PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
2 de Abril de 2017
Domingo de la Quinta Semana de Cuaresma
Lecturas:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia
/ Romanos 8, 8-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-7. 20-27. 33-45 (versión más breve)
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de
María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el
Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba
enfermo.
Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Jesús, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Jesús, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La esperanza
cristiana se sustenta en la promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en
ustedes, y vivirán» (1L), explicada
posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que
resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará
vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en
ustedes» (2L). Y esto gratuita y generosamente para todos
nosotros, pecadores, «Porque en Él se encuentra la misericordia y la
redención en abundancia» (Sal); lo que sí se
requiere es la fe: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees
esto?» (Ev), pero para que sea fe en el Dios de la
Vida, debe manifestarse en acciones que mejoren la vida de los demás.
Alguien decía que todos tenemos que morirnos,
pero no todos vivimos…
Esto, que puede sonar duro, se hace real si
notamos que hay situaciones personales: depresiones, la pérdida de una persona
muy querida… O estructuras sociales: desempleo, injusticias… O relaciones
humanas anómalas: violencia intrafamiliar, bullying…
En fin, sería bueno que quienes nos decimos
cristianos tengamos presente que existe una serie de motivos que hacen que la
calidad de vida sea muy precaria para muchos hermanos nuestros, de tal manera
que es posible considerar que existen quienes “no viven” o, al menos, no lo
hacen con la plenitud que el Padre quiso para cada uno de sus hijos.
A pocos días de una nueva conmemoración de la
Semana Santa, es adecuado que nos preparemos para las celebraciones que vienen,
buscando descubrir qué entendía él por vida y muerte, y, en consecuencia, cómo
vivir y cómo morir.
Jesús, que ha venido para traer vida y vida
en abundancia (Jn 10,10), este día se revela contundentemente de esta manera: «Yo soy la Resurrección y la
Vida», para que sepamos que, desde él, y ya en nuestro permanente
presente (dice “soy” y no “seré”), el mal (la muerte) no tiene la última
palabra, ya que, nuestro Dios se conmueve por nuestros dolores y sufrimientos y
hace algo al respecto. Por eso, ante los padeceres de la humanidad no basta
esperar «la resurrección del último día».
Recordemos que nuestro Maestro y ejemplo pasó por nuestra
tierra haciendo el bien (cf. Hch
10,38): repartiendo misericordia y, especialmente, acogiendo a los
marginados, para que aprendiésemos cómo volver a humanizar a la humanidad, es
decir, a ponerle vida eterna (=buena, plena, abundante). Y esta es una labor de
Dios –y, por lo tanto, nuestra-, que se requiere permanentemente; no es para el
fin de la historia...
Claro que, previamente, hay que “morir” a ciertas prácticas
que pertenecen a la cultura de la muerte. Porque es necesario que el grano de
trigo caiga en la tierra y muera para dar mucho fruto (cf. Jn 12,24). Por eso, es preciso que descorramos
la pesada piedra de nuestro egoísmo indiferente, para que salgamos de la oscura
caverna del materialismo consumista que nos amarra de pies y manos, impidiéndonos
ser generosos y solidarios, como el Señor de la Vida es y quiere que seamos
nosotros también.
Entonces, cuando él afirma: «todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás», no está hablando
de torcer las leyes de la biología, sino de creerle a sus enseñanzas
refrendadas en su forma de vivir, que no muere jamás. Porque el amor es
inmortal.
La pregunta para cada uno de nosotros seguirá siendo siempre
«¿Crees esto?». Y si lo crees, ve a vivir y a sembrar vida en todos tus actos y
todas tus relaciones.
Que veamos la Gloria de Dios manifestada en
la vida abundante de Jesús y en la de cada uno de sus hijos que buscan
asemejarse a él en su estilo cercano, misericordioso y fraterno para todos. Así
sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, ser portadores de vida eterna, que se traduce en ternura, cercanía y
misericordia para todos,
Miguel
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