconciliadora
y dignificadora para todos sus hijos amados,
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario